lunes, 19 de diciembre de 2016

Estados.
Ed Pareta 18/12/2016

La charla discurre en una sobremesa y versa sobre la clasificación del estado de las materias, no tiene la pasión de una discusión política pero genera interés en los tres comensales. Uno de los cuales, el más veterano, se sorprende al enterarse que el vidrio no constituye un estado sólido. Tal afirmación la hizo el comensal más joven que estudia química en la facultad.
- Que loco, cuantas cosas damos por sabidas y que en realidad no son como nosotros creíamos - dijo el veterano con cierta desazón.
- ¿Pero entonces que estado tienen los vidrios? - pregunta la única mujer de la mesa.
- No está definido con certeza -dijo el joven con autoridad y agregó - algunos investigadores sostienen que el estado vítreo se trata de un líquido subenfriado o un líquido con una viscosidad tan alta que parece sólido sin serlo, justo estoy estudiando eso.
Luego de las afirmaciones del estudiante se produjo un oportuno silencio para terminar el último trago de vino que quedaba en las copas.
- Vaya casualidad, terminé de leer un cuento de Salinger en donde dice algo así como que "la felicidad está en estado sólido y la alegría en estado líquido" - dijo el hombre veterano.


Una vez que se terminó el líquido en las copas, los tres se levantaron de la mesa a llevar la vajilla usada a la cocina en una práctica de cooperativismo tácito.
Los comensales salieron del cuarto y cambiaron su estado a ex comensales, pensando tal vez que el estado de las emociones como el vidrio no se clasifican. El comedor cambia de estado a sala
vacía
.

domingo, 11 de diciembre de 2016

La mujer que va a explotar.
Ed Pareta 11/12/2016
Nota: basado en un hecho real, los nombres fueron cambiados.

La mujer que va a explotar.

 

Como en el cuento de Monterroso, cuando subí al micro, la mujer ya estaba ahí. Nadie la vio excepto Miguel, que ahora oficia de chofer como otras veces lo hace de guardaespaldas, manager, etc.

Esa mañana nos íbamos de gira para el norte de Entre Ríos. Me pasaron a buscar por Av. Del Tejar y General Paz. Los compañeros me saludaron pero noté una actitud rara, como si hubiera pasado algo y no fuera el momento oportuno para que me lo contaran. Cuando por fin me senté en mi asiento habitual, Cirilo (el trombonista), entre mate y mate, me dijo lo de la mujer.

El micro está preparado con una fila de asientos y un reservado donde hay camas pero al que solamente tiene acceso “el jefe”. El asiento que compartimos con Cirilo está justo adelante del biombo que separa ambos ambientes. Los viajes se acomodan conforme pasan los kilómetros, la expectativa y excitación inicial deja paso luego a un estado más contemplativo dado por el sonido monótono del caucho al rodar por el pavimento, algunos caen en un sueño liviano hasta que, kilómetros más adelante, se renueva el ánimo y se arma una mesa de truco o una nueva ronda de mate y así se va pasando.

 Esa noche íbamos a tocar en Concordia con Ángelo que es un exponente de “el circuito de la bailanta” y es conocido aún hoy por su éxito “Mira cómo se menea” que suena en los boliches bailables e incluso en los lugares más recoletos.

A Ángelo le gustaba manejar el micro  y escuchar acordeonistas de todas partes del mundo, y ese era mi punto de contacto con él: me iba adelante cuando todo estaba en calma y le preguntaba por el origen de los músicos que escuchaba. Le gustaba  comer bien y cuando parábamos en la ruta era generoso con los viáticos, eso es lo que tenía de bueno, pero había que tenerlo cortito con la plata: decíamos (por lo bajo) que para sacarle un billete había que operarlo.

 En cercanías de Ceibas, los músicos empezaron a remolinear cerca del chofer porque “había que renovarle el agua a la aceituna” y además porque empezó a “picar el bagre”. Ante la presión y para descomprimir a las masas, Miguel preguntó:

- ¿Quieren parar en esa parrilla?

- Siiii fue la respuesta en coro de músicos y “plomos”.

 Bajamos y luego de volver del baño vimos bajar a Ángelo, pero de la mujer ni noticias. “El Jefe” como lo llamábamos, es alto y caucasoide tiene el pelo negro y ensortijado, y un bigote a lo “Clark Gable”, y es flaco a pesar de que come como lima nueva.

Nos sentamos en una larga mesa afuera del local

-         ¿todos comen asado? – pregunto Miguel sabiendo que en el staff no hay veganos

-        Siiii – respondimos enfáticamente.

Una vez ordenado el menú empezamos a mirarnos entre todos y preguntarnos por la mujer ¿no baja a mear? El micro carece de baño…¿No se lava las manos? ¿No come?  Por fin llegaron los reparadores chorizos y masticamos al unísono. Nadie habló, salvo Pedro, o “fotógrafo de avión” (porque toma de arriba), que inesperadamente soltó:

“Va a explotar”

 Nos quedamos paralizados y automáticamente miramos al “Jefe” para ver si se daba cuenta de que Pedro se refería a la mujer, pero aparentemente no: siguió masticando su choripán y mirando al horizonte, pensando quizá la letra de un nuevo “hit” cuyo estribillo podría decir:

            “Esta mujer es una bomba

            cuando mueve sus caderas

            mi corazón explota…”

Luego de los chorizos, vinieron el vacío, las mollejas, las costillas y una sobremesa matizada con chistes y cuentos verídicos y no tanto. Después, a la ruta nuevamente: más y más kilómetros, horas tras horas, siesta, mate, truco, cuentos, hasta que ya nada parece divertido y sólo querés llegar a destino. Hicimos la última parada relámpago para ir al baño, ya habíamos pasamos hace rato Colón y sus palmares. Hablábamos en voz baja entre nosotros sobre cuanto podíamos estar sin mear, y alguien que nunca falta contó una anécdota personal:

 “Una vez mi tío estuvo todo un día sin ir al baño”, eso se llama estranimiento, una vez me pasó dijo como llevando un poco de rigor científico a la charla, pero enseguida un tercero lo corrigió:

 – No animal se llama es tre ñi mien to remarcando las sílabas para hacer más notable la corrección. Lo leí una vez en el diario – agregó.  – Bueno, por ahí la mujer sufre de eso – aportó en un tono conciliador el veterano Machado, tecladista de la banda.

El sol se había puesto sobre el horizonte. Los últimos reflejos se filtraban a través de las palmeras. Cielo de verano, ilusión de sábado por la noche, víspera de fiesta, el día esperado por muchos.  Llegamos a Concordia más precisamente al club Entrerriano donde sería el baile. Bajamos para “estirar las patas” y reconocer el lugar, y en eso vimos bajar del micro a Ángelo y a la mujer, que era en principio un ser humano como otros. La seguimos con la mirada, nos levantó la mano a manera de saludo a lo lejos y se dirigió a un costado de la pista de baile. Luego de preguntar a un parroquiano, la seguimos discretamente y vimos dos puertas dispuestas paralelamente a una distancia de dos metros aproximadamente. Todos los movimientos de observación los hacíamos en forma sincronizada cual equipo de natación artística, hasta que por fin pudimos leer arriba de sendas puertas un cartel pintado en rojo carmesí: “Gurisas” y “Gurises”.

sábado, 30 de julio de 2016

GUAMINI.
Ed Pareta.
(Sierra de la ventana / Buenos Aires julio 2016)



Juan decidió contactarse con Ricardo, se sonrió al pensar esta travesura y aunque la ansiedad no es una característica que lo defina y menos en estos tiempos, tuvo la necesidad de comunicarle la idea ni bien se le ocurrió. La relación de ambos fue difícil y sólo después de mucho tiempo y controversias se produjo un acercamiento maduro, en realidad, fue Ricardo quien usó la palabra “amigo” para dirigirse a Juan en una situación muy especial. Juan quiso agradecerle dicho gesto dado que no lo pudo hacer en aquel momento y le propuso reunirse a comer algo y charlar largo y tendido sin importar los tiempos, sólo discurrir y ponerse al día. Ricardo accedió al convite pero puso algún reparo, le parecía un poco atrevida la propuesta, Juan lo convenció y le sugirió dos condiciones: que sea cerca de una laguna ya que de chico vivió cerca de una y que sea un almuerzo porque el a la noche cena livianito.

-           -   Ja Ja. Esto es una ironía, ¿sabe Usted lo que me paso una vez en un río? – le dijo Ricardo  (no se tuteaban) Resulta que una vez, en el arroyo Las Tunas…
-           -    No, nunca me lo contó – dijo Juan interrumpiéndolo – mejor me la cuenta el día del encuentro.
-         -    De acuerdo, hasta entonces.

Mario es camionero desde que tenía 20 años, hoy tiene casi 60 y está pensando en jubilarse, sobre todo a partir del nacimiento de su primera nieta el año pasado. Tiene tres hijos y el mayor, Nicolás, le dio esta alegría al hacerlo abuelo. Es un hombre de gustos simples y aferrado a los afectos, nada lo hace más feliz que compartir un asado con la familia los domingos que no viaja. No sabe cuándo empezó a ocurrir pero la ruta ahora le parece una cinta de tedio, antes le gustaba manejar horas y horas y se jactaba de que podía llegar a hacerlo casi todo el día sólo parando para cargar el agua del termo y adentrarse en el submundo irrespirable de los baños de las estaciones de servicio. Por suerte, pudo dejar de fumar  hace algunos años por la advertencia de su médico, pasaba todo el día a mate y cigarro y a veces, no se acordaba de comer. Ciertas tardes cuando el viaje lo aburre, recita su propio nombre y sus datos, cuando la caminera se pone quisquillosa le piden que diga en voz alta quien es y cuál es su destino y la carga que lleva - Mario Osvaldo Pedemonte, argentino 59 años, casado, transporto hierros para la construcción – recita con sorna. De esto está cansado también, de la arbitrariedad de los policías camineros y el desastroso estado de las rutas. Pero lo que más le preocupa últimamente, es el temido “sueño blanco” que es un estado donde se pierde la noción del tiempo y el espacio, se produce cuando la jornada de manejo es muy larga y rutinaria, dura unos instantes pero en ese momento puede generar una pérdida del control del vehículo, le pasó algunas veces sin consecuencias graves. El mediodía del 27 de julio de 2016, Mario venía rodando en lo que era su ruta habitual y sintió los síntomas de un agotamiento general y se asustó, decidió parar en la estación de servicio más cercana que encontrara para descansar y comer algo, anduvo unos pocos kilómetros y llegó a la YPF de Guaminí en el cruce de las rutas 33 y 85, estacionó el camión prolijamente, tomó coraje e ingreso al “impenetrable” baño y se lavó la cara con abundante agua fría. Eligió una mesa alejada del bullicio en el parador de la rotonda. Se acercó la moza y tomó su pedido, entraría con una empanada y luego carne al horno con papas y como una excepción, pidió un vino, nunca toma cuando maneja, pero está cerca de su casa y ya viene sin carga. Luego de hacer el pedido, se sintió reconfortado y miró a la gente del comedor, un grupo de camioneros que no conocía, gente que anda de paso, grupos de hombres jóvenes, mientras esperaba la comida se preguntó ¿qué será de la vida de estas personas? ¿A qué se dedican?, etc. En ese paneo, observó a los dos hombres en la mesa que está en una de las puntas del local, le llamo la atención algo y fijó la mirada sobre ellos, tenían como una especie de halo alrededor de sus cuerpos, una luz envolvente, miró a las demás mesas pero no veía el mismo efecto, lo atribuyó a la luz del mediodía que suele jugar con los reflejos y sobre todo a su cansancio. La moza le trajo el vino y le agradeció con un movimiento de su cabeza, tomó el primer sorbo y lo saboreó despacio, volvió a mirar a los dos hombres y se quedó unos segundos paralizado, se restregó los ojos y volvió a mirar.

-         No puede ser – se dijo a sí mismo.
-         Estoy más cansado de lo que creo – pensó – algo me pasa definitivamente.

Observó a los demás comensales pero nadie estaba viendo lo que él veía o nadie reparó en esa mesa, como la imagen no se le borraba llamó a la moza.

-         -Usted conoce a esos dos hombres de allá, los de la punta? – le pregunto.
-          -No señor – contestó la joven
-         -¿Está segura?
-         -Sí señor, estoy segura, nunca los vi por acá.
-        - Gracias – le dijo Mario resignado y más preocupado aún.

En ese momento, los dos hombres llaman a la moza y le piden la cuenta, pagan y se levantan. Caminan hacia la puerta riendo y hablando con gestos de cordialidad. Salen por la puerta principal y se pierden en la luz de un mediodía de invierno.
Mario llama nuevamente a la moza.

-        -Señorita, perdón la insistencia ¿le puedo hacer una pregunta?
-        -Si señor pregunte nomás.
-         -¿Usted me asegura que no conoce a esos señores que acaban de irse?
-         La chica ríe nerviosa y le contesta – No, le dije que no.
-        - Le pido un favor, no me traiga la comida que le solicite, le pago de todas maneras y me voy.
-        - Bueno, como usted quiera – le dijo la moza desorientada.



Mario salió lentamente del restaurant  con una decisión ya tomada, va dejar el camión hoy mismo, cuando llegue se lo va a  comunicar a Bety, su mujer.
Es demasiado.
Perón y Balbín almorzando en Guaminí

lunes, 18 de julio de 2016

Miles
Ed Pareta 18/7/2016
éste texto se adaptará para el espectáculo "lo que cuentan las corcheas"




Miles

El azul sellado como una marca de fuego producida por un mechero; conforme acercabas tu cara a la modesta llama, te quemaba e inquietaba, peligrosa atracción de lo inasible. Así como el amarillo fue el color que recordaba el poeta ciego, el azul fue el color que recordabas desde que eras un niño, ese azul que no era petróleo, ni Francia y tampoco Klein, un azul amarillento intervenido por el gas; antes de esa memoria, solo una nube gris de contorno borroso. Sentiste inquietud y miedo quizá por primera vez. Seguramente ese color estuvo en tu paleta de pintor, que fue tu dedicación muchos años después, cuando dejaste la trompeta por un rato.
Al año de tu nacimiento, un violento tornado azotó St Louis y lo desmanteló. Esos dos fenómenos, la llama como la prematura noción del peligro y el tornado como lo súbito e irreparable, marcaron tu personalidad y por ende tu música. Súbito e irreparable como el sonido que se desprende con el aire caliente de tu instrumento, y ya es parte del aire.
La búsqueda de la frontera de lo posible, tal cual mencionás en tu autobiografía, lo áspero del racismo de los niños blancos de tu vecindario y tu reacción de tornado, los oscuros tonos de la adicción, los colores de tu pintura, incluido el azul mechero, todo se puede escuchar a través del sonido que emana de tu Harmon como extensión de la trompeta y esta a su vez de tu boca.
Miles Dewey Davis III, con este nombre que es un potencial trabalenguas naciste un 26 de mayo de 1926 en Alton, St Louis. Tu música desmiente un final: es un ventarrón que no se queda quieto, una llama que no se apaga.


miércoles, 16 de marzo de 2016

Éste

Este
Ed Pareta (16/3/2016)


En el verano del año 2002 estuve trabajando como músico en la temporada de Punta del Este en un hotel cinco estrellas con una banda de música internacional, tocábamos todas las tardes en una de las confiterías.  Nos hospedábamos en un hotel cercano, el Ájax, que debe su nombre al crucero ligero de la marina británica que se enfrentó al “Graf  Spee” alemán en el contexto de la segunda guerra mundial en la contienda conocida como “Batalla del Río de la Plata”.
 Como el trabajo era a la tarde-noche, nos quedaba mucho tiempo libre y pude recorrer esta ciudad devenida en paraíso que experimentó un desarrollo exponencial, al caminar sus calles y mirar con detenimiento, se pueden ver las casas que quedaron de cuando era una aldea de pescadores que permanecen como testigos entre las imponentes torres de departamentos  y se me vino a la memoria algo que leí en un cuento de Haroldo Conti, refiriéndose a su Chacabuco natal, él decía que las ciudades están formadas por capas superpuestas. Las típicas casas tienen un modesto frente y techo a dos aguas de chapa y el cuerpo de las mismas, en algunos casos es también de chapa.
En una de esas edificaciones que permanecen intactas vive y trabaja “El cacique” que es un descendiente de aborígenes paraguayos. -“Algunos frentistas nunca quisimos vender por más plata que nos ofrecieron” nos contó con cierto orgullo, “el cacique” es el dueño de un restaurant donde íbamos con frecuencia porque sus precios eran accesibles, el habitué  del restaurant por lo general es gente que está trabajando la temporada y algún turista desorientado. En una de las paredes hay una foto grande de la antigua aldea,  se ven unas pocas casas y un muelle eterno que se mete en el mar y nada más. Cuando aflojaba el trabajo, el cacique venía a charlar a nuestra mesa y nos contaba la historia del Uruguay y destacaba la garra “charrúa” de Artigas.
Mis compañeros músicos por lo general dormían hasta tarde, pero yo salía temprano a caminar o me iba a alguna playa a estar sólo y transitar algún resabio de pena de una reciente separación. En esas caminatas matinales, me encontraba con los trabajadores que por lo general llegaban desde Maldonado en “ómnibus” (como le dicen en Uruguay)  siempre con el termo abajo del brazo y el mate “pronto”, las caras eran adustas y pálidas como preguntándose ¿Por qué tengo que trabajar?  Si estoy en éste paraíso privilegiado,  pero estoy seguro que sí marcaba la clave del candombe, a saber: tac tac tac…tac tac, esas caras se transformaban en amables y se armaba allí mismo un gran baile que involucrara a todos los transeúntes, pero nunca me animé a probarlo.
Cuando coincidíamos en la mañana con Marcelo, mi compañero de habitación,  saxofonista de los buenos, caminábamos hasta Punta Ballena remedando al hablar a los gauchos de nuestra pampa, él es oriundo de Intendente Alvear y yo de Fortín el Triunfo – partido de Lincoln y después a la tarde, nuestra única preocupación era donde vamos ¿a la mansa o a la brava?. Una vez en el trabajo, en las pausas nos íbamos al casino del hotel y nos gustaba observar a los jugadores consuetudinarios y ponerles apodos por sus gestos rayanos en la desesperación al “relojear” si había salido su número en la ruleta, me acuerdo especialmente del “Toro” “el torito” “ el japonés” “ el ansioso”, etc.

Cuando permaneces un tiempo prolongado en un lugar, sentís que hace mucho que vivís ahí, tomas el pulso de la sociedad, adoptas las costumbres de los lugareños por aquello de “donde fueres, haz lo que vieres” y ya con el mate aprontado te largas a caminar observando la punta de los Championes cuando se abre la puerta de una casa y sale la música de la Sonora Borinquen invadiéndolo todo y un señor saluda a una señora que se retira del domicilio “Que pases bien” y vos cruzas la calle y te sentís de ese lugar. Las ciudades están constituidas por capas superpuestas, sí bo.

domingo, 21 de febrero de 2016

En el arco...Roma

En el arco...Roma
Ed Pareta 2013




Cuando me debatía entre ser músico o futbolista, más precisamente arquero,  tenía un ídolo inconfundible, por mi identificación con boca y por la seguridad que daba su presencia en el arco. Juega Roma y entonces estaba todo bien.
Me gustaba mucho el fútbol y escuchaba los partidos desde la previa, en ese tiempo transmitía el “gordo Muñoz” cuando era el líder de las transmisiones  con su  equipo de la “oral deportiva” nadie sospechaba en ese momento, el desprestigio que  alcanzaría su figura por su complicidad con la dictadura años más tarde.
 Perdí interés paulatinamente en el fútbol cuando se fue transformando en un negocio más que en un juego, pero me sigue gustando y cada tanto espío algún partido.
Antonio, es un ícono de aquella época personal donde tenía dos pasiones y una le “ganó” a la otra, al final, me dediqué a soplar y hacer burbujas como me decía un amigo.


Un día en este oficio de soplar y hacer burbujas en el aire, me encontré con el gran Antonio Roma en ocasión de la foto para una tapa de El Gráfico, había muchas personalidades esa noche, pero yo quería esta foto.

viernes, 5 de febrero de 2016

Copetonas

Copetonas.
Ed Pareta – Reta 31/1/2016

Ante mi pregunta, el empleado de un almacén de artesanías que está ubicado sobre la ruta 3 tomó un papel del taco y nos hizo un plano; “de taquito” nos explicó cómo llegar a Reta. Seguramente lo hace muy a menudo, mucha gente le preguntará lo mismo. Seguí por ruta 3 - me dice con entusiasmo como si el también viniera con nosotros – Después del peaje doblas a la izquierda, la primera bajada no dobles porque te vas a Oriente, vos seguí, después vas a pasar por un pueblo que se llama Copetonas y la otra bajada si doblas a la derecha y el camino sólo te lleva, es todo asfalto.
Todos los caminos llevan a algún lugar, lo difícil es elegir uno y desestimar otros – se me ocurrió mientras miraba el planito que nos había hecho el muchacho.
 A la altura de Copetonas, la memoria me desafía ¿Por qué me suena este nombre? ¿Dónde lo escuché antes? Varios kilómetros más adelante y luego de pensar intensamente, me rindo y apelo a la infalibilidad de José google quien, jactándose de saberlo todo, me tira: Copetonas es el nombre vulgar con el cual se denomina a la martineta común o perdiz bataraza que habita en la pampa y la Patagonia.
Me gustaban esos días en que la casa se llenaba de gente, venían mis tíos de Avellaneda a cazar martinetas y liebres y a mí me parecía una fiesta, tendría 7 años. Todo era movimiento y alegría, luego de la cacería, se limpiaban las piezas y el corolario era la exquisita perdiz al escabeche que cocinaba mi vieja,  se envasaba en frascos de vidrio y nos duraban unas cuantas semanas. Sin embargo, ella me confesó muchos años después, que no tenía buenos recuerdos de aquellas jornadas de caza dado que trabajaba mucho para atender a la visita y ofrecer la mejor cara a sus parientes políticos para no alterar la “armonía familiar”.
-         Ellos no aportaban nada y se abusaban de nuestra generosidad –  me dijo.


Los relatos son como los caminos, se cruzan, se fragmentan, se pierden, se recuerdan, se olvidan, te llevan a un lugar.