sábado, 1 de diciembre de 2018


“El Desrutinizador de pueblos”

Los 70, relatos de la década que no entendí

Ed Pareta 1/12/2018



Existe, entre muchos oficios reconocidos, uno que no lo es tanto: “El desrutinizador de pueblos” así como los juglares en el medioevo, estos personajes, van por distintos lugares trocando una rutina por otra que resulta novedosa para los moradores.
Un día sábado, no recuerdo en que año de la década de los ´70, llegó un desrutinizador a mi pueblo, era un ciclista colombiano que se proponía dar vueltas a la plaza principal durante 24 horas sin parar. Este hecho, cambió el ritmo habitual y concitó el interés general, pero no todos estuvieron contentos con la novedad, siempre en la sociedad hay escépticos y críticos quienes en una mezcla de pronostico y deseo decían a quienes los escuchaban: “Le va a agarrar una embolia” “No va a poder” “Se va a deshidratar” y están aquellos que reciben al visitante con deseos de que cumpla su empresa y desde el primer momento, se ofrecieron a acompañar al protagonista, entonces una vez rodando, le alcanzaron agua en cantidades que no podía tomar y por el contrario le resultaba una molestia. Deseaban suerte al ciclista y los más atrevidos, lo acompañaron con sus propios rodados un par de horas.
La cuestión es que el “alquimista de realidades” cumplió su cometido, los escépticos fueron acomodando su discurso observando que el colombiano tenía temple: “Hay que reconocer que el hombre tiene aguante” o “siempre creí que lo iba a lograr”. Algunos de los pesimistas, lo “espiaron” en la madrugada del domingo para ver si hacía trampa, se ocultaban en el playón de la estación de servicio y miraban en dirección a la plaza, muchos, luego de la consabida salida sabática, pasaron por el lugar como última actividad antes de ir a dormir. Con un ritmo sin prisa pero sin pausa, el hombre pedaleó día y noche con el sonido de la cadena bien aceitada, algún bocinazo destemplado que provenía de los autos que pasaban  y la mirada de los perros de la plaza Rivadavia que conforme pasaron las horas, se fueron acostumbrando a ese movimiento raro. Esa noche, los canes se durmieron contando vueltas de bicicleta reponiendo energía para un domingo a la mañana de banda municipal y una tarde de la clásica y aún vigente “vuelta del perro”.



viernes, 16 de noviembre de 2018

El Negro jefe y Ramón


El Negro Jefe y Ramón.
Los ´70, relatos de la década que no entendí
Ed Pareta 14/11/2018
(Dedicado a mi amigo J y a "Negro" y "Ramón", ocasionales compañeros de la música con quienes me divertí mucho - in memoriam))

Mi amigo J me contó un hecho que quedó en el anecdotario como algo cómico para compartir en los asados y reuniones, sin embargo, el ambiente social y político donde se produjo, era muy complicado y nos remite a los años 1974 o 1975 donde el peronismo estaba dividido en dos fracciones a derecha e izquierda, esto implicaba enfrentamientos entre ambos bandos. La particularidad es que en Lincoln gobernaba un intendente del espacio político del “PI” (partido intransigente) una excepción replicada en pocos municipios en todo el país. Un grupo de militantes peronistas decidió tomar la intendencia o quizás realizar una agitación, un objetivo menor  que “mueva el avispero”. Apelo a mi memoria e imaginación para contar dicho evento.

El “La” menor en forma de arpegio descendente de la marcha peronista invadía toda la avenida, resonaba especialmente en la esquina de Massey y Belgrano donde estaba antiguamente la confitería “Las Vegas”. Unas cincuenta personas avanzaban por la calle en dirección al municipio portando pancartas y banderas. La movilización la encabezaba la banda de música cuyo director era “El negro jefe” quien tocaba el trombón, secundado por “Ramón” o “Reimon” percusionista que por su renquera, era trasladado en una especie de carroza con ruedas lo que le daba una impronta de rey plebeyo. No sé si ese día “Tronó el escarmiento”, pero lo que es seguro es que sonó fuerte el trombón. El sonido del “sacabuche” hacía vibrar los escaparates metálicos del kiosco de Avalos y los carteles de “Oferta $99, 99” de las prendas de la tienda Galver aún adentro de la vidriera. La gente que caminaba por la vereda se tapaba los oídos para preservar la capacidad auditiva, semejante a cuando pasa una autobomba con su sirena. Más atrás, mi amigo J con su saxo tenor y un trompetista, luego el resto de la gente.  El liderazgo general lo ejercía el negro quien con su instrumento marcaba el rumbo de la concentración, cuando lo dirigía para adelante y hacia arriba cual despegue de avión, había que avanzar, en cambio cuando se daba vuelta y miraba para atrás, todo el mundo se detenía. El segundo en jerarquía era Ramón y cuando el jefe emitía una orden, Ramón decía ¡!!All right!! y se ejecutaba. La señorita Magdalena al ver el tsunami de gente, se cruzó en dirección a la plaza haciendo la señal de la cruz, los perros de la plaza Rivadavia mantenían una asamblea permanente y ampliada por si había que hacer una defensa gregaria, algunos comerciantes del centro cerraron las cortinas de sus negocios para prevenir desmanes. La rutina del pueblo se alteró y contrastaban dos grupos definidos, uno, el que llevaba la acción, conformado esencialmente por jóvenes quienes al cantar la marcha, ponían énfasis y separaban en sílabas la parte que dice “…Sos el primer tra ba ja dor”,  el otro grupo heterogéneo, conformado por los observadores pasivos y aquellos que apuraban el paso para salir rápidamente de la situación.
Nadie detuvo a la caravana pero cuando llegó a lo que es hoy el patio cívico había un panorama de guerra, policías como para hacer dulce, apostados en los puntos estratégicos del palacio municipal y hasta en la terraza los había con cascos y armas largas. Ante esta situación, el “Negro jefe” cambio su alegría militante por la expectación propia de un estratega, con un rápido paneo del lugar y revisando los enunciados de Clausewitz dio media vuelta y mirando a su gente pronuncio un breve y emotivo discurso:
“Compañeros: Estos hijos de puta pidieron refuerzos a la cana de Junín, tenemos que abortar el plan “A” y el “B” estamos en inferioridad, vamos a guardar energías para lo que se viene”
Mirando a Ramón le ordeno enérgicamente:
-  Hace ritmo de marchinha
-         All right dijo Ramón y acomodándose el bastón arremetió  el parche con los dos palillos. Se escuchó algún que otro ¡!!Viva Perón carajo!!!!
Todos se dieron vuelta y mirando en dirección al club Argentino, comenzaron a marchar y bailotear en sentido contrario, ahora el arpegio descendente era “Fa” mayor y tenía menor carga dramática.

 “Mamaeu, eu quero mamaeu, eu quero
Mamaeu, eu quero mamar
Dà a chupeta, ai, da a chupeta
Dà achupeta pro bebe nao chorar…..”

viernes, 2 de noviembre de 2018

Pesos Pesados / Los ¨70. Relatos de la década que no entendí


Pesos pesados.
Ed pareta 2/11/2018

Me imagino ese lunes 7 de diciembre de 1970 a la noche en la cocina de mi casa, vísperas de feriado en la ciudad de Lincoln, María inmaculada es la patrona de la iglesia principal y por lo tanto, el 8 son las fiestas patronales, además es el día que se arma el arbolito y es el comienzo oficial de lo que se denomina “espíritu navideño” o sea, esa etapa del año donde muchos olvidan los rencores y se vuelven “buenos”, al menos, es lo que yo creía por entonces. Mi vieja posiblemente cocinó pizzas, una de mozzarella y otra de anchoas, esas que te dan mucha sed al rato de ingerirlas, todo ese contexto, era semejante a un sábado, como si esto fuera poco, había box, dato sabático inconfundible y no era cualquier pelea, era “La pelea del siglo” por lo menos, así se vivía en Argentina, se enfrentaban en el Madison Square Garden de Nueva York dos pesos pesados. Mohamed Alí y Ringo Bonavena.
El cuadro era  así: el sonido de la radio con el inconfundible relato de Osvaldo Caffarelli y algunos ruidos incidentales propios de una cena, ruido de cubiertos, de vasos llenándose con el vino de mesa y el consabido chorro de soda, el ruido que producía mi vieja al “espiar” el horno para ver si la otra pizza estaba lista, comentarios de mis hermanos con alguna orden doméstica y nada más, mi viejo no aparentaba mucho interés pero cada tanto lanzaba un comentario: “Allá tenés que ganar por nocaut si no te roban la pelea”. Caffarelli se empeñaba en llamarlo Cassius Clay cuando lo nombraba a Alí, lo mismo hizo Ringo para provocarlo  en el pesaje, en un bizarro contrapunto le repetía Clay!!! Clay!!! Clay!!! Y Alí le respondía Mohamed Alí!!! Mohamed Alí!!! Mohamed Alí!!!. Luego de ganarle a Sonny Liston en 1964 Cassius Clay adoptó la religión musulmana y cambió su nombre a Mohamed Ali. Este cambió generaba resistencia porque no era solamente un enroque onomástico, era una toma de posición, cambiar el nombre de los apropiadores de sus ancestros por un nombre elegido por él.
Yo hinchaba por “Ringo” como todos en casa, se me ocurre que porque era “nuestro” y era el “bueno” también llamado “la esperanza blanca” porque salvo el alemán Karl Mildenberger y el, no había muchos blancos en la categoría pesados. El contrincante era “el malo” y el “extranjero”.
El pesaje de los boxeadores es una especie de mise en scene montado para generar interés en el público donde los contrincantes muestran su “cara de malo” y dicen cosas ofensivas para con el otro, Ringo lo hizo enojar a Ali al decirle “Chicken” o “Acá hay olor a negro” pero también lo hizo reír con sus ocurrencias al punto que Ali tuvo que retirarse conteniendo la risa, no estaba en los planes reírse en ese contexto. Lo de “gallina” se lo dijo por el hecho de haber desertado del ejército de EEUU cuando fue convocado para la guerra de Vietnam, hecho que le costó a Ali procesos judiciales y el retiro de su habilitación como boxeador.
Volviendo al sonido de mi casa,  además de las tìpicas frases: “pásame el vino” “córtame otra porción” lo que se escuchaba eran interjecciones conforme pasaban los rounds y los “uppercuts” de derecha o los “Jab” de ambos boxeadores, entonces se escuchaba: “Ughhhh” “Ufsssss” “Ahhhhh” para luego hacer silencio y seguir el desarrollo de la pelea, la misma duró quince rounds a pesar de las expectativas de un nocaut prematuro pronosticado por ambos, como sentenció mi viejo, Ali ganó por puntos a pesar  de que Ringo hizo una muy buena pelea, seguramente en casa se vivió como una decepción rayana en la tristeza con algún comentario acerca de una injusticia en los fallos, Por lo menos, tendrían que darle un empate” comentó mi viejo resignado. Mirado a la distancia, no fue así, Ali ganó bien. Luego del final, Ringo le susurró al oído a Alí : “No creas lo que te dije antes, lo hice solamente para calentar el ambiente”. También a la distancia “El malo” se transformó en “el bueno” porque reconozco en ese hombre la valentía de plantarse y no ir a pelear a una guerra con gente que no le había hecho nada malo a él, en otras palabras, ese fue el argumento de su decisión que le valió muchos dolores de cabeza. El “bueno” no se transformó necesariamente en “malo” me quedo con la imagen del Ringo ocurrente, divertido, un niño encerrado en un cuerpo grande, como lo definían algunos o el mismo que en el año 1974 recorrió varios países portando una remera con la inscripción “The Malvinas are Argentina´s” y desecho a ese Ringo racista y fanfarrón.
Se me ocurre que estos dos tipos, así como Juan López y John Ward, podrían haber sido amigos pero les tocó en suerte enfrentarse en un ring para satisfacer sus propias ambiciones de gloria, las ambiciones comerciales de unos pocos y el morbo proyectado de millones de personas.
Hay una teoría que dice que los sonidos no se pierden y quedan “boyando” en el espacio, yo tengo guardados los sonidos de esa noche vísperas de feriado escuchando la transmisión de la “pelea del siglo” en la cocina de mi casa con mi familia.

sábado, 6 de octubre de 2018

NEXOS / LOS 70 (la década que no entendí)



Nexos
Ed Pareta Octubre 2018




Dos mundos separados por muchos kilómetros o directamente paralelos que nunca se encuentran en un punto, el horizonte como marco testigo, no sé porque, pero la prolongación de dichos mundos la percibía parándome en las vías del ferrocarril oeste estación EL Triunfo mirando hacia el noreste en dirección a la estación Chancay del ramal Gral Viamonte – Ingeniero Luiggi. El sur, paradójicamente lo percibía finito. Años más tarde, en Lincoln, esos dos mundos no eran tan mágicos sino más reales, uno accesible, cotidiano, el del despertador a la mañana, el de la última revisión de mi madre a la noche a ver si estábamos tapados, la sirena de los bomberos voluntarios el 2 de junio, los actos escolares de los días patrios. El otro mundo, se armaba con imágenes reflejadas en las paredes de la caverna, un mundo percibido a lo lejos, noticias frívolas o no, aportadas por las pocas revistas que llegaban a mis manos o alguna publicidad de la televisión que mostraban lugares exóticos, lejanos e inalcanzables. En ese espectro de mundo desconocido que me atraía, se contaba la famosa publicidad de una marca de cigarrillos donde una modelo viajaba y lanzaba al aire el humo en geografías de difícil acceso incluso para la imaginación y te invitaba a sentir ese estado fumando el pucho que “marca tu nivel”. Pero aun cuando la condición sine qua non de las paralelas es que no se junten en un punto, existe un  articulado metálico que transita por arriba de dichas líneas y las une.
El tren traía noticias del mundo “sensible” y la traía a mi abuela Anita todos los veranos con la alarmante amenaza de que “este es el último año que vengo” sentencia que caía como una piedra movediza de Tandil sobre mi cabeza infantil. Por suerte, eran solo verborragias hipocondríacas y la abuela siguió viniendo por muchos veranos y me regalaba una guitarra chiquita, quizás veía en mi “uñas de guitarrero”.
Un nexo sin dudas entre esos hemisferios fue Roberto Carlos, cantante y compositor brasileño que pertenecía al mundo de lo cercano, palpable, escuchable. Pero un día del año 1970 actúo en Mau Mau (que debe su nombre a un grupo de liberación de Kenia) Esta “boite” pertenecía a lo más granado del jet set local, o sea, al mundo de lo misterioso e inalcanzable para mí, sin embargo, a esas vivencias me acercaba leyendo las aventuras de Isidoro Cañones quien era habitué del lugar y concurría asiduamente, a veces, en compañía de “Cachorra”.
De esa memorable actuación quedó un Long play cuyo arte de tapa, podría ser una obra de Caravaggio o de cualquier pintor del primer barroco, a saber: Colores definidos e intensos, luces y sombras, la pintura describiendo la acción que transcurre en ese momento. Roberto Carlos sentado en el centro de la escena en una banqueta alta, el saxofonista sosteniendo el “barítono” no sin esfuerzo, en segundo plano: el resto de los músicos de la banda observados más atrás por un venado en su eternidad decorativa.
Me hubiera gustado estar ahí pero de hacerlo, hubiese desafiado los principios fundacionales de la filosofía al unir el mundo “Inteligible” con el “Sensible”, menuda tarea para un niño de 10 años.

lunes, 1 de octubre de 2018

Crónicas de viaje / Ed Pareta septiembre 2018


Una vez guardados en la retina los siete colores del cerro de Purmamarca, aunque los lugareños dicen que son màs, emprendimos el tour que nos llevarìa a conocer la quebrada de humahuaca, el guìa contò el contingente y faltaba uno, era un señor alemàn de contextura fìsica grande y vestido como un explorador que sacaba fotos compulsivamente a todo, no era la primera vez que llegaba ùltimo y el dato era tomado con hilaridad por el resto del pasaje. Tambièn viajaba una pareja de irlandeses jòvenes quienes se comunicaban fluidamente en inglès con Noemì, un muchacho polaco que mostraba interès por todo, abrìa grande los ojos y sacaba fotos con el celular y otras personas con quienes no tuvimos mucho contacto. El guia, al pasar por Tilcara, nos dijo que a la vuelta conocerìamos el "Pucarà de Tilcara" que es una fortaleza construida por los tilcaras en un punto estratègico, situado a 1 km de la ciudad de tilcara sobre un morro de 80 m de altura desde donde se tiene una visiòn de los dos caminos, ideal para la defensa o un oportuno ataque, la fortaleza, fue reconstruida en 1911 por Debenedetti.
Cuando me perdìa en la conversaciòn de la pareja de irlandeses con Noemì, me refugiaba en los folletos que nos habían entregado; "...la quebrada es un surco angosto y profundo de origen teutònico-fluvial ubicado en la provincia de Jujuy...." conforme pasaban los kilòmetros, el GPS de mi ansiedad lo habìa fijado en la ciudad de Humahuaca, recordando algùn consejo de amigos "cuàndo vayas a Humahuaca, comprà alfarerìa que es de la mejor del norte" y tambièn vino a mi memoria una canciòn del imaginario infantil "La vaca estudiosa" de Marìa Elena Walsh, en esos pensamientos estaba cuando interrumpìo el guía a través de un micrófono y su consabido acople "Vamos a entrar en el pueblo de Uquìa solamente 20 minutos para conocer concretamente la iglesia San Francisco de Paula que data del siglo XVII es de estilo americano con paredes de adobe de 1 m de espesor, el altar està tablado a mano de madera y dorado a la hoja, lo mas llamativo en su interior son los cuadros de los àngeles arcabuceros traídos desde Cuzco en la época de la colonia. Terminada su alocuciòn, sentì una leve molestia porque no estaba en mi expectativa quizás, conocer Uquía y su iglesia, llegamos al pintoresco pueblo y fuimos directo a la iglesia pero  habìa festejos en las calles por el dìa de la primavera, gente vestida con coloridos atuendos, sonidos de trompeta, trombones y percusiòn, dejamos la iglesia con Noemì y nos dirigimos al epicentro sonoro que estaba aproximadamente a 100 m, nos acercamos y me presentè: "Soy trompetista y venimos desde Buenos Aires" inmediatamente, me extendieron una trompeta, "Toque algo del sur" me dijo alguien del grupo, tras una laguna mental de algunos segundos, creo que toque "Cerezo rosa" que no es del sur precisamente pero para el caso no importaba, luego nos convidaron cerveza y compartimos un momento de hermandad que guardarè para siempre, en eso, vimos que la combi se disponìa a seguir viaje, nos despedimos afectuosamente. Parafraseando a Fellini "Un encuentro dura un instante y te deja para siempre un sabor a gloria".


lunes, 3 de septiembre de 2018


A pan y agua.
Los 70, la década que no entendí
Ed Pareta 3/9/2018



Algunos minutos antes de sonar el despertador, sobrevenía una duermevela que transcurría entre el pánico ante la inminente estridencia del agudo timbre y la esperanza de poder dormir un rato más, por lo general, se confirmaba la primera opción y la invasión sonora que se producía en la habitación de mis padres invadía toda la casa. Bien temprano a eso de las 6:30 de la mañana, en invierno es aún es de noche y el frío de la helada llegaba hasta el mismo borde de la frazada, inmediatamente después del timbre; la radio se abría paso al silencio que reinaba hasta ese momento. Un programa presumiblemente de Radio El Mundo que tenía por cortina el tango “A pan y agua” de Juan Carlos Cobián y Enrique Cadícamo en la versión de Ángel Vargas. El piano arremetía con la melodía de la introducción a distancia de octavas, luego el silbido, los violines y el recitado: “1920 donde están mis amigos queridos de entonces? A pan y agua, este tango nos unía en aquellas noches de Armenonville” *  Mi viejo escuchaba “religiosamente” este programa para despertarse. A pesar de la nostalgia de su letra, esa música infundía un brío especial para encarar la nueva jornada de estudio y trabajo.
El sistema prometía un futuro venturoso si te esforzabas, una especie de “American way of life” de la pampa húmeda, había mucho por hacer y progresar. Entonces, de acuerdo a los preceptos patriarcales vigentes; el “jefe” de familia a través del volumen de la radio indicaba el comienzo del día activo. Nadie permanecía indiferente a la “Diana” civil con ritmo de 2x4 y si por caso te volvías a dormir, el tono del locutor optimista como la mañana, te despertaba con un sobresalto al comenzar su perorata altisonante.
La memoria, esa gran caprichosa, hizo que se guardara en mi mente marcado a fuego como un postre Balcarce el lema publicitario de una famosa marca de café: “De sabor tropical y rendimiento kilométrico”. Así fueron las mañanas durante muchos años.

*Armenonville: lujoso cabaret  de Buenos Aires en los años 1910 y 1920.

sábado, 18 de agosto de 2018

Sangre, sudor y lágrimas

Sangre, sudor y lágrimas

Ed Pareta /Los ´70

En la década de los ’70, guardé nombres, melodías, datos y dilemas para resolver en otro momento, así fue, esperando que algún día, exista una herramienta que me ayudara con tal empresa.
El enunciado, quizás se lo escuché a mi viejo cuando se ponía a hablar de política y yo le prestaba atención aun cuando no entendía. Seguramente, me lo dijo en castellano aunque él había aprendido a hablar inglés de joven cuando vivía en Buenos Aires. “Sangre, sudor y lágrimas” es la reducción de una frase que pronunció en el contexto de un dramático discurso Winston Churchill en la cámara de los comunes a ocho meses de comenzar la segunda guerra mundial el 13 de mayo de 1940. No sabía por entonces que esa frase le daría nombre a una mítica banda que tuvo su apogeo en los años setenta: “Blood, sweat and tears” pero en algún intersticio del éter, a través de un aparato de radio de algún comercio, o en la casa de discos que estaba ubicada frente a la plaza del pueblo que ponía unos parlantes en la parte exterior, en algún lugar me tomo por asalto esa música que me impactó. Quizás, escuchar los “caños” de “Spinning Wheel” me decidió años más tarde a aprender a tocar la trompeta, es posible, pero no sabía cómo se llamaba el tema ni la banda. Con mi hermano Roberto nos preguntábamos ¿cómo sería el año 2000? Faltaba mucho para que llegue pero nos daba mucha intriga, él hacía unos bosquejos de ciudades futuristas adonde los automóviles flotaban y los rascacielos eran altísimos ¿Cómo sería todo en el futuro? Lo que sí es seguro, es que no nos imaginábamos la llegada y permanencia de internet, herramienta con la cual trato de develar esos dilemas guardados en la memoria, por ejemplo, de la banda que se creó en 1967 y cuya existencia llega hasta nuestros días.

18/8/2018 

jueves, 8 de febrero de 2018

"El Marinerito" Ed Pareta Febrero 2018

"El marinerito"
Relatos de carnaval.


Todos los febreros, durante muchos años, "El marinerito" abordaba un servicio regular de la "Empresa Rojas" y emprendía viaje hacia el oeste, hacia Lincoln más precisamente, iba a los carnavales que se realizan en esa ciudad que por su particularidad, son considerados únicos en el país.
En su maleta seguramente llevaba bien doblado el disfraz de marinero junto con las prendas y vituallas que se requieren para instalarse unos cuantos días en un hotel,
Aparecía generalmente la primera o la segunda noche de corso oficial con su atuendo sin más ornamentación. Era un hombre menudo, semi calvo y ninguna otra particularidad física destacable.
La rutina consistía en revelarse de la nada y sumarse a los elencos de "Samba Samba" o "La bandita de Coco", la elección de uno u otro elenco era circunstancial, un día estaba con "Samba Samba" y otro con "La bandita...", Siempre se ubicaba en la primera fila y bailoteaba con pasos ágiles y cortitos pero su cara no transmitía sensación alguna.
Posiblemente, dejó de participar en la década de los '90 cuando la realización del corso se interrumpió por motivos económicos.
Se supo que tenía un comercio en el barrio de Once (Buenos Aires) pero no sé sabía su nombre, todos lo conocían como "El marinerito".
Los febreros, durante muchos años, se le entregó virtualmente la llave de la ciudad, el misterio sobre su persona lo guardó celosamente el "Rey momo'

miércoles, 3 de enero de 2018

CAUSAS Y AZARES

CAUSAS Y AZARES.
Ed Pareta enero 2018

Causas:
En realidad, es “la causa” en singular, el tema es más o menos así: venía rodando bien por la ruta 7, nada de camiones, poco tránsito, conectándome con el placer de manejar cuando de pronto…tráckate!!! se rompió el auto, los acompañantes preguntaron ¿Que pasó? - casi al unísono y es cuando hay que comunicar la "mala nueva"  a todos y la frase de ocasión dicha luego de levantar el capó y darse cuenta que no vas a poder solucionarlo sin ayuda: "Veníamos tan bien" (esta frase quedará para el anecdotario del viaje)
El mecánico llegó luego de despertar de un sueño que se corresponde con un 24 de diciembre, quizás pensó que el día se presentaría tranquilo  planeando el asado de la noche con la familia, pero algo alteró esa armonía. Su amigo el gomero que tiene el negocio al costado de la ruta, en la rotonda, lo llamó y le dijo algo así como que alguien se había quedado en la ruta.
-         ¿Qué sentiste? – me preguntó secamente el mecánico.
-         Venía lo más bien y pasando el puente de salida de Cocullú el motor perdió fuerza y ahí nomás, lo tiré en la banquina – le conté.
-         Hmmmm – frunció el ceño y se dirigió directamente a una tapa negra rectangular que está pegada a la entrada de aire.
Miró con detenimiento las herramientas que había desplegado en el piso y eligió una con el cuidado que requeriría una operación quirúrgica de alto riesgo. Mi ansiedad iba en aumento, colocó la llave en los tornillos y los fue sacando uno a uno, retiró la tapa y me miró unos segundos sin decir nada.
-         Estás jodido – me dijo.
-         ¿Qué pasó? – dije tratando de estar sereno.
-         Cortaste la correa de distribución.
-         ¿Y eso es grave?
-         Según como hayan quedado las válvulas, lo más posible es que se torcieron – dijo el mecánico que al igual que un médico, te ofrece un 10 % de posibilidades que la cosa no sea tan grave y agregó.
-         Lo vas a tener que dejar acá, hoy no te va a atender nadie.
-         Ok, si no hay más remedio – dije resignado.

Entonces “El Bordolino” se quedó al lado de un camión abandonado, seguramente charlaron y se hicieron amigos luego de compartir el destierro en el playón de la YPF de S.A de Giles.
-         Lo tuyo no es nada, yo estoy “tirado” hace meses acá – Le habría dicho el camión con un dejo de tristeza al “bordolino”.
Seguimos viaje hacia Lincoln en un remise para pasar las fiestas con la familia como es costumbre y la costumbre, como dice un axioma checo, es una camisa de hierro.

Azares

Pasamos la nochebuena con mucha paz debido a que por prohibición municipal, no se puede usar pirotecnia, el 25 se presentó calmo pero con una preocupación latente, tenía que rescatar el auto y no sabía con qué me iba a encontrar.
Los azares comenzaron el martes 26 con la pretensión de viajar a Giles lo más temprano posible, el empleado de la compañía que lleva el nombre del prócer de la bandera, me dijo con cierto goce:
-         No hay pasajes para Giles, te puedo vender para Junín y ahí haces la combinación.
-         Está bien – le dije con fastidio.

Me subí a la unidad atestada de gente, luego de chocar con bolsos, bolsitas, bolsones, codos, brazos y antebrazos y mirar los números diminutos de los asientos, llegue al mío y estaba ocupado, le dije amablemente al intruso y el personaje primero no creyo y luego cuando vió la evidencia, abandonó el mismo sin ganas y tomándose todo el tiempo.
Llegué a Junín y rápidamente recorrí las boleterías de las compañías, conseguir un boleto para Giles, sería un remedo bastante más  light de la batalla de Junín, pero batalla al fin.
-         No tengo nada hasta las 17 horas.
-         No pasamos por Giles (se me ocurre toda una declaración de principios)
-         Imposible, todo ocupado hasta mañana.
Estas fueron algunas de las respuestas que me dieron en las distintas empresas adonde pregunté, me sentí como los personajes de “Atrapado sin salida” de Ken Kessey / Milos Forman.  De pronto, llegó a plataforma una unidad de la empresa T.A The Silver y vi en el derrotero que tenía parada en Mercedes que quedaba cerca de mi destino, saqué pasaje y me subí, era una unidad nueva que iba semi vacía y con un clima perfecto, ahora me sentí como Randall MacMurphy el personaje que interpreta Jack Nicholson en “Atrapados…” o sea una percepción de liberarme del estancamiento pero sin la necesidad de enfrentarme con los enfermeros.
Entre los azares se cuenta la visión inequívoca de mi amigo “Fito” Barrios en un semáforo de una bocacalle que es transversal a la Av. Mitre en Chivilcoy. Este hecho me  reconcilió un poco con la causa que produjo tal azar.
A la hora prevista llegué a Mercedes, tenía que hacer tiempo para tomar el micro local que me llevaría a Giles, caminé con un sol que caía a pleno sobre mi cabeza, a pocos minutos de la caminata, me encontré en el centro de la ciudad, me pareció una ciudad agradable, con algunas casas antiguas de estilo neo colonial. Los juzgados, la frondosa arboleda de la avenida principal, le confieren un cierto aire señorial como una capital de provincia. Tenía hambre, me comuniqué con “Chiche” el mecánico que me haría el arreglo y me aconsejó que no me apurara, que no iba a adelantar tiempo por cuanto los comercios están cerrados por rigurosa siesta.
Decidí almorzar, encontré un restaurant que tiene recova como en el bajo de Buenos Aires y está justo enfrente de la catedral que fue en un principio una capellanía, la institución del clero castrense data de 1736 cuando, a instancias de Felipe V, el papa Clemente XII lo estableció con designación de un Capellán mayor o vicario general de los ejércitos españoles. Comí liviano, me sentí tranquilo pero con la preocupación de como terminaría la historia del arreglo del auto.
A las 14 40 no puntualmente, tampoco somos Suiza, partió el local de la empresa “Maestro Bus” y al cabo de un viaje corto de aproximadamente ’30 minutos llegué a Giles, más precisamente a el playón de la estación de servicio donde dejé  al “Bordolino” el mediodía del 24, llegó “Chiche” y corrimos el auto a la sombra de un día muy tórrido, el mecánico me pidió plata para comprar la correa en el centro y en ese lapso y en el lugar del improvisado taller, se formó un grupo de “amigos ocasionales” conocidos del gomero quien me había recomendado a “Chiche” , compartí unas gaseosas para mitigar el calor y cada uno eligió que historia contar para interesar al imprevisto interlocutor, entonces, al transcurrir la conversación, apareció lo que está yacente debajo de una máscara, la solidaridad básica, aquella ley no escrita que practican los conductores en los caminos de montaña “Si te quedaste en el camino, no te vamos a dejar tirado” les conté que había viajado a Lincoln a pasar las fiestas con mis acompañantes entre los cuales, se contaba a “Gitana” la perra de mi hija y que una vez arreglado el auto, volvería a buscarlos. Uno de ellos, me contó que era portero de una escuela pública y que sólo le quedaban dos días de trabajo hasta las vacaciones, él se lamentó...
-         Me hubieras dicho, yo te llevaba a Lincoln
-         Pero, si no nos conocíamos- le dije, risas generales.
Se sumó otro amigo que es pintor de casas en el pueblo y me ofreció, por si lo necesitaba, un galpón para guardar el auto a sólo una cuadra de allí.
Llegó el “Chiche” con el repuesto y se puso a trabajar, luego de un rato me pidió que le dé arranque, después de alguna que otra “tos” el motor sonaba como siempre, anduvo un rato y todos escuchamos la marcha expectantes, “Chiche” me miró y me comunicó lo que considero un regalo de navidad.
-         Zafaste.
-         ¿En serio? ¿Es así?
-         Si hombre, si no, no hubiera arrancado.
Me volvió el alma al cuerpo pero sobre todo, a la billetera, hicimos las pruebas pertinentes en la ruta, el mecánico me miró como diciendo, está bárbaro. Pagué con algún Plus por los servicios prestados y me despedí de mis nuevos amigos.
-         Cuando vengas de vuelta, pasa a saludar – me dijo el portero.
-         Así  lo haré – dije retomando la ruta 7 con orientación oeste.

Le tomé prestado el título de una canción a Silvio Rodríguez porque creo que la vida es una sucesión de “Causas y azares”