jueves, 22 de diciembre de 2022


 Calipso.

 

El cabaret “Calipso” era el único de su estilo en varios kilómetros a la redonda, de ahí su éxito. Funcionaba en un edificio modesto, no tenía ningún cartel en la puerta que anunciara la característica del negocio,  por una cuestión legal; no estaba permitida la prostitución  en la provincia del Neuquén, sin embargo, todo el mundo sabía lo que funcionaba allí.

En el pueblo lo llamaban “La cajita feliz” por la forma cuadrada de la construcción. Una lamparita roja arriba de la puerta principal era el símbolo inequívoco. Estaba habilitado como local de baile.

La dueña; conocida como “La Rosalía” era una mujer de contextura pequeña, con un aspecto masculino, fibrosa y levemente chueca. Vestía de sport y llevaba casi siempre unas botas de media caña por fuera del jean. Cuando llegaba al local, todos se cuadraban a esperar las órdenes del día. Hoy estemos pilas porque vienen unos pajeros nuevos que llegaron ayer al campamento – decía con tono de rematador de feria.

En el Calipso había dos músicos, el chileno, tecladista, era quien había concertado el trabajo y Ricardo que tocaba la batería.

En el salón principal estaba el bar y los músicos y en la parte privada: dos habitaciones separadas por un pasillo oscuro y pequeño. En el fondo del terreno había dos habitaciones, una  para las chicas y otra para los músicos. En el medio de ambas construcciones: un patio arbolado.

Los clientes habituales del lugar eran los operarios golondrinas que venían a trabajar en las explotaciones de hidrocarburo, había dos tipos de clientes en el Calipso; los obreros y los directivos, para estos últimos, la Rosalía les reservaba  a las mejores chicas y les ofrecía un servicio de Delivery a los respectivos hoteles. Todas las noches comenzaban la rutina musical con un calipso que a la dueña le gustaba mucho y le había compuesto el chileno: “Rosa lía conmigo” Me gusta, es bien cachondo le dijo la dueña cuando se lo presentó.

Tocaban un repertorio ecléctico, pero en su mayoría, eran temas “para que los ratones se despierten” y el cliente, luego de tomar el trago, elija una chica y se dirija al privado que quedaba exactamente atrás de la batería. El momento del clímax se lograba cuando los músicos tocaban y cantaban “Yo solo quiero” de Salvatore Adamo, a los clientes les agarraba una electricidad cuando cantaban el estribillo: “…Porque Yo quiero

                          Yo quiero un gran amor

                         Sin evitar

                         Que dirán

                         Porque yo quiero

                         Que seas franca y leal

                         Sin esconder

                         Nuestro querer”

Desde los golpes del timbal del comienzo del tema, ejecutados por Ricardo en la batería fielmente a la versión original, los habitués del lugar sabían que venía el momento de la concreción. Es ahora se decían, como si se tratara de la conquista de la chica con la cual proyectar una vida de amor y fidelidad sin importar el origen de la historia.

Rosalía era la bargirl  y estaba en la barra para cobrar todos los servicios y ocuparse de la administración general.

A Ricardo le decían “el portero del paraíso” porque, debido a la escasez de lugar, la batería estaba justo delante de la puerta que daba a las habitaciones, por lo cual, tenía que levantarse cada vez que las parejas pasaban a los cuartos o volvían de ellos.

-         Gordo, correte que quieren culiar – le gritaban los parroquianos con el valor súbito que da el alcohol.

Ricardo le insistía a Carlos –“el chileno” - que quería irse de ese trabajo y le propuso probar suerte en Buenos Aires. El chileno le insistió a Ricardo para que se quedara una temporada más en el Calipso:

-         Quédate huevón ¿Adónde vas a estar mejor que acá?  Tenemos casa y comida asegurada, además, la dueña no rompe los huevos, solo me pidió el otro día que la cortemos con el jazz, que toquemos lo que le gusta a la gente.

-         No sé, lo voy a pensar Chile, no me aguanto el mal trato de Rosalía y de la gente.

-         Vos viste como es la Rosalía, no le hagas caso.

-         Me tiene de punto.

-         No es con vos sólo, a mí también. El chileno miró hacia arriba como para encontrar el tono justo y le dijo a Ricardo: Mira, te voy a decir una cosa, en todos los laburos hay problemas con los patrones, vos tenés que hacer lo tuyo y listo, no le des bola a lo que te dice. Dale, quédate, si no; tengo que buscar batero y no hay muchos por acá.

-         Me trata como si fuera un tonto.

-         Bueno, no se equivoca ahí. El chileno largo una carcajada – es un chiste po.

-         ¿Y qué me decís que tengo que levantarme cada vez que pasan para atrás?

-         Ya te dije que es el único enchufe con 220 que hay en esa zona no podemos armar en otro lugar.

-         Sí, es cierto, me lo dijiste.

 

En la madrugada, luego de que se terminaba la jornada, los músicos hacían unos mates para bajar la adrenalina antes de dormir. Las chicas en el cuarto contiguo hacían chistes sobre las particularidades de los clientes que les había tocado en suerte y se reían hasta que el sueño aparecía de a poco.

En una charla de madrugada Ricardo le dijo al chileno:

 

-         Lo estuve pensando, está bien, me quedo, pero prométeme que si pego ese laburo del que te hablé, te venís conmigo a Buenos Aires

-         Sí ¿o vos te crees que yo me quiero quedar toda la vida tocando en este cuchitril de mierda?

-         Bueno, acordate que me lo prometiste eh

-         Sí, pero creo que como están las cosas, mejor que nos quedemos una temporada más acá.

-         Si es que aguanto – le dijo Ricardo con tono serio.

 

Ricardo, se quedaba leyendo luego de que el chileno se dormía. Tenía una petit biblioteca de libros que iba comprando en el centro. Era una rara avis para el resto del elenco del negocio. Se había comprado una luz direccionada para no molestar a su compañero y de esa manera, leer a la noche. Esperaba ese momento en que se quedaba solo y todo el entorno se tranquilizaba para sumergirse en historias que lo sacaran de esa realidad.

El chileno era un músico que tenía pretensiones de ascender en el firmamento de la música, había estudiado en el Departamento de música de la universidad de Chile que era la continuación académica del viejo conservatorio nacional fundado en 1850. Sabía esperar el momento, su momento. Decía que no se le caía ningún anillo por tocar en el cabaret y que esto le ayudaría a consolidarse como instrumentista en este lado de la cordillera. Era una persona práctica y sabía lo que quería.

Constituían un buen dueto para sobrellevar ese trabajo.

La disputa entre Ricardo y la dueña se remontaba a una tarde en que discutían la plata de los músicos. Rosalía, como buena patrona, se quejaba de que el negocio no era tan rentable, que no podía aumentarles mucho el sueldo. Sí pero vos cambiaste el auto le reprochó Ricardo. ¿Y a vos que te importa lo que yo hago? ¿Y si tenía ahorros de antes? ¿Vos que sabes? La discusión fue subiendo de tono y comenzaron a decirse cosas personales. Ricardo le dijo que explotaba a menores, Rosalía le contestó que eso era falso y tenía para mostrarle los documentos de las chicas. En un momento de la discusión, Rosalía lanzó su daga y le espetó: “Callate gordo que vos para sacarte una foto de fondo blanco tenes que ir a la Antártida” Para Ricardo no había  peor cosa que le digan gordo,  sólo se lo aceptaba al chileno porque se lo decía cariñosamente. Se levantó como para irse y el chileno lo agarró y lo hizo sentar nuevamente. Puso la sensatez que hacía falta en ese momento: Bueno, no nos tenemos que pelear, hagamos de cuenta que no pasó nada, que nada se dijo, todos estamos en este negocio y tenemos que defenderlo. Volvieron a la negociación y Rosalía eligió como interlocutor al chileno. Rosalía, al ver que la cosa se ponía peliaguda, sacó su carta que tenía guardada: Mira te puedo ofrecer un 20 % más y charlamos dentro de dos meses.  ¿Te parece? Bueno, pero quedamos así. Pido disculpas por lo que te dije Ricardo. Para mí no es fácil – sentenció Rosalía- Los clientes no siempre reconocen que tenemos buena  mercadería, las coimas a los milicos y la amenaza de que nos van a cerrar porque la iglesia se queja, el alquiler que me lo suben dos por tres. Tengo que manejarme con todos esos problemas. La habilitación está más floja de papeles que Pepita la pistolera.  Ustedes tienen que entender muchachos.

La relación entre Ricardo y Rosalía se rompió en ese momento, a partir de ahí, se dirigían la palabra lo justo y necesario.

En otra trasnoche, luego del trabajo, Ricardo tenía la mirada perdida y miraba en dirección al techo.

-         ¿Te acordás de Jessica Elzora Burgess?

-         No tengo idea– dijo el chileno- pero ¿Quién es?

-         ¿Y si te digo Sally Conforte?

-         Ahí me suena, pero no me acuerdo

-         La mujer de Joe Conforte

-         Ahora sí ¿tiene que ver algo con lo de Ringo Bonavena no?

-         Claro, era la propietaria del Mustang Ranch, hay un escritor que tiene el mismo apellido y curiosamente nació el mismo año: Anthony Burgess el autor de “La naranja mecánica” casualidades.

-         Ah sí, como sabes gordo, ¿sabes que te admiro por eso?

-         Bueno, uno leyó algunas cosas.

-         Pero ¿Qué tiene que ver esto que me contás?

-         Nada, que la Rosalía se quiere hacer la Sally Conforte pero le falta tomar mucha sopa para eso.

-         Ja ja, que ocurrencia.

-         Y algún día habría que vengar al Ringo ¿no te parece?

-         ¿Qué querés decir? Me asusta cuando hablas así.

-         Nada Chile, no me hagas caso.

 

Los días en que Rosalía venía contenta, le tiraba un centro a los músicos como para empezar arriba la jornada del cojinche: Vamos con ese calipso que me gusta tanto y suena tan bien. Golpeaba las manos en el centro del salón y decía: Un aplauso para los músicos y que empiece la función, a Ricardo esas palabras le sonaban falsas como gemido de actriz porno, pero fingía el también un falso optimismo, hay que ganarse la diaria, pensaba.

Rosalía vivía en una casa en el centro de la ciudad, vivía sola y no se conocían más detalles de su vida. Se había instalado en Neuquén proveniente de Pico Truncado, una de las chicas que vino con ella desde Pico, decía que se fue del pueblo “debiendo” quedarse, pero su vida era un verdadero misterio.

 

-         Te juro Chile que no la soporto a la Rosalía cuando está con buena onda con nosotros, me parece tan falsa, prefiero una relación correcta pero distante.

-         Che pero a vos no hay poronga que te venga bien, palos porque bogas, palo porque no bogas.

-         ¿No tendrás algo con ella no?

-         Andá boludo.

-         Mmmm, no sé.

-         ¿Vos estás loco?

-         Donde se come no se manicurea

-         Sí, pero a veces te vas a Neuquén capital misteriosamente.

-         ¿No tengo derecho a ir al centro? Además vos sabés que le hago el giro a mi ex y todos esos trámites pero ¿Por qué te tengo que explicar esto? Vos cuando vas compras libros, yo tengo que hacer trámites, que ridículo que sos.

-         Como siempre la defendés

-         No la defiendo, lo que defiendo es el trabajo.

-         No te chives

-         No, pero a veces me sacas de las casillas.

-         Nosotros estamos para cosas mejores, eso es lo que me pasa, pero tengo que reconocerte que si no fuera por vos, ya me habría ido.

-         Ya lo sé gordo, pero un camino de mil millas se comienza con un paso.

-         Lao Tse.

-         Habla bien huevón.

-         Lao Tse es el autor de esa frase.

-         Ah. Que pelotudo, a veces no te soporto.

 

La rutina le molestaba a Ricardo, pero había logrado, mediante  ejercicios, poner su mente en blanco durante el trabajo, el piloto automático, mejor dicho: el ritmo automático. Durante las horas que duraba la función; trataba de dilucidar algún enigma de una novela negra que estaba leyendo, después de leer muchos policiales, había aprendido una ley que se cumplía casi siempre: el que resulta más sospechoso en las primeras páginas, no suele ser el culpable. De esa manera, se le iban pasando las horas, o pensaba en algún paisaje bucólico para unas futuras vacaciones.  Aprovechaba y estiraba las piernas cuando se tenía que levantar del banquito para dejar pasar a una pareja y solo atendía a las órdenes del chileno:

-         Ritmo de cumbia gordo

-         Callate chilenito desterrado.

 

Acercándose fin de año, en el mes de diciembre, Rosalía organizó un asado para todos, desde la mitad del año hacia adelante, el negocio había repuntado y quería renovar la credibilidad en ella y en el negocio. En enero, Calipso cerraba sus puertas y reabriría en febrero ya que sus clientes también paraban en ese lapso.

Rosalía tenía el tacto suficiente para darse cuenta cuando debía hacer una concesión al personal, quería aprovechar el asado para regalarles unos nuevos maillots y lencería a las chicas y algún presente a los músicos.

La reunión, era la última antes del receso.

Rosalía, llegó temprano al cabaret y trajo un chivito que había encargado en Chos Malal y se lo trajeron frizado.  Lo asaría el chileno y le ayudaría Ricardo.

El patio tenía un aspecto diferente al  resto, era una pequeña selva con muchos árboles bien cuidados: álamos, paraísos, pinos, laureles, paltas y plantas más pequeñas en macetas hechas con materiales reciclados, Detalles de buen gusto que quedaron de los residentes anteriores. Un camino de piedra unía el edificio de adelante con el de atrás. Un jardinero cuidaba del jardín periódicamente, pagado por el dueño del predio.

La parrilla adonde se asaría el chivito estaba en el fondo del terreno y era de material.

Había un clima de festividad en la cena, el hecho de llegar con una discreta armonía al final de una nueva temporada, había relajado el ánimo de todos, se vivía una suerte de borrón y cuenta nueva; el negocio floreció sensiblemente y se notaba en el humor  general, sumado al espíritu navideño que rige a partir del ocho de diciembre cuando se arma el arbolito.

-         ¿Gordo, me irías a juntar ramitas al fondo para prender el fuego?

-         Que más querés, un cafecito hijo de puta.

-         Dale que no has hecho nada hoy.

-         Hablando en serio. Hablé con la gente de Buenos Aires, habría posibilidad de empezar antes.

-         ¿Y eso que implica?

-         Que te podrías venir conmigo en el receso.

-         Pero lo tengo que pensar huevón. Andá a buscar ramitas y después lo hablamos.

-         Está bien

Ricardo desapareció en la sombra del patio. Las chicas hacían el bolso para regresar a sus respectivos hogares. Hacían una competencia para ver a quien le había tocado el cliente más raro. Los casos de micro pene se llevaban los mejores laureles, las risas estallaban con los diversos relatos.

Al rato, apareció de entre las sombras Ricardo con muchas ramitas bajo el brazo y algo en su mano de tamaño pequeño.

 

-         Acá tenés.

-         Dejala ahí que ya las uso

-         Mirá lo que encontré

-         ¿Qué es eso?

-         Son hongos silvestres

-         ¿Son comestibles?

-         Estos creo que no.

-         ¿Y cómo los distinguís?

-         Porque los comestibles tienen poros abajo y los no comestibles tienen como unas laminitas.

-         ¿Y eso como lo sabes?

-         Te dije que algo he leído en mi vida

-         Sí, ya veo

-         Aunque todos los hongos son comestibles, algunos; por única vez, dice un proverbio croata.

-         Ja ja. Que ocurrencia. Pero tirá eso que es peligroso.

-         Sí, no hay que tentar a la suerte.

 

Ricardo se fue para el interior del patio, tiro algunos y otros se los guardó en el bolsillo del pantalón.

Cuando el crepitar del primer fuego empezó a sonar, llegó Rosalía con el chivito. Rosalía le pidió ayuda a Chile para bajar el chivito del auto. Acá te lo dejo, lo saqué del freezer al mediodía. Está bien, ya lo salo. Se dirigió a la habitación de las chicas, llevaba bajo el brazo un paquete con los nuevos maillots.

-         Chicas, les traigo los maillots.

Se escucharon gritos de algarabía desde adentro. Abrieron la puerta y luego la cerraron, se escuchaban risas de euforia al probarse las prendas. Que lomo que te hace, con esto tenés que depilarte sí o sí. A mí me realza las tetas, me encanta, estoy ansiosa por estrenarlos.

-         Yo me encargo de hacer la ensalada – dijo Ricardo

-         Dale, buenísimo – le contestó Chile

-         Pero me embola condimentarla, que cada uno la condimente a su gusto.

-         Me parece bien ¿Pusiste las bebidas en el tambor con hielo?

-         Si papá.

Al cabo de un rato, Chile dijo: Gente, pronto va a estar esto eh. Las chicas y Rosalía salieron de la habitación, Ricardo tenía lista una gran fuente de ensalada que puso en medio de la tabla larga sostenida por caballetes que hacía las veces de mesa.

-         Bueno, antes de que empecemos a comer, quiero hablarles a todos los que formamos parte del Calipso: Llegamos al fin de una temporada, con muchos problemas pero logramos sobrellevar las disputas

-         Y a las putas – interrumpió Chile (hubo risas generales)

-         Que hijo de puta que sos hablando de putas, pero ojo porque de ellas vivimos, yo no escupiría para arriba. (hubo aplausos de las chicas)

Bueno; hablando en serio: Quiero proponer un brindis porque seguimos viviendo todos de la profesión más vieja del mundo, y quiero brindar también con el deseo de que no cambien al comisario por las razones que ustedes se imaginan y seguir ofreciendo servicios de placer para todos los pajeros.

Todos levantaron sus copas y brindaron. Sonaron las copas chocándose unas con otras. Se sentaron a comer los primeros chorizos que llegaban desde la parrilla, se produjo el consabido silencio de cuando se empieza a comer.

-         No se llenen con los chorizos que ya llega el chivito – Dijo Chile desde la parrilla.

-         Recuerden que es de Chos Malal, los mejores de la Patagonia sin exagerar – aportó Rosalía.

La fuente con el chivito se acercó a la mesa traída orgullosamente por Chile, a simple vista, los comensales observaron la crocantez, los tonos dorados de una buena cocción y los jugos encima que indican que esa carne no estaba seca.

Rosalía, mientras comía, prometió mejoras en el edificio de las chicas y de los músicos, voy a aprovechar este mes de receso para pintar y cambiar los colchones – dijo mientras degustaba la carne de chivito – Le sonó su celular y se retiró a atender la llamada a un lugar suficientemente alejado como para que no se escuche lo que hablaba. Al ratito, volvió desde la sombra del patio y mirando la pantalla del aparato dijo: No sé quién sería, no conozco ese número. Pensé que podría ser mi hijo, seguro son esos mierdas que te quieren vender algo y te llaman a cualquier hora. Rosalía se sentó con su apetencia por la comida renovada, comía y tomaba como si fuera el último día, cuando hacía una pausa en la masticación, contaba anécdotas del negocio.

-         Hace poco, uno de los ingenieris del obrador me pidió si no tenía algún pibito, lo saqué cagando.

-         Pero deberías pensarlo Rosalía, los tiempos están cambiando – dijo una de las chicas.

-         Sí pero te imaginas, si así es un quilombo, que pasaría si agrego hombres, salvo que me lo pida el comisario pero hasta ahora; no cambió de bando.

-         Además, nosotras no tenemos competencia – acotó otra chica mientras chocaban los puños con sus compañeras.

-         Uf, si yo contara algunas cosas, pero no puedo, soy como un psicólogo, tengo que mantener el secreto profesional.

 

El asado transcurrió entre anécdotas y risas. Las botellas vacías se amontonaron formando un altar de la Difunta Correa espontáneo. Los huesos del chivito los juntaron en un recipiente por consejo de Rosalía para darle a los perros del vecino: A este también lo tengo que “adornar” de alguna manera para que no me meta una denuncia. Todos colaboraron en levantar la mesa, las chicas lavaron los platos, Chile y Ricardo ordenaron los caballetes y barrieron el patio.

-         ¿Ustedes se van después del mediodía no? – preguntó Rosalía

-         Sí – Contestaron todos

-         Bueno, entonces, vengo a saludarlos, ahora me voy porque tengo un dolor de cabeza tremendo, me fui al carajo con el vino.

-         ¿Vas a poder manejar hasta el centro? – le preguntó Chile

-         Olvidate, no sabes las veces que manejé en pedo.

 

Luego de ordenar todo, se fueron a dormir. Se tomó mucho vino, la noche cálida y la sensación de una tregua con Rosalía crearon un clima distendido. Rosalía mostró su costado mundano,  como una suerte de madre guerrera para el afuera pero que defiende a sus cachorros en el nido, en el Calipso; su creación.

Le daba orgullo generar trabajo y haberse afincado en otro lugar que no es el suyo, venciendo el prejuicio de ser forastera.

Al mediodía siguiente, cuando aún estaban durmiendo la borrachera en El Calipso, llegó un auto, bajó una persona. Entró por la puerta lateral que siempre estaba abierta y se dirigió a las habitaciones del fondo, golpeó la puerta y atendió una de las chicas. En un tono casi de susurro le dijo:

-         Soy el comisario, reuní a la gente en el local principal

-         Sí señor.

Se levantaron aturdidos por la resaca y por esta imprevista visita.  Cuando estuvieron todos en la “cajita feliz”, el comisario les preguntó:

-         ¿Estamos todos?

-         Si señor

-         Bueno, primero les voy a pedir que dejen sus celulares aquí – les dijo señalando en dirección a un mueble – es por precaución nada más – El comisario tomó aire antes de decir lo que sigue – Rosalía tuvo un accidente esta madrugada.

-         ¿Qué le pasó? ¿Está bien?

-         Lamentablemente falleció en un accidente con el auto.

Se escucharon llantos, las chicas se abrazaron. Chile y Ricardo se miraron con extrañeza-

-         ¿Pero cómo fue?

-         Casi llegando a su casa perdió el control del automóvil y se incrustó en un árbol.

-         Pobrecita – Dijo una de las chicas.

-         Pero si ayer estaba tan bien, tan contenta parecía.

Cuando el primer impacto tomó una tregua, el comisario avanzó con su plan:

 

-         Es muy lamentable, eso creo, pero ahora escuchen bien los que le voy a decir. Ustedes saben o se lo imaginan, que los papeles de este negocio están muy flojos ¿lo saben?

Se miraron todos, algunos, asintieron con un movimiento de cabeza.

-         También les voy a pedir, que lo que hablemos acá, no salga para afuera, no se lo pueden comentar a nadie ¿está claro?

-         Si señor – respondieron a coro.

-         Por eso les pedí los celulares, este negocio funcionaba porque teníamos un arreglo especial con Rosalía, creo que ustedes no son carmelitas descalzas y se imaginarán de que hablo. Surgió una complicación, les cuento, cuando contactamos a su hijo en Pico Truncado para informarle, pidió la intervención de un fiscal y pidió que se declare muerte dudosa, que no decidiéramos nada hasta que él llegue. Seguramente: Rosalía tendría enemigos, a mí no me consta pero su hijo debe saber algo más.

Esto nos complica a todos, ¿entienden? Entonces, les pido colaboración, voy a tratar de que esto no llegue a una instancia judicial.

-         ¿Pero nosotros que tenemos que ver con el tema legal? – preguntó Ricardo

-         Ustedes no van a tener problemas. Lo repito, este trabajo de todos  se sostuvo porque hice la vista gorda, les estoy pidiendo un favor. Favor con favor se paga ¿no creen?

-         Cuente con nosotros – dijo Chile como vocero de todos.

-         Voy a hacer un procedimiento tipo para darle a todo un viso de formalidad – sacó del bolsillo de su pantalón una libretita y una lapicera

-         Empecemos con vos: Nombre y función en el establecimiento:

-         Soy Carlos Aldunate Ahumada músico.

-         Bien, anotá un número de teléfono y dirección del lugar adónde vas a estar.

-         Creo que voy a ir con vos a Buenos Aires - dijo mirándolo a Ricardo

-         No se asusten, esto lo hago para cubrirnos, estamos en el mismo barco ¿y vos?

-         Ricardo Reis, baterista

-         Músico – dijo el comisario

-         No, baterista

-         ¿Me estás cargando?

-         Perdón, es un chiste que tenemos entre los músicos

-         No estoy para chistes, poné la dirección adónde vas a estar y el teléfono

A ver las chicas.

-         Yo soy Karina, puta

-         Bueno, tenemos que poner bailarina porque el local está habilitado como salón de baile clase C y tienen que ser los nombres legales, no los nombres de fantasía.

Cuando terminó de tomar los datos, el comisario volvió a dirigirse al grupo:

-         Escuchen nuevamente, si hacemos las cosas bien, no va a haber ningún problema pero si se filtra algo de lo que hablamos acá, estaremos todos en problemas ¿está claro? Mientras el caso esté en mi orbita, lo puedo manejar, si lo agarra un fiscal y un juez de turno, podemos tener complicaciones, van a querer saber lo de la habilitación y ahí soy muñeco caído. Aparentemente, la Rosalía estaba muy borracha y no controló a su auto, aunque puede haber tenido un desvanecimiento previo.

-         De todas maneras, el Calipso se murió con Rosalía – dijo Karina

-         Bueno, eso es otra cosa, pero yo estoy hablando del tema legal.

Bueno, listo, ahora pueden ir adonde pensaban, espero no tener que molestarlos más. Buenos días.

-         Buenos días señor comisario

 

El ambiente era de pesadumbre, era el fin del calipso, el fin del trabajo, salvo que se hiciera cargo el hijo de Rosalía. Todos se quedaron un rato hablando con un tono bajo: ¿Qué le habrá pasado pobre Rosalía? Decían las chicas entre sollozos. Al final, se hizo tu deseo de irte a la mierda – le dijo El chileno a Ricardo.  Nosotros estamos para otras cosas, le contestó Ricardo con un tono neutro. Se despidieron todos en el patio con las palabras que se usan en estos casos: fue un gusto haberte conocido, ojalá nos encontremos en otro trabajo. Suerte, que les vaya bien a todos. Qué triste final.

En la terminal de micros de la ciudad de Neuquén, Ricardo y el chileno, abordaron el Ko Ko hacia Buenos Aires.

-         ¿Vos te hubieras imaginado un final así? – pregunto el chileno

-         La verdad que no.

-         ¿Se habrá puesto tan en pedo que perdió el conocimiento la Rosalía? Me cuesta creerlo.

-         ¿Pero vos que estás pensando?

-         No, nada, solo me parece raro, como dijo ella, manejó muchas veces en pedo y nunca le pasó nada.

-         No hay que tentar a la suerte

-         Eso es cierto

-         ¿Lo de quedarme en lo de tu tía unos días está firme?

-         Olvidate. Anotá este número de mi otro celular por cualquier cosa.

-         ¿Y eso? ¿Tenes otro teléfono?

-         Sí, soy el comisario Montalbano, encantado.

 

 

Cuando el viaje fue tomando su ritmo crucero, el chileno acomodó el asiento como para dormir y Ricardo sacó un libro de su mochila y se disponía a leer.

-         ¿Qué estás leyendo? – le preguntó el chileno

-         “Crímenes imperceptibles”

-         Mira que estas raro vos, voy a tratar de dormir

-         Dale, te despierto luego para tomar unos mates.