martes, 31 de enero de 2023

 

Doctor Zhivago.

 

Una tarde, como en el prólogo de un aguacero, unas gotas de memoria fueron cayendo desde algún lugar. Primero fueron cuatro; llegaron mientras estaba pensando una estrategia cotidiana de supervivencia, irrumpieron sin más entre los pensamientos formales. Esas cuatro notas eran el motivo, la célula de una melodía, la pregunta que requiere una respuesta, el antecedente que necesita el consecuente tal lo aprendí en la clase de morfología musical.

Pude analizar los intervalos; se trataba de una tercera menor ascendente, la sensible tonal y su tónica.

Luego, cuando la lluvia melódica se estableció módica y permanente: bajaron más y más gotas musicales; la respuesta a la pregunta del motivo de la parte A, la parte B y el resto.

Ya tenía casi todo el tema presente y tuve el impulso de volver a escucharlo. Ahora, le quedaba a la memoria la tarea más difícil: ¿Cuál es esa melodía? ¿Desde cuándo me acompaña? ¿Dónde puedo escucharla nuevamente?

En los años sesentas mis padres habían tomado la concesión de la cantina del club del pueblo, adonde me llevaban junto con mis hermanos mientras ellos trabajaban.

Casi todas las noches, los días de semana,  me sentaba en las butacas del salón y dormía las películas que se exhibían. Se trataba de estrenos que ya habían pasado por las grandes ciudades. La programación duraba todo el mes con la misma película. Los sábados eran dedicados al baile y los domingos; al matinée bailable.

En una de aquellas películas que me invitaban a dormir;  durante tres horas y veinte minutos, el doctor Zhivago  perdió a su madre, se recibió de médico. Atravesó la primera guerra mundial, la revolución bolchevique y la guerra civil mientras mantenía no sin culpa una relación paralela.

En los primeros minutos de la película, cuando el niño se queda sólo y se va a vivir con sus tíos, entraba en el primer sueño profundo, con la tranquilidad de que faltaba mucho tiempo para mi orfandad. Luego, conmovido por la música, me despertaba por momentos y veía la estepa rusa nevada y un trineo que con mucho esfuerzo avanzaba por el territorio conducido por  un señor de bigotes. Con esas condiciones climáticas severas, me dormía nuevamente celebrando el contraste de temperatura  entre la pantalla y mi butaca.

Cuando volvíamos a casa luego de la función, me entregaba al segundo sueño  y la música me acompañaba para imaginar un mundo bucólico. La estepa nevada de los conflictos y los desencuentros amorosos quedaba lejos

Por entonces no estaba en condiciones de comprender la trama pero la música se alojaba en mi cabeza infantil sin ningún condicionante. Durante un mes esa melodía se guardó noche tras noche para ser redescubierta algún día.

Muchos años después supe que esa melodía era: “Tema de Lara” del compositor Maurice Jarré, motivo principal de la película Doctor Zhivago.

Se esperan para esta tarde chaparrones aislados de memoria, truenos de notas musicales y posible caída de recuerdos melódicos de épocas pretéritas, sueños cristalizados en el hemisferio emocional de un niño que guardó húmedas melodías para los tiempos de sequía.