miércoles, 16 de marzo de 2016

Éste

Este
Ed Pareta (16/3/2016)


En el verano del año 2002 estuve trabajando como músico en la temporada de Punta del Este en un hotel cinco estrellas con una banda de música internacional, tocábamos todas las tardes en una de las confiterías.  Nos hospedábamos en un hotel cercano, el Ájax, que debe su nombre al crucero ligero de la marina británica que se enfrentó al “Graf  Spee” alemán en el contexto de la segunda guerra mundial en la contienda conocida como “Batalla del Río de la Plata”.
 Como el trabajo era a la tarde-noche, nos quedaba mucho tiempo libre y pude recorrer esta ciudad devenida en paraíso que experimentó un desarrollo exponencial, al caminar sus calles y mirar con detenimiento, se pueden ver las casas que quedaron de cuando era una aldea de pescadores que permanecen como testigos entre las imponentes torres de departamentos  y se me vino a la memoria algo que leí en un cuento de Haroldo Conti, refiriéndose a su Chacabuco natal, él decía que las ciudades están formadas por capas superpuestas. Las típicas casas tienen un modesto frente y techo a dos aguas de chapa y el cuerpo de las mismas, en algunos casos es también de chapa.
En una de esas edificaciones que permanecen intactas vive y trabaja “El cacique” que es un descendiente de aborígenes paraguayos. -“Algunos frentistas nunca quisimos vender por más plata que nos ofrecieron” nos contó con cierto orgullo, “el cacique” es el dueño de un restaurant donde íbamos con frecuencia porque sus precios eran accesibles, el habitué  del restaurant por lo general es gente que está trabajando la temporada y algún turista desorientado. En una de las paredes hay una foto grande de la antigua aldea,  se ven unas pocas casas y un muelle eterno que se mete en el mar y nada más. Cuando aflojaba el trabajo, el cacique venía a charlar a nuestra mesa y nos contaba la historia del Uruguay y destacaba la garra “charrúa” de Artigas.
Mis compañeros músicos por lo general dormían hasta tarde, pero yo salía temprano a caminar o me iba a alguna playa a estar sólo y transitar algún resabio de pena de una reciente separación. En esas caminatas matinales, me encontraba con los trabajadores que por lo general llegaban desde Maldonado en “ómnibus” (como le dicen en Uruguay)  siempre con el termo abajo del brazo y el mate “pronto”, las caras eran adustas y pálidas como preguntándose ¿Por qué tengo que trabajar?  Si estoy en éste paraíso privilegiado,  pero estoy seguro que sí marcaba la clave del candombe, a saber: tac tac tac…tac tac, esas caras se transformaban en amables y se armaba allí mismo un gran baile que involucrara a todos los transeúntes, pero nunca me animé a probarlo.
Cuando coincidíamos en la mañana con Marcelo, mi compañero de habitación,  saxofonista de los buenos, caminábamos hasta Punta Ballena remedando al hablar a los gauchos de nuestra pampa, él es oriundo de Intendente Alvear y yo de Fortín el Triunfo – partido de Lincoln y después a la tarde, nuestra única preocupación era donde vamos ¿a la mansa o a la brava?. Una vez en el trabajo, en las pausas nos íbamos al casino del hotel y nos gustaba observar a los jugadores consuetudinarios y ponerles apodos por sus gestos rayanos en la desesperación al “relojear” si había salido su número en la ruleta, me acuerdo especialmente del “Toro” “el torito” “ el japonés” “ el ansioso”, etc.

Cuando permaneces un tiempo prolongado en un lugar, sentís que hace mucho que vivís ahí, tomas el pulso de la sociedad, adoptas las costumbres de los lugareños por aquello de “donde fueres, haz lo que vieres” y ya con el mate aprontado te largas a caminar observando la punta de los Championes cuando se abre la puerta de una casa y sale la música de la Sonora Borinquen invadiéndolo todo y un señor saluda a una señora que se retira del domicilio “Que pases bien” y vos cruzas la calle y te sentís de ese lugar. Las ciudades están constituidas por capas superpuestas, sí bo.