Nexos
Dos mundos separados por muchos kilómetros o directamente
paralelos que nunca se encuentran en un punto, el horizonte como marco testigo,
no sé porque, pero la prolongación de dichos mundos la percibía parándome en
las vías del ferrocarril oeste estación EL Triunfo mirando hacia el noreste en
dirección a la estación Chancay del ramal Gral Viamonte – Ingeniero Luiggi. El
sur, paradójicamente lo percibía finito. Años más tarde, en Lincoln, esos dos
mundos no eran tan mágicos sino más reales, uno accesible, cotidiano, el del
despertador a la mañana, el de la última revisión de mi madre a la noche a ver
si estábamos tapados, la sirena de los bomberos voluntarios el 2 de junio, los
actos escolares de los días patrios. El otro mundo, se armaba con imágenes reflejadas
en las paredes de la caverna, un mundo percibido a lo lejos, noticias frívolas o
no, aportadas por las pocas revistas que llegaban a mis manos o alguna publicidad
de la televisión que mostraban lugares exóticos, lejanos e inalcanzables. En
ese espectro de mundo desconocido que me atraía, se contaba la famosa
publicidad de una marca de cigarrillos donde una modelo viajaba y lanzaba al
aire el humo en geografías de difícil acceso incluso para la imaginación y te
invitaba a sentir ese estado fumando el pucho que “marca tu nivel”. Pero aun
cuando la condición sine qua non de
las paralelas es que no se junten en un punto, existe un articulado metálico que transita por arriba de
dichas líneas y las une.
El tren traía noticias del mundo “sensible” y la traía a mi
abuela Anita todos los veranos con la alarmante amenaza de que “este es el
último año que vengo” sentencia que caía como una piedra movediza de Tandil
sobre mi cabeza infantil. Por suerte, eran solo verborragias hipocondríacas y
la abuela siguió viniendo por muchos veranos y me regalaba una guitarra
chiquita, quizás veía en mi “uñas de guitarrero”.
Un nexo sin dudas entre esos hemisferios fue Roberto Carlos,
cantante y compositor brasileño que pertenecía al mundo de lo cercano,
palpable, escuchable. Pero un día del año 1970 actúo en Mau Mau (que debe su
nombre a un grupo de liberación de Kenia) Esta “boite” pertenecía a lo más
granado del jet set local, o sea, al mundo de lo misterioso e inalcanzable para
mí, sin embargo, a esas vivencias me acercaba leyendo las aventuras de Isidoro
Cañones quien era habitué del lugar y concurría asiduamente, a veces, en
compañía de “Cachorra”.
De esa memorable actuación quedó un Long play cuyo arte de tapa, podría ser una obra de Caravaggio o de cualquier pintor del
primer barroco, a saber: Colores definidos e intensos, luces y sombras, la
pintura describiendo la acción que transcurre en ese momento. Roberto Carlos
sentado en el centro de la escena en una banqueta alta, el saxofonista
sosteniendo el “barítono” no sin esfuerzo, en segundo plano: el resto de los
músicos de la banda observados más atrás por un venado en su eternidad
decorativa.
Me hubiera gustado estar ahí pero de hacerlo, hubiese
desafiado los principios fundacionales de la filosofía al unir el mundo
“Inteligible” con el “Sensible”, menuda tarea para un niño de 10 años.