Palito
Una noche de verano del año año 2012,
Palito Ortega hizo un gran show en el balneario municipal de Carhué. Compartió
el cartel con “La dama del cacao” quien cantó tangos acompañada por dos
guitarristas. La laguna y la noche cálida, fueron el marco de una jornada que
para muchos; quedó en la memoria. Para
mí también dado que participé como músico en la banda de Ortega que dirigió
Lalo Fransen.
Unas diez mil personas se instalaron
cómodamente en sus respectivas sillas, algunos vecinos, las trajeron desde sus
casas. Ya en la prueba de sonido a la tarde, se palpitaba la expectativa del
show, las personas que decidieron instalarse desde temprano, matizaron la
espera con mates y bizcochitos. No quisieron perderse nada y de esa manera; accedieron
a un lugar cerca del palco.
Miré desde arriba como se iba poblando
el predio, una brisa salada llegaba pronosticando que la fiesta sería aún mejor
que la víspera. Me imaginé que así habrían sido esas noches estivales en
temporada, sobre todo en la vecina Epecuén, antes de la criminal inundación que
termino con el balneario. Mucha gente veraneaba en la laguna para zambullirse
en las saludables aguas con alto contenido en yodo.
Luego del sound check , nos fuimos con los músicos y técnicos a darnos un baño reparador al hotel, cenamos y
volvimos al balneario dispuestos a no defraudar a toda esa gente y dar un buen
espectáculo.
“La dama del cacao” quien fuera por
algún tiempo, la heredera de un emporio exportador de cacao y chocolates; abrió
la parte musical de la noche como “telonera”, con un repertorio de tangos y milongas
clásicas. Me sorprendió. Cantó muy bien y mostró mucha soltura escénica.
Luego, el plato fuerte: el “Rey” con su
atuendo blanco, presumiendo de que su estado físico y especialmente su voz, lo
mantenían en carrera. Inició una recorrida por todo el repertorio que abarca
cinco décadas ininterrumpidas. Se animó a tocar la batería y hablo sobre la
influencia de Elvis Presley en su vida artística, dijo algo así como que “todos por entonces queríamos sonar como él”
Una vez comenzado el show, se vio una
multitud apasionada y muy atenta a los distintos climas del mismo, pero a su
vez: ordenada. Nada podría irse de control aquella noche, como en un semáforo
de una calle de Tokio a la hora pico.
El momento más emotivo se produjo cuándo
“El autodidacta tucumano” dijo unas palabras acerca de un amigo que la vida le
había arrebatado en forma temprana, mientras hablaba, comenzó a rasguear su
guitarra: recitó la letra y el público no sabía de quien se trataba hasta que
en la pantalla que cubría la parte posterior del escenario, apareció la imagen
de Sandro; explotó en ese momento un
estruendo de exclamaciones seguido del llanto de muchos de los presentes. ¿Un
golpe de efecto? Quizás, pero lo que me quedó claro es que los artistas
populares se meten hasta las vísceras en el imaginario colectivo.
Antes de terminar, para darse un gusto
personal; cantó “Sabor a nada” de Dino Ramos. Terminó bien arriba con “Tengo el
corazón contento” y esa canción fue el reflejo de esa noche de concierto. Luego
los bises con el típico canto de “Una más y no jodemos más” que se universalizó
como un pedido culposo y piadoso de los recitales. Esta gente también tiene que
descansar, diría mi abuela.
En los años setenta había dos cantantes
populares en el país, ellos eran: Palito y Sandro. Discutíamos con mi amigo
Julio con respecto a ellos. Estábamos en bandos diferentes en esa grieta, yo
era de Sandro y él era de Palito. Palito es más espontaneo me decía Julio;
tratando de llevarme a su parcialidad. Sandro, es el símbolo de lo latino, de
lo panamericano. Con sus contorsiones y tembleques proyecta una especie de rayo seductor colectivo,
le decía para traerlo a mi bando. Ramón Bautista llega al corazón de la familia
argentina, simboliza la lucha de alguien que se hace desde abajo y conquista al
público desde otro lugar, retrucaba Julio ampliando sus argumentos. Esa
discusión, nunca fue saldada.
El protocolo del sentido común, si
existiera tal especie, indica que a dos instituciones de esta dimensión; “La
dama del cacao” y “El trovador de las familias” los tiene que recibir el
intendente del pueblo. Así pasó esa noche luego de finalizado el concierto; el
intendente de Carhué, los recibió en la municipalidad y les entregó souvenirs de la última de las
encadenadas. “La dama del cacao” como no podría ser de otra manera, les entregó
a las otras “Instituciones”: chocolates de la mejor versión de su fábrica.
Luego de esa ceremonia íntima que
pudimos espiar a través de la cortina de la municipalidad, emprendimos el viaje
de regreso.
“Palega ortito” como lo nombraban
algunos en una suerte de lunfardo que cambia el orden de las sílabas: se sentó
en el micro con ganas de compartir los chocolates que le habían regalado con
sus músicos y técnicos, y además, acompañarlos con alguna bebida espirituosa.
Paramos en un kiosco a la salida del pueblo y el “Rey” mandó a un asistente de
su producción a comprar un whisky que
sea bueno, cuando vino el asistente con la botella, fue inspeccionado por el
“changuito cañero” Quien dijo en voz alta: Gracias, pero deben tener algo
mejor. Decidió bajar el mismo para la elección del Scotch para sorpresa del empleado del “Open 24” Efectivamente,
tenían uno que “arrimaba el bochín”
Ya con los insumos necesarios para
matizar un viaje largo, emprendimos el regreso. El chocolate se repartió en
forma equitativa entre los que decidimos no dormirnos y el líquido era suficiente.
El ex gobernador de Tucumán, puso videos de antiguas actuaciones suyas como
cantante, vimos un concierto completo en Chile y comentó algo sobre el paso del
tiempo.
Transcurridas las horas, nos quedamos
solos, casi todos los compañeros se fueron a dormir a las cuchetas del micro, a
mí siempre me costó conciliar el sueño en los viajes.
Le pregunté si se acordaba de la
actuación en Lincoln en los años setenta, claro que sí. Fue en un club enorme y
estaba colmado de gente – me dijo. Recordamos al gran baterista “Pocho”
Lapouble que, a la sazón, era quien dirigía su banda. También le pregunté por
Rubén Barbieri quien fuera mi profesor de trompeta y también integró su
orquesta.
Esa noche, tuve la sensación de encontrarme
con un tío a quien hacía mucho que no veía y me contó sus aventuras, me quedé
con la mejor versión de su persona.
Los viajes y el chocolate mejoran la visión del mundo.