GUAMINI.
Ed Pareta.
(Sierra de
la ventana / Buenos Aires julio 2016)
Juan decidió contactarse con Ricardo,
se sonrió al pensar esta travesura y aunque la ansiedad no es una
característica que lo defina y menos en estos tiempos, tuvo la necesidad de
comunicarle la idea ni bien se le ocurrió. La relación de ambos fue difícil y
sólo después de mucho tiempo y controversias se produjo un acercamiento maduro,
en realidad, fue Ricardo quien usó la palabra “amigo” para dirigirse a Juan en
una situación muy especial. Juan quiso agradecerle dicho gesto dado que no lo
pudo hacer en aquel momento y le propuso reunirse a comer algo y charlar largo y
tendido sin importar los tiempos, sólo discurrir y ponerse al día. Ricardo
accedió al convite pero puso algún reparo, le parecía un poco atrevida la
propuesta, Juan lo convenció y le sugirió dos condiciones: que sea cerca de una
laguna ya que de chico vivió cerca de una y que sea un almuerzo porque el a la
noche cena livianito.
- - Ja Ja. Esto es una ironía, ¿sabe
Usted lo que me paso una vez en un río? – le dijo Ricardo (no
se tuteaban) Resulta que una vez, en el
arroyo Las Tunas…
- - No, nunca me lo contó – dijo Juan interrumpiéndolo – mejor me la cuenta el día del encuentro.
- - De acuerdo, hasta entonces.
Mario es camionero
desde que tenía 20 años, hoy tiene casi 60 y está pensando en jubilarse, sobre
todo a partir del nacimiento de su primera nieta el año pasado. Tiene tres
hijos y el mayor, Nicolás, le dio esta alegría al hacerlo abuelo. Es un hombre
de gustos simples y aferrado a los afectos, nada lo hace más feliz que
compartir un asado con la familia los domingos que no viaja. No sabe cuándo
empezó a ocurrir pero la ruta ahora le parece una cinta de tedio, antes le
gustaba manejar horas y horas y se jactaba de que podía llegar a hacerlo casi
todo el día sólo parando para cargar el agua del termo y adentrarse en el
submundo irrespirable de los baños de las estaciones de servicio. Por suerte,
pudo dejar de fumar hace algunos años
por la advertencia de su médico, pasaba todo el día a mate y cigarro y a veces,
no se acordaba de comer. Ciertas tardes cuando el viaje lo aburre, recita su
propio nombre y sus datos, cuando la caminera se pone quisquillosa le piden que
diga en voz alta quien es y cuál es su destino y la carga que lleva - Mario Osvaldo
Pedemonte, argentino 59 años, casado, transporto hierros para la construcción –
recita con sorna. De esto está cansado también, de la arbitrariedad de los
policías camineros y el desastroso estado de las rutas. Pero lo que más le
preocupa últimamente, es el temido “sueño blanco” que es un estado donde se
pierde la noción del tiempo y el espacio, se produce cuando la jornada de
manejo es muy larga y rutinaria, dura unos instantes pero en ese momento puede generar
una pérdida del control del vehículo, le pasó algunas veces sin consecuencias
graves. El mediodía del 27 de julio de 2016, Mario venía rodando en lo que era
su ruta habitual y sintió los síntomas de un agotamiento general y se asustó,
decidió parar en la estación de servicio más cercana que encontrara para
descansar y comer algo, anduvo unos pocos kilómetros y llegó a la YPF de
Guaminí en el cruce de las rutas 33 y 85, estacionó el camión prolijamente,
tomó coraje e ingreso al “impenetrable” baño y se lavó la cara con abundante
agua fría. Eligió una mesa alejada del bullicio en el parador de la rotonda. Se
acercó la moza y tomó su pedido, entraría con una empanada y luego carne al
horno con papas y como una excepción, pidió un vino, nunca toma cuando maneja,
pero está cerca de su casa y ya viene sin carga. Luego de hacer el pedido, se
sintió reconfortado y miró a la gente del comedor, un grupo de camioneros que
no conocía, gente que anda de paso, grupos de hombres jóvenes, mientras esperaba
la comida se preguntó ¿qué será de la vida de estas personas? ¿A qué se
dedican?, etc. En ese paneo, observó a los dos hombres en la mesa que está en
una de las puntas del local, le llamo la atención algo y fijó la mirada sobre
ellos, tenían como una especie de halo alrededor de sus cuerpos, una luz envolvente, miró a las demás mesas pero no veía el mismo
efecto, lo atribuyó a la luz del mediodía que suele jugar con los reflejos y
sobre todo a su cansancio. La moza le trajo el vino y le agradeció con un
movimiento de su cabeza, tomó el primer sorbo y lo saboreó despacio, volvió a
mirar a los dos hombres y se quedó unos segundos paralizado, se restregó los
ojos y volvió a mirar.
-
No puede ser – se dijo a sí mismo.
-
Estoy más cansado de lo que creo – pensó – algo me pasa definitivamente.
Observó a
los demás comensales pero nadie estaba viendo lo que él veía o nadie reparó en
esa mesa, como la imagen no se le borraba llamó a la moza.
-
-Usted conoce a esos dos hombres de
allá, los de la punta? – le pregunto.
-
-No señor – contestó la joven
- -¿Está segura?
- -Sí señor, estoy segura, nunca los vi
por acá.
- - Gracias – le dijo Mario resignado y más
preocupado aún.
En ese
momento, los dos hombres llaman a la moza y le piden la cuenta, pagan y se
levantan. Caminan hacia la puerta riendo y hablando con gestos de cordialidad.
Salen por la puerta principal y se pierden en la luz de un mediodía de
invierno.
Mario llama
nuevamente a la moza.
- -Señorita, perdón la insistencia ¿le
puedo hacer una pregunta?
- -Si señor pregunte nomás.
- -¿Usted me asegura que no conoce a
esos señores que acaban de irse?
-
La
chica ríe nerviosa y le contesta – No, le
dije que no.
- - Le pido un favor, no me traiga la
comida que le solicite, le pago de todas maneras y me voy.
- - Bueno, como usted quiera – le dijo la moza desorientada.
Mario salió
lentamente del restaurant con una decisión
ya tomada, va dejar el camión hoy mismo, cuando llegue se lo va a comunicar a Bety, su mujer.
Es demasiado.
Perón
y Balbín almorzando en Guaminí