domingo, 25 de agosto de 2024

 

Fresa salvaje

 

En el verano de ese año - 1972-  como ocurría en todos los veranos, se instaló un hit musical. En este caso, la canción que se repetía hasta el cansancio era “Fresa Salvaje” de Camilo Sexto, quizás la estrategia de la discográfica fue instalar a Sexto como el baladista del momento y el lanzamiento del tema fue masivo y contundente.  

El coro de voces femeninas de la introducción me impactó porque, de acuerdo a mi subjetividad musical, el arreglo coral era ajeno al estilo romántico, era distinto a lo habitual,  será por eso que me sorprendió al escucharlo.  La canción sonaba intermitentemente en el aparato de la radio del micro que nos trasladaba a Trenque Lauquen. El chofer iba mudando el dial conforme nos movíamos por la ruta sintonizando las frecuencias de la zona, apareció la melodía una y otra vez durante el viaje.

Íbamos a tocar con la bandita a la carrera pedestre “Camilo Martino” que todos los años organiza el Club Barrio Alegre, se realiza alrededor de la fecha de la  celebración de Reyes desde hace mucho tiempo.

El vocablo “pedestre” ya lo conocía: otra carrera famosa; la maratón de San Silvestre que se realiza cada 31 de diciembre en San Pablo me había aportado ese vocablo raro, formaba parte de mi imaginario en el micro clima que comprende a las fiestas de fin de año y sus actividades conexas.

Con el nombre de “bandita” nos habían bautizado en el pueblo y tiene que ver con que éramos muy jóvenes por entonces. Integrábamos un conjunto musical formado por instrumentos de viento y percusión que fue creado para participar en los corsos de Lincoln, la fama regional de los carnavales generó que solicitaron nuestra actuación en localidades cercanas.

Era la primera vez que salíamos a tocar fuera de nuestro pueblo. El clima del viaje era de fiesta y como éramos chicos, nos acompañaron algunos padres y hermanos mayores, además de nuestro director y maestro; el querido Coco.

El adulto que más se destacó fue “El Quesudo”, papá de nuestro compañero trombonista, contaba sus historias y las coronaba con una risa contagiosa hasta que todos empezamos a reírnos de su risa y no tanto de las historias.

Contó que él tenía un hermano mellizo bastante parecido a él que vivía en Buenos Aires, cierta vez lo fue a visitar pero había extraviado la dirección, lejos de hacerlo desistir de la empresa, se empecinó en encontrarlo, se acordaba que era en el barrio de Liniers.  Empezó a caminar el sector de casas bajas que limitan hacia el oeste con la Av General Paz y tocó timbre casa por casa ¿No conoce a alguien que es igualito a mí? -  preguntaba a la gente que lo atendía, luego de varios intentos, logró su objetivo: alguien lo reconoció parecido a su hermano y le señaló la casa en donde vivía. Luego que cesaron las risas y poniéndose serio concluyó: Que pueblo grande que es Buenos Aires.

A la hora del mate, todos los adultos ofrecieron pasteles, budines y otras delicias para compartir. Se formó una ronda para degustar la comida esperando nuevas historias del “Quesudo”, y llegaron nuevos relatos y chistes. Coco, nuestro director, charló con algunos padres de los integrantes de la banda, estos le agradecieron la paciencia que tenía para con sus hijos, menos mal que está la bandita, en casa no sabría qué hacer con el pibe todo el tiempo - le dijo un padre buscando complicidad. Yo los tengo cortitos, el que no estudia que no venga. - sentenció Coco. Y lo bien que hace - dijeron los padres a coro.

La víspera no podía ser mejor, un público que no era el de nuestra ciudad nos aplaudiría, sentimos orgullo ante las personas mayores que nos acompañaban por aprender a tocar un instrumento de música en tiempo record.

En mi caso, sentía que era el “pollo” del director, me presentaba como un ejemplo lo cual me daba un falso pudor pero me gustaba, con esa sensación me dormí algunos kilómetros después del empalme de la ruta 188 con la 33. 

El coro salvaje con un dejo a fresas irrumpió en mi incipiente sueño, caminé por un bosque cerrado, era de noche, escuche las voces repitiendo una melodía al infinito, no vi en principio de dónde venían las voces, caminé atraído por el sonido y me dejé llevar,  luego de una curva había un fuego a cierta distancia en la senda del camino y se reflejaba en las copas de los árboles frondosos. Cuando estuve más cerca observé a cuatro mujeres ataviadas con unos vestidos de color crudo con las terminaciones rasgadas, las coristas giraban alrededor del fuego y cantaban sin parar la canción abriendo las bocas como peces, me quede en un rincón cerca de la fogata para que no me vieran. La luminosidad del fuego generaba reflejos, debajo de los vestidos no tenían nada, vi las formas bien definidas de aquellos cuerpos que bailaban en ronda febril y cantaban una y otra vez:

 

“...Fresa salvaje, ah ah ah

Con cuerpo de mujer, ah ah ah ah

Hay vida en tu vida, ah ah ah ah

Pero hay algo que no ves, ah ah ah

Ye eh eh eh fresa salvaje

Fresa salvaje, ah ah ah ah

Agua de manantial, ah ah ah ah

Río sin cauce ah ah ah ah

Dime dónde vas ah ah ah ah”.

 

Agua de manantial, río sin cauce dime dónde vas, sentí una sensación nueva, nunca antes experimentada, sentí el calor producido por las llamas, la sensación de que me estaba derritiendo pero ese calor estaba focalizado en el centro bajo del torso y bajaba lentamente. Segundos después; me desperté con una explosión de risas ante alguna nueva ocurrencia del “Quesudo”. Sentí ahora un pudor definitivo y verdadero.

Agua de manantial, río sin cauce dime dónde vas.

A la altura de América, el cartel de vialidad dice que faltan 74 km para llegar a Trenque Lauquen. El animador del viaje cayó rendido luego de su unipersonal, se tiró a dormir en los  asientos de atrás, se descalzó y entendimos el porqué de su apodo.

La posta la tomó la mamá de “Pety” uno de los percusionistas, era profesora de geografía y nos contó que la característica de la ciudad adonde íbamos era que sus calles eran todas avenidas y que el origen del nombre es mapuche y significa “laguna redonda”.

Si bien el viaje se convirtió en un destino en sí mismo, había que llegar y llegamos. Ingresamos a la ciudad de las avenidas en donde el viento sur corre y  trae noticias de la Patagonia. 

En la sede del club Barrio Alegre bajamos para ir al baño y los directivos nos dijeron que nos esperaban en la radio para hacer una nota, allá fuimos todos y surgió la inquietud: ¿Quién va a hablar? Coco, como buen director, le sugirió a Hugo su sobrino quien era el más grande de los chicos. Pero yo nunca hablé en una radio tío. Pero vos sos el que mejor habla le dijo Coco sin dejarle opción.

Despojado de un lenguaje estructurado; Hugo hablo sin impostar, ante la pregunta del entrevistador dijo: Esta es la bandita de Coco, tocamos música alegre como el nombre del club - esta asociación fue muy festejada - Hoy vamos a animar la famosa maratón y haremos bailar a los concurrentes como lo hacemos en los carnavales de Lincoln.

Cuando la nota estaba terminando, que a pesar de los nervios de Hugo salió fluida y espontánea, pronunció la frase que serviría de cargadas posteriores y sería elegida como una de las frases del viaje. En el momento de los agradecimientos a los anfitriones y al público oyente se despachó con: “gracias por la atención dispersada”

El sábado 8 de enero de 1972 se realizó la maratón “Camilo Martino” que todos los años organiza el Club Barrio Alegre de la ciudad de Trenque Lauquen. Ese año el ganador fue Juan Carrizo.

Hicimos sonar los bronces y los parches antes, durante y al finalizar la competencia. El público nos aplaudió, la gente nos agradeció: sus caras eran de felicidad por una noche que recordarán en la cual una banda juvenil los había acompañado en una de las celebraciones más típicas del lugar.

De aquella experiencia me quedó un concepto que lo uso siempre, la idea de festival del cual deriva “festivalero” que no remite sólo a la música, es a mi entender; un estado de viaje, de sorpresa, de tránsito, de expectativa por lo que se va a vivir y sobre todo: de comunión festiva en donde todos aportan su granito de arena para la celebración.

El viaje de vuelta fue distinto; ya no hubo animador ni profesora disertante, con la satisfacción de haber realizado el primer viaje allende la frontera de nuestro pueblo, el sueño se adueñó de todos los pasajeros rápidamente. 

Me dormí con la ilusión de encontrarme con el coro de mujeres nuevamente en el sueño y que la  noche se convierta en testigo y compinche de mi hallazgo de volcán y por fin; comenzar a transitar la adolescencia.

domingo, 11 de agosto de 2024

Guerra Fría

 

Guerra Fría.

 

 

 Mi padre se vio en dificultades para explicarme qué significaba aquello de la “Guerra Fría”. Seguramente se lo pregunté cuando conectaba con el contexto. Gran parte del tiempo y sobre todo mientras cocinaba, permanecía en un estado de abstracción,  en esos momentos parecía habitar en otro mundo, no me atrevía a preguntarle nada. A mi madre no le consultaba porque se interesaba menos en la política. 

Es como un enfrentamiento entre dos bloques políticos pero no necesariamente es una guerra - me dijo. Se amenazan con tirar misiles pero rara vez ocurre eso. - concluyó. Le agradecí pero no lo entendí totalmente.

Otro día, me contó que nuestro país había adoptado una posición equidistante que se conoció como Movimiento de Países “No Alineados” o sea, que no estaba ni con uno ni con el otro bando. Eso lo entendí y tuve la sensación de que esa pertenencia nos alejaba de un posible conflicto mundial. Paradójicamente, muchos años después, integré como músico una Big Band de jazz que se llamaba “No Alineados” 

Quizás por entonces tuve la fantasía de que en una guerra fría los contrincantes se disparan con bloques de hielo, pienso mientras escribo  y me río con una ingenuidad recobrada.

Mi padre era constructor, cuando terminaba una obra y esperaba para comenzar una nueva, aprovechaba para estar en casa y hacer una actividad que le gustaba: cocinar. Aquellos días eran distintos en casa. Desde temprano iba a hacer las compras para la comida, y cuando contaba con todos los ingredientes, se sentaba en la mesa del comedor, cortaba las cebollas, las zanahorias, los ajíes, los tomates, el ajo, todo separado por secciones para administrar la cronología del guiso. Era una paleta de colores y potenciales sabores que más tarde se emulsionarían en la olla.

Los olores de las verduras y hortalizas recién cortadas invadían el ambiente.  El sonido de la radio nos traía noticias de la Guerra Fría o de la guerra de Vietnam, por lo general, mi padre sintonizaba Radio Rivadavia de Buenos Aires pero cuando pasaba algo extraordinario o se esperaba la resolución de un conflicto, mudaba el dial hacia Radio Colonia, la inconfundible voz de Ariel Delgado se fundía con el trinar de los pajaritos en el patio: “Hay más informaciones para este boletín” luego de este cierre irrumpían los metales en un registro grave, era la dramática música de “Barras y Estrellas”,  la marcha de Souza que hace referencia a la bandera de EEUU y servía de cortina en la radio de Uruguay.

Eso sí, el cocinero exigía puntualidad, cuando la comida estaba lista llamaba a toda la familia a la mesa porque alegaba que el punto exacto de cocción era uno y no podía dilatarse su degustación, esto generaba algunas rencillas con mi madre: Ya te expliqué que a esta hora pasan los chicos a la escuela y es cuando más se vende – le decía mi madre que atendía el kiosco en el local del frente de nuestra casa, ubicado estratégicamente en el camino hacia la Escuela Normal, se hacían muchas fotocopias y se vendían los mapas en los cuales los alumnos señalarían, entre otras cosas; los países implicados en la guerra fría y su ordenamiento en ambos bloques, los ríos más largos de América y del mundo, los accidentes geográficos, las isotermas y las isobaras.

Esta guerra no llegaba a mayores, ni tampoco se constituían dos bandos, los que estábamos para comer nos sentábamos a la mesa y disfrutábamos del punto justo de la comida y mi madre se sentaba de a ratos cuando el flujo de estudiantes en marcha hacia la escuela se lo permitía. Mi padre resoplaba su bronca pero no decía nada, bastaba que mi madre diga: está muy rico para que se le pasara el enojo.

Luego del almuerzo, agarraba mis cosas y me iba a la Escuela Normal a estudiar, cursaba el secundario.

A la vuelta de cursar, después de la merienda, el negocio no tenía el vértigo de la mañana y marcaba por carácter transitivo el ritmo de la casa. Un cliente buscaba un regalo para un próximo cumpleaños o algún lector elegía una revista de la editorial Columba: D´artagnan. El Tony, Fantasía o Intervalo, o bien, las fotonovelas de Corín Tellado, o el magazine Nocturno. Mi madre, por consejo de un cliente, había establecido un canje de revistas usadas y había tenido mucho éxito, entre las bondades del canje, se contaba que venía más gente al negocio y el cliente que venía por una revista, compraba cigarrillos o chocolates.

Más tarde y cuando el sol caía, llegaba el vespertino a casa. Nuevamente la Guerra Fría y otras calamidades tomaban relevancia pero ya sin sonidos estridentes y con imágenes de color sepia.

Por entonces, escuché por boca de mis padres por primera vez dos conceptos que replicarían coralmente muchas personas hasta la actualidad: el mundo está cambiando, el país está en crisis.

Seguí mirando de reojo la tapa del vespertino y me aferré a una idea de lo que quería ser cuando sea grande: músico.