Médanos
Ed Pareta abril 2020
Esa tarde de verano caminamos más lejos de casa, no
había que ir a la escuela al otro día.
Cuando voy con mi hermano Roberto, no tengo miedo. Una vez me defendió de un
chico más grande que yo, que era del pueblo nuevo; me había hecho una trabada y
caí para adelante. Por suerte mi hermano estaba cerca y vio todo, lo corrió
mientras le gritaba que me dejara tranquilo o le iba a romper los dientes de
una trompada. Cuando volvió me dijo con la voz agitada: -“Este no te va a molestar más”-.
Salimos del pueblo y caminamos por las vías en
dirección a los médanos; nunca venimos para este lado, mami siempre dice-“¡No
vayan a los médanos!”
_ ¿Vos sabes porque no nos dejan venir para acá? le
pregunté
_No, nunca me lo dijeron.
Mi hermano es cinco años más grande que yo y es
grandote, siempre me cuida para que no me pase nada. Mientras caminábamos, me
imaginaba qué es lo que hay allá: ¿un hombre malo? ¿Un viejo que les pega a los
chicos? ¿Animales salvajes? Papi contó que una vez apareció un puma en el campo
de Silvi. De pronto escuchamos unos ruidos entre los pastos al costado de las
vías y algo se movió rápido. Mi corazón latió fuerte. _Es un cuis – dijo mi
hermano. Alcanzamos a verlo cuando bajó por la montañita y se perdió en una
cuneta.
_ ¿Y si viene el tren justo ahora?
– pregunté
_No, ya pasó el tren que viene de
Buenos Aires.
Yo me quería volver pero no dije nada, hacía calor y
el sol todavía estaba alto. No se veía a nadie por ahí, solo pajaritos,
mariposas y algún perro vagabundo. _Allá se ven _dijo mi hermano y camino
con más entusiasmo. Pensé en la hora de la comida, tenía hambre y sed pero no
me quejé, Papi y Roberto me cargan cuando voy a la obra con ellos, me dan un
martillito y una bigornia y me mandan a picar ladrillos para el contrapiso, mi
mamá me prepara dos sanguches y bebida y yo cada cinco minutos paro para comer,
ellos dicen que soy haragán y se ríen.
Por fin llegamos a los médanos, nos quedamos mirando
un ratito y me tranquilicé, ahora pronto volveríamos a casa. Roberto se puso a
escarbar, la tierra estaba blandita porque había llovido el día anterior. Yo
también escarbé mientras miraba para todos lados por si aparecía alguien.
_
Mirá – me dijo
_
¿Qué es?
_
No sé, parece una punta de flecha, es de piedra.
_
¿De quién sería?
_De
los indios.
_
¿De los indios? pregunté mientras miraba si venían a
buscarnos.
_Sí,
papi me dijo que acá había indios.
_
¿Y ahora?
_No,
ya no.
Seguimos haciendo un pozo en el costado de un
médano. Mis manos se habían puesto negras del barro, miraba la sombra y parecía
un gorila grande, lo agarré del cogote a Roberto.
_
¿Qué haces?
_
Mirá la sombra, parece un gorila.
_
Para, acá hay algo.
_
¿Qué es?
_No
sé, ayudame, anda sacando la tierra a un costado.
Roberto siguió escarbando con más fuerza y de reojo
vi algo blanco, redondeado.
_
Es algo duro.
Lo
golpeó con la punta de flecha que habíamos encontrado, sonaba hueco.
De pronto Roberto sacó una bolsa del bolsillo y
guardó aquello, se paró y me dijo: Vamos - Y salió corriendo, yo atrás de
el sin saber lo que había puesto en la bolsa, corrimos y corrimos un tiempo
largo, cuando las fuerzas no nos dieron más, paramos.
-
¿Qué había?
-
Una calavera.
-
¿En serio?
-
Debe ser de un indio.
Caminamos
sin decir nada hasta que llegamos al paso a nivel, doblamos a la derecha y ya
estábamos de nuevo en el pueblo.
- ¿Pero lo trajiste ahí en la bolsa?
- Sí, no digas nada.
- Escuchame, “Gurrumín”, cuando lleguemos a casa,
vos entretenela a mami y yo paso directo a la pieza.
- Está bien, pero no me gusta nada esto.
- Quedate tranquilo, no va a pasar nada.
Yo soy el menor de cuatro hermanos: dos varones y
dos mujeres. A mí me dicen Gurrumín. Comparto el
cuarto con mi hermano, y por ser el más chico, a veces me salvo del enojo de
papi. Como esa vez que se levantó de la siesta y nos encontró fumando
“Fontanares 12” debajo de la higuera. Manoteó una madera con un clavo y nos
corrió; yo me tiré debajo de la cama y estuve ahí un buen rato hasta que todo
se calmó.
- Hablé con mami que nos preguntó dónde habíamos
estado.Pero Roberto guardó la bolsa rápido y contesto antes que yo:
- En el club.
- Qué raro, porque el Vasquito vino al bar con su
papá, venían del club y no me dijo nada de que los había visto– dijo mami.
- Sí, lo vimos al Vasquito pero él no nos vio porque
después nos fuimos al campo de Cappa a cazar pajaritos.
- Bueno, lávense las manos que pronto va a estar la
cena.
Nos
miramos aliviados, aunque yo no podía con mis nervios. ¿Cómo haríamos con eso
ahí? ¿O mi hermano tendría otro plan? ¿Lo llevaría al baldío que queda antes de
la casa de la tía Isabel, No pude
preguntarle en ese momento. Nos lavamos las manos y nos cruzamos con las chicas
que nos miraron como diciendo;- “Ustedes esconden algo”-. Casi siempre comemos
los cuatro porque mami y papi atienden el restaurante. Yo miraba el plato para
no mirar a mis hermanas a los ojos. No tenía que contar lo que escondíamos, porque Roberto se enojaría conmigo. Las
chicas ayudaban con las tareas de la casa y sirvieron la comida como todos los
días. El colchón de arvejas es uno de mis platos preferidos, la comida me
distrajo por un momento. Después de
comer, me fui un rato al salón del bar
donde casi todas las noches hay guitarreada, no quería irme a dormir con ese
coso en algún lugar de la pieza. Papi cantaba alguna zamba con el Clifton en
los labios y apagaba las brasas que quedaban en la parrilla y; después dijo:
“Se cerró la cocina” como para que nadie le pidiera algo más de comer.
A la una de la madrugada, todas las noches se corta
la luz en el pueblo hasta las seis. En verano, me dejan estar hasta un poco más
tarde: me mandaron a acostar a las doce; mis hermanos se quedaron hasta que
cerró el bar y ayudaron a limpiar. Fui a
la pieza, prendí la luz y me tapé todo aunque hacía calor. Dejé la luz
prendida. Intenté dormirme pero no pude, no sabía todavía dónde Roberto había
guardado eso. Miré debajo de mi cama pero ahí no estaba. Transpiraba y el
corazón era un galope de caballos. Al rato, vino Roberto a dormir:
- ¿Qué hacés tapado con el calor que hace? ¿Le tenés
miedo a una calavera?
- ¿Dónde la guardaste?
- Acá en el ropero, mañana vemos que hacemos, no le
tengas miedo, los muertos no molestan,
hay que tenerles miedo a los vivos como dice papi.
- Sí, tenes razón - le dije.
Luego, una vez terminada la tarea y preparado todo
para el otro día, mami pasó a rezar el padre nuestro y nos dio las buenas
noches, apagó la luz y quedó todo en silencio. Un perro ladró a lo lejos, no se
veía nada, no se escuchaba nada. El
tiempo no pasaba, hice fuerza con los ojos para cerrarlos más y que pareciera
que me dormía. Los abrí de nuevo, creí ver una claridad, los cerré rápidamente
porque me asusté. Se me puso la piel de gallina y seguí transpirando. Pensé:
Soy un tonto. No pasaría nada como me dijo Roberto. Ojalá tuviera la serenidad
de él: para eso tenía que esperar a ser más grande. El tiempo no pasaba. Cada
tanto abría los ojos para ver si ya estaba clareando, pero seguía todo oscuro.
El indio apoyó la flecha larga en mi pecho, me dijo
algo que no entendí y con cada palabra
me afirmaba más la punta de la flecha, me lastimaba. Estaba enojado. Estaba con
un indiecito y busque su mirada para entender, pero también me miró mal. Pensé
que me iba a morir. Intenté llamar a Roberto para que me defendiera pero estaba
paralizado, no podía hablar.
-
Chicos, a levantarse.
Me desperté sobresaltado, no sé cuándo me dormí, ya
era de mañana. El sol entraba con fuerza
por la ventana. Roberto todavía dormía. Respiré hondo, me tranquilicé,
después me reí: no había pasado nada,
había sido solo mi imaginación. Me senté en la cama y sentí una molestia, me
llevé la mano al pecho y con el dedo toqué
un agujero chiquito que había traspasado la remera.
-