jueves, 30 de abril de 2020

Convivencia




Convivencia.
Ed Pareta 30/4/2020

Tuve la suerte de caer en una casa donde usan la expresión “Es de buena madera” para referirse a una cosa o persona noble, y nunca usan “sos de madera” para referirse a una persona de pocas luces. No me quejo. El trabajo es bastante bueno aquí, solo hay que soportar las discusiones que tienen encima de mí, sobre todo en la cena. A veces, hasta quiero aprender a hablar para refutar algunas cosas que escucho. El otro día, hará una semana  -ya me acostumbré a medir el tiempo como ellos, mantuvieron una discusión acerca del existencialismo. De eso no entiendo.  Fue brava: en un momento creí que se iban a las manos. Pero eso no va a pasar, solo es la efervescencia del vino que los pone chispeantes. Cuando ellos derraman el vino, yo lo recibo de buena manera: eso sí, no soporto la lavandina que me pasan al otro día. Que porquería la lavandina.
Los desayunos son más tranquilos; por lo general, hablan de ecología, de eso entiendo mucho, me interesa y paro mis antenas. Están preocupados: el mundo va a la deriva, dicen. Suelen estar de acuerdo en el pesimismo y no pelean. Las charlas se cierran casi siempre de la misma manera: uno de los dos pregunta “¿Cómo será tu día hoy?”,  y el interrogado presenta una lista de actividades que va a desarrollar en la jornada. Levantan las cosas que contengo en una práctica de cooperativismo tácito, y pasan un trapo ligeramente, celebro que no sea exhaustivo, me encanta la miel que baja por mis vetas, espero ese momento de la mañana.
El resto del día, poco y nada.  A veces ella compra una porción de torta para la merienda, por lo general es de chocolate. Creo que es el invento humano que más me gusta.  La disputo, eso sí, con los dos gatos que se lanzan desesperados hacia las migajas, pero algo siempre queda para mí.
No me quejo. El trabajo que derivó de mi condición de árbol no es pesado. Peor hubiera sido soportar la permanente humedad que se padece en un barco o la quietud decorativa estampada en una pared de comisaría. Son raros los humanos. Extraño el bosque.

sábado, 18 de abril de 2020

Medanos


Médanos
Ed Pareta abril 2020


Esa tarde de verano caminamos más lejos de casa, no había que ir  a la escuela al otro día. Cuando voy con mi hermano Roberto, no tengo miedo. Una vez me defendió de un chico más grande que yo, que era del pueblo nuevo; me había hecho una trabada y caí para adelante. Por suerte mi hermano estaba cerca y vio todo, lo corrió mientras le gritaba que me dejara tranquilo o le iba a romper los dientes de una trompada. Cuando volvió me dijo con la voz agitada: -“Este no te va a molestar más”-.
Salimos del pueblo y caminamos por las vías en dirección a los médanos; nunca venimos para este lado, mami siempre dice-“¡No vayan a los médanos!”
_ ¿Vos sabes porque no nos dejan venir para acá? le pregunté
_No, nunca me lo dijeron.
Mi hermano es cinco años más grande que yo y es grandote, siempre me cuida para que no me pase nada. Mientras caminábamos, me imaginaba qué es lo que hay allá: ¿un hombre malo? ¿Un viejo que les pega a los chicos? ¿Animales salvajes? Papi contó que una vez apareció un puma en el campo de Silvi. De pronto escuchamos unos ruidos entre los pastos al costado de las vías y algo se movió rápido. Mi corazón latió fuerte. _Es un cuis – dijo mi hermano. Alcanzamos a verlo cuando bajó por la montañita y se perdió en una cuneta.
_ ¿Y si viene el tren justo ahora? – pregunté
_No, ya pasó el tren que viene de Buenos Aires.
Yo me quería volver pero no dije nada, hacía calor y el sol todavía estaba alto. No se veía a nadie por ahí, solo pajaritos, mariposas y algún perro vagabundo.  _Allá se ven _dijo mi hermano y camino con más entusiasmo. Pensé en la hora de la comida, tenía hambre y sed pero no me quejé, Papi y Roberto me cargan cuando voy a la obra con ellos, me dan un martillito y una bigornia y me mandan a picar ladrillos para el contrapiso, mi mamá me prepara dos sanguches y bebida y yo cada cinco minutos paro para comer, ellos dicen que soy haragán y se ríen.
Por fin llegamos a los médanos, nos quedamos mirando un ratito y me tranquilicé, ahora pronto volveríamos a casa. Roberto se puso a escarbar, la tierra estaba blandita porque había llovido el día anterior. Yo también escarbé mientras miraba para todos lados por si aparecía alguien.
_ Mirá – me dijo
_ ¿Qué es?
_ No sé, parece una punta de flecha, es de piedra.
_ ¿De quién sería?
_De los indios.
_ ¿De los indios? pregunté mientras miraba si venían a buscarnos.
_Sí, papi me dijo que acá había indios.
_ ¿Y ahora?
_No, ya no.
Seguimos haciendo un pozo en el costado de un médano. Mis manos se habían puesto negras del barro, miraba la sombra y parecía un gorila grande, lo agarré del cogote a Roberto.
_ ¿Qué haces?  
_ Mirá la sombra, parece un gorila.
_ Para, acá hay algo.
_ ¿Qué es?
_No sé, ayudame, anda sacando la tierra a un costado.
Roberto siguió escarbando con más fuerza y de reojo vi algo blanco, redondeado.
_ Es algo duro.

Lo golpeó con la punta de flecha que habíamos encontrado, sonaba hueco.
De pronto Roberto sacó una bolsa del bolsillo y guardó  aquello, se paró y me dijo: Vamos - Y salió corriendo, yo atrás de el sin saber lo que había puesto en la bolsa, corrimos y corrimos un tiempo largo, cuando las fuerzas no nos dieron más, paramos.
-         ¿Qué había?
-         Una calavera.
-         ¿En serio?
-         Debe ser de un indio.
Caminamos sin decir nada hasta que llegamos al paso a nivel, doblamos a la derecha y ya estábamos de nuevo en el pueblo.
- ¿Pero lo trajiste ahí en la bolsa?
- Sí, no digas nada.
- Escuchame, “Gurrumín”, cuando lleguemos a casa, vos entretenela a mami y yo paso directo a la pieza.
- Está bien, pero no me gusta nada esto.
- Quedate tranquilo, no va a pasar nada.
Yo soy el menor de cuatro hermanos: dos varones y dos mujeres. A mí me dicen Gurrumín. Comparto el cuarto con mi hermano, y por ser el más chico, a veces me salvo del enojo de papi. Como esa vez que se levantó de la siesta y nos encontró fumando “Fontanares 12” debajo de la higuera. Manoteó una madera con un clavo y nos corrió; yo me tiré debajo de la cama y estuve ahí un buen rato hasta que todo se calmó.
- Hablé con mami que nos preguntó dónde habíamos estado.Pero Roberto guardó la bolsa rápido y contesto antes que yo:
- En el club.
- Qué raro, porque el Vasquito vino al bar con su papá, venían del club y no me dijo nada de que los había visto– dijo mami.
- Sí, lo vimos al Vasquito pero él no nos vio porque después nos fuimos al campo de Cappa a cazar pajaritos.
- Bueno, lávense las manos que pronto va a estar la cena.

Nos miramos aliviados, aunque yo no podía con mis nervios. ¿Cómo haríamos con eso ahí? ¿O mi hermano tendría otro plan? ¿Lo llevaría al baldío que queda antes de la casa de la tía Isabel,  No pude preguntarle en ese momento. Nos lavamos las manos y nos cruzamos con las chicas que nos miraron como diciendo;- “Ustedes esconden algo”-. Casi siempre comemos los cuatro porque mami y papi atienden el restaurante. Yo miraba el plato para no mirar a mis hermanas a los ojos. No tenía que contar lo que escondíamos,  porque Roberto se enojaría conmigo. Las chicas ayudaban con las tareas de la casa y sirvieron la comida como todos los días. El colchón de arvejas es uno de mis platos preferidos, la comida me distrajo por un momento.  Después de comer,  me fui un rato al salón del bar donde casi todas las noches hay guitarreada, no quería irme a dormir con ese coso en algún lugar de la pieza. Papi cantaba alguna zamba con el Clifton en los labios y apagaba las brasas que quedaban en la parrilla y; después dijo: “Se cerró la cocina” como para que nadie le pidiera algo más de comer.

A la una de la madrugada, todas las noches se corta la luz en el pueblo hasta las seis. En verano, me dejan estar hasta un poco más tarde: me mandaron a acostar a las doce; mis hermanos se quedaron hasta que cerró el bar y ayudaron  a limpiar. Fui a la pieza, prendí la luz y me tapé todo aunque hacía calor. Dejé la luz prendida. Intenté dormirme pero no pude, no sabía todavía dónde Roberto había guardado eso. Miré debajo de mi cama pero ahí no estaba. Transpiraba y el corazón era un galope de caballos. Al rato, vino Roberto a dormir:
- ¿Qué hacés tapado con el calor que hace? ¿Le tenés miedo a una calavera?
- ¿Dónde la guardaste?
- Acá en el ropero, mañana vemos que hacemos, no le tengas miedo, los   muertos no molestan, hay que tenerles miedo a los vivos como dice papi.
- Sí, tenes razón - le dije.
Luego, una vez terminada la tarea y preparado todo para el otro día, mami pasó a rezar el padre nuestro y nos dio las buenas noches, apagó la luz y quedó todo en silencio. Un perro ladró a lo lejos, no se veía  nada, no se escuchaba nada. El tiempo no pasaba, hice fuerza con los ojos para cerrarlos más y que pareciera que me dormía. Los abrí de nuevo, creí ver una claridad, los cerré rápidamente porque me asusté. Se me puso la piel de gallina y seguí transpirando. Pensé: Soy un tonto. No pasaría nada como me dijo Roberto. Ojalá tuviera la serenidad de él: para eso tenía que esperar a ser más grande. El tiempo no pasaba. Cada tanto abría los ojos para ver si ya estaba clareando, pero seguía todo oscuro.
El indio apoyó la flecha larga en mi pecho, me dijo algo que no entendí y con cada  palabra me afirmaba más la punta de la flecha, me lastimaba. Estaba enojado. Estaba con un indiecito y busque su mirada para entender, pero también me miró mal. Pensé que me iba a morir. Intenté llamar a Roberto para que me defendiera pero estaba paralizado, no podía hablar.
-         Chicos, a levantarse.
Me desperté sobresaltado, no sé cuándo me dormí, ya era de  mañana. El sol entraba con fuerza por la ventana. Roberto todavía dormía. Respiré hondo, me tranquilicé, después  me reí: no había pasado nada, había sido solo mi imaginación. Me senté en la cama y sentí una molestia, me llevé la mano al pecho y con el dedo toqué  un agujero chiquito que había traspasado la remera.

-