Doctor Zhivago.
Una tarde, como en el prólogo de un aguacero, unas
gotas de memoria fueron cayendo desde algún lugar. Primero fueron cuatro;
llegaron mientras estaba pensando una estrategia cotidiana de supervivencia,
irrumpieron sin más entre los pensamientos formales. Esas cuatro notas eran el
motivo, la célula de una melodía, la pregunta que requiere una respuesta, el
antecedente que necesita el consecuente tal lo aprendí en la clase de
morfología musical.
Pude analizar los intervalos; se trataba de una
tercera menor ascendente, la sensible tonal y su tónica.
Luego, cuando la lluvia melódica se estableció
módica y permanente: bajaron más y más gotas musicales; la respuesta a la
pregunta del motivo de la parte A, la parte B y el resto.
Ya tenía casi todo el tema presente y tuve el
impulso de volver a escucharlo. Ahora, le quedaba a la memoria la tarea más
difícil: ¿Cuál es esa melodía? ¿Desde cuándo me acompaña? ¿Dónde puedo
escucharla nuevamente?
En los años sesentas mis padres habían tomado la
concesión de la cantina del club del pueblo, adonde me llevaban junto con mis hermanos
mientras ellos trabajaban.
Casi todas las noches, los días de semana, me sentaba en las butacas del salón y dormía
las películas que se exhibían. Se trataba de estrenos que ya habían pasado por
las grandes ciudades. La programación duraba todo el mes con la misma película.
Los sábados eran dedicados al baile y los domingos; al matinée bailable.
En una de aquellas películas que me invitaban a dormir; durante tres horas y veinte minutos, el doctor
Zhivago perdió a su madre, se recibió de
médico. Atravesó la primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la
guerra civil mientras mantenía no sin culpa una relación paralela.
En los primeros minutos de la película, cuando el
niño se queda sólo y se va a vivir con sus tíos, entraba en el primer sueño profundo,
con la tranquilidad de que faltaba mucho tiempo para mi orfandad. Luego,
conmovido por la música, me despertaba por momentos y veía la estepa rusa
nevada y un trineo que con mucho esfuerzo avanzaba por el territorio conducido
por un señor de bigotes. Con esas
condiciones climáticas severas, me dormía nuevamente celebrando el contraste de
temperatura entre la pantalla y mi
butaca.
Cuando volvíamos a casa luego de la función, me
entregaba al segundo sueño y la música
me acompañaba para imaginar un mundo bucólico. La estepa nevada de los conflictos
y los desencuentros amorosos quedaba lejos
Por entonces no estaba en condiciones de comprender
la trama pero la música se alojaba en mi cabeza infantil sin ningún
condicionante. Durante un mes esa melodía se guardó noche tras noche para ser
redescubierta algún día.
Muchos años después supe que esa melodía era: “Tema
de Lara” del compositor Maurice Jarré, motivo principal de la película Doctor
Zhivago.
Se esperan para esta tarde chaparrones aislados de
memoria, truenos de notas musicales y posible caída de recuerdos melódicos de
épocas pretéritas, sueños cristalizados en el hemisferio emocional de un niño
que guardó húmedas melodías para los tiempos de sequía.