Malas palabras
Ed Pareta
Conocí a muy pocas personas a quienes les queda bien
decir malas palabras, Una de ellas fue Roberto Fontanarrosa, por ejemplo;
cuando pronunció su discurso en el recordado congreso de la lengua que provocó
la risa de todos los concurrentes. ¿El secreto estará en decirlas con gracia y
oportunamente? No lo sé, si fuera así, no cualquiera puede decirlas con gracia.
Voy a contar la historia de una persona que decía malas palabras y no moría en el intento, más bien, su público esperaba que las dijera, construyó un código con la gente por el cual le permitían decir casi cualquier cosa.
Para contar esta
historia, voy a cambiar el nombre de la persona, temo que si no lo hago, algún
día leerá este texto y me mandará a la mierda.
Manuel “Vacilón” Macerio es el creador de una
orquesta de baile que lleva su nombre. La orquesta tiene cincuenta años de
existencia, todavía sigue animando
bailes en la zona de Junín y por supuesto su creador seguirá puteando a la
gente ¿O ya no lo hace más?
Lo conocí en los años setenta en el club Rivadavia
de Lincoln, El primer día que lo escuché, miré alrededor pensando que se iba a
armar la madre de las peleas, pero no. La gente festejaba frases como estas:
Vieja guampuda, dejala a tu hija que salga a bailar
¿O tenés miedo de que la preñen? Le decía a una mujer que concurrió al baile
con su hija. ¿Y vos cornudo? ¿Qué esperás para sacarla a bailar? Le vomitaba a
un joven que estaba parado esperando el momento para “cabecear” a la joven con
el riesgo de que salga “la vieja”.
Mientras cantaba, miraba al público desde arriba del
palco y repetía “Que vacilón” mientras estudiaba posibles situaciones en las
cuales intervenir y lanzar su ponzoña. ¿Y vos que mirás cara de nabo? ¿Me vas a
comprar? Remataba.
En los bailes por esos años, la orquesta tocaba toda
la noche y como dice el Martín Fierro: “nunca faltan entreveros cuando el pobre
se divierte” y si Manuel advertía que se estaba gestando una trifulca, les
decía algo así: “Che, mangas de hijos de puta, acá venimos a divertirnos” “A
pelear al Luna Park” si esta proclama no alcanzaba; bajaba el mismo mientras la
banda seguía tocando, les ofrecía a los
potenciales gallos de riña un dinero para que se compren una cerveza y los
separaba. Por lo general, la cosa terminaba ahí.
Distante del gracejo de Fontanarrosa o del grito
épico de Alterio en Caballos Salvajes, Macerio hablaba toda la noche como una
letrina, no escatimaba esfuerzos para que la pista estuviera colmada durante
toda la jornada. Se sentía feliz cuando veía las cabecitas moviéndose ocupando
todo el espacio, aún así; seguía con su repertorio:
Muevan las tabas viejos de mierda, ¿Qué tienen?
¿Calambres en las patas? ¿Y vos? ¿Qué moves las manos como muñeco de gomería?
¿Tenes paludismo? ¿O te agarró el mal del sambito? La gente estallaba en
carcajadas y lo miraba pidiéndole más:
Che flaco, a vos te digo: ¿tu pareja tiene lepra acaso? Apretala, no seas
maricón. Miralo al chueco bailando, puede pasar una pelea de perros por entre
sus patas. ¿Y aquel otro? Baila apretado como culo de ciclista. Aviso para los
pajeros que miran: allá hay una mina tetuda que está desesperada por bailar.
Me gustaría, un día de estos, ir a un baile de
Manuel “Vacilón” Macerio. Está más grande y habrá cambiado seguramente su discurso
machista, homofóbico y grosero, la sociedad cambió mucho desde entonces, en
algunas cosas para bien.
De esto me reía, hoy no me daría gracia. Sigo
pensando que las malas palabras deben decirse con gracia y en un momento
oportuno.
Otro humorista: Jorge Corona, dice en sus rutinas de
humor que malas palabras son; guerra, hambre, destrucción y no las que dice él.
Conocí a muy pocas personas a quienes les queda bien
decir malas palabras, una de ellas, fue el “negro” Fontanarrosa.