sábado, 10 de julio de 2021

Sugestión a la carta

 

Sugestión a la carta.

 

Cuando trabajábamos con él, sabíamos que algunas cosas pasarían. A mi compañero Gigio: le gustaban mucho las situaciones bizarras o  aquellas que se salían de lo común y mientras hacía vibrar la caña de su saxo tenor; relojeaba posibles hallazgos en ese sentido.

Estábamos haciendo la Temporada de verano en Mar del Plata con la orquesta “Los Ángeles”, se sumaba para completar el elenco el animador que llevaba el hilo conductor del espectáculo.

Él, se llama Oscar Di Tullio,  quien tuvo su cinco minutos de popularidad cuando condujo por la televisión un programa de juegos: “El casino del 9”.  

Con esta formación, tocábamos en “Ferimar” que era un gran galpón en la zona del puerto con puestos de venta de ropa y misceláneas, patio de comida y un show pensado para después de la playa. Los fines de semana, tocábamos a la noche en un restaurante céntrico.

La cena show en el restaurant se dividía en dos partes, una entrada de música instrumental mientras la gente comía, con un repertorio amigable con la digestión, tranquilo y sin sobresaltos. En la segunda parte, hacía su aparición Oscar: vestido de elegante frac negro, camisa blanca y moño al tono. Los zapatos acharolados de un brillo impecable. La muletilla para empezar su faena era la siguiente: Como suena la orquesta Los Ángeles fuerte el aplauso señoras y señores - Se producía el primer aplauso de la noche. El último tema instrumental de la segunda parte era De Buen Humor  (In The Mood) entonces el animador redoblaba la apuesta interpelando a los presentes: ¡!!No tiene nada que envidiarle a la orquesta de Glenn Miller señores!!!.- Y el aplauso se renovaba con más fuerza. Luego venía una parte de música cantada para bailar y más tarde, cuando la playa había sido conquistada y el músculo y los reflejos estaban aletargados por efecto del alcohol; el animador hacía su propio show.

Voy a relatar aquí lo que pasó un día, de esos en que se reiteraba el formato que tenía éxito, o eso al menos era lo que creíamos.

Preguntó en primer lugar si había matrimonios que cumplían años de casados, siempre había algún aniversario, una mujer levantó la mano, el marido miró a su compañera y se mostró sorprendido. Los hizo pasar para homenajearlos. Todo lo hacía con una aparente solemnidad y ubicando bien los tonos de su alocución:

-         Hermosa pareja que hoy cumple años de casados ¿Cuántos años de casados cumplen mi amor? – le decía a la mujer

-         Cuarenta

-         ¿Cuarenta años? Esto merece un gran aplauso. El público esperaba la evaluación del conductor sobre los momentos en que debería aplaudir y obedecía.

-         Y voy a ser curioso: ¿Qué te regalo el caballero?

-         Una cadenita

-         ¿Cuarenta años y te regaló una cadenita? Y seguro que es enchapada. Miraba buscando la complicidad de la gente y se produjeron las primeras risas. El hombre se rio también.

-         Pero que miserable, con todo respeto lo digo eh- Miró al “caballero” para tantear si podía seguir en esa línea.

-         ¿Cómo es su nombre caballero?

-         Ricardo

-         Ricardo, muy bien: ¿a qué se dedica Ricardo? Antes de que el hombre, a esta altura “la víctima”, pudiera responder, el alejó el micrófono y dijo lo que supuestamente le había respondido el entrevistado.

-         Traficante muy bien. El público soltaba una carcajada con ganas.

 Está bien, cada uno hace lo que puede para ganarse la vida- remató como para suavizar. La víctima movió su dedo índice de un lado hacia otro para negar lo que dijo el animador.

Entonces, esa situación le daba pie para contar un chiste:

-         Resulta que me encontré el otro día con un compañero de la escuela, le dije ¿Cómo andas Alfredito tanto tiempo? Acá andamos, ¿A qué te dedicas? Trafico órganos humanos. Me contestó mi amigo. Tú no tienes  corazón, le dije. Ahora no tengo, pero recibo uno la semana que viene. Este chiste no era de resultado unánime, algunos ponían cara de repugnancia.

-         Volvemos a la pareja que estamos homenajeando. ¿Cómo se comporta el caballero?

-         Bien,

-         ¿La trata bien? ¿Le trae regalos?

-         Sí, regalos…

-         Cada cuarenta años, ya veo. Bueno, no pierda la esperanza, cuando cumplan ochenta años de casados le va a traer una cadenita de oro.

Cuando percibía que el “homenajeado” podía resistir un poco más, lanzaba su misil más agresivo:

-         Le hago una pregunta caballero: ¿Usted anda bien de la próstata?

-         Sí, ¿porque me lo dice?

-         No, porque lo observé que se levantó y fue muchas veces al baño.

En ese momento, el público estallaba en una carcajada homérica y nuestro “Don Francisco” sabía que había llegado al límite de lo posible y ponía su cara más seria y a continuación, peroraba con un monólogo tan kitsch como efectivo:

-         Esto que hago es una apelación al humor y a reírnos de nosotros mismos, espero que el caballero no se haya enojado. Lo miraba de reojo para corroborar  su estado y esquivar una potencial piña. Porque como dice mi amigo Jorge Corona; mala palabra es hambre, violencia, destrucción, no lo que hacemos los humoristas y conductores para pasar un momento agradable.

La gente lo interrumpió con un aplauso, ahora sí unánime y algunos gritos de ¡!!Bravo!!! Oscar se dio vuelta y miró a la orquesta como diciendo, zafé una vez más.

-         Invito a este hermoso matrimonio a sentarse con un fuerte aplauso y ahora hablando en serio,gracias por su sentido del humor caballero. Le daba la mano al señor y un beso a la señora.

Nos miramos con Gigio y sin decir palabra, pensamos que Oscar era un maestro de la psicología de la calle, aunque, coincidíamos en que el límite del buen gusto, lo había traspasado ampliamente.

Por esos años, había llegado a la argentina el ilusionista David Copperfield y revolucionó el concepto de show de magia que se conocía hasta entonces, había incorporado la levitación y otros efectos especiales. Oscar no dejó pasar ese dato e incorporó su propio show de ilusionismo, lo hacía al final de la noche. Se vistió con una capa negra y larga y se pintó los ojos. Para ese momento, nos encomendó que tocáramos sonidos incidentales que generaran misterio, yo puse la sordina a la trompeta y dibujé sonidos arriba de acordes con tensión “a lo Wagner” que producía la base de la orquesta.

Salía al escenario y la gente aplaudía con cierto nervio, no sabía si tomarlo en serio o no. Miraba con cara de pocos amigos y fijaba la vista en alguna persona que él consideraba vulnerable.

-         Señoras y señores, en esta parte del show, les pido la mayor concentración porque me demanda mucha energía y desgaste físico. Ustedes saben que se está presentando con mucho éxito en el país el ilusionista David Copperfield, bueno, les cuento que tuve la suerte de verlo en su hotel de Buenos Aires y me pasó algunos trucos para que incorpore en mi performance. A raíz de esto, y con la profesionalidad que me caracteriza, fui a tomar clases de levitación, llegué al lugar que indicaba el aviso y pregunté por el profesor: “Ahora baja” me respondió el secretario. Ahora llega el momento de mayor concentración. Pare la orquesta. Voy a invitar a alguna persona que quiera comprobar mi poder de hipnosis que me legó mi amigo Copperfield. Ustedes saben que no le cede a cualquier persona su secreto. En primer lugar: ¿Hay alguna persona impresionable en la sala? Si es así, le pido que en esta momento, salga a fumar o al baño. Bien, ahora: ¿Quién quiere pasar al escenario? Les recuerdo que esta prueba está muy probada y que nadie va a salir afectado, está chequeada por la sociedad argentina de cardiología. ¿Nadie se anima?

Al cabo de algunos segundos tensos, alguien se paró tímidamente de su silla y Oscar pidió un aplauso fuerte para la señora, por lo general, eran mujeres quienes se animaban a someterse a esta prueba. Entonces la mujer avanzó hacia el centro del escenario. Para darle más dramatismo al cuadro, le preguntó:

-         ¿Usted está segura de lo que va a hacer?

-         Sí - La mujer se rio nerviosa.

-         Bueno, le pido que a partir de este momento me mire fijo a los ojos, nada le va a pasar, confíe en mí,  deje los pensamientos para otro momento, sólo míreme fijo. Ahora sí le voy a pedir a la orquesta que me acompañe con algunos sonidos que nos lleven a un clima propicio. ¿Está lista? Bien, la voy a envolver con mi capa, usted no se asuste. A la cuenta de cuatro, usted se va a dormir.

La cubrió con su brazo derecho de manera que quedara semi oculta para él público. La capa cubrió el cuerpo de la mujer, sólo se veía la cabeza  como en un retablo de títeres. Le susurró cosas al oído buscando complicidad para llevar adelante el cuadro.

 

-         Bien, ahora sí. Silencio por favor. A la cuenta regresiva de cuatro, Usted se va a dormir. Cuatro, tres, dos, uno…

 

La mujer comenzó a aflojar suavemente la tensión muscular y se desplazó hacia abajo, Oscar hizo un esfuerzo para mantenerla de pie, trastabilló y miró hacia la orquesta como pidiendo ayuda. Reculó unos pasos y de reojo vio el waffle de sonido, se apoyó con una mano para no caerse y decidió salir de esa situación.

-         Bueno, a la cuenta de cuatro, Usted se va a despertar: cuatro, tres, dos, uno.

La mujer despertó con cara de asombro. El aplauso fue general, alguien se paró y lo siguieron todos.  Se escucharon los bravos ahora vociferados por más personas. En ese momento, con la orquesta, tocamos el tema de cierre. Era el final del show. Oscar saludó varias veces agachando su cabeza y abriendo sus brazos como el hombre de Vitruvio y luego, con un saltito elegante, desapareció de escena y se dirigió hacia el camarín, Tocamos una vuelta más del tema y crecían los rumores de satisfacción en la gente. Cuando se produjo el silencio de la orquesta, pusieron música funcional y nos retiramos también elegantemente. Cuando nos reunimos con Oscar en el camarín, estaba secándose la transpiración y parecía agitado.

-         ¿Ustedes pueden creer que la vieja se durmió en serio?