sábado, 30 de julio de 2016

GUAMINI.
Ed Pareta.
(Sierra de la ventana / Buenos Aires julio 2016)



Juan decidió contactarse con Ricardo, se sonrió al pensar esta travesura y aunque la ansiedad no es una característica que lo defina y menos en estos tiempos, tuvo la necesidad de comunicarle la idea ni bien se le ocurrió. La relación de ambos fue difícil y sólo después de mucho tiempo y controversias se produjo un acercamiento maduro, en realidad, fue Ricardo quien usó la palabra “amigo” para dirigirse a Juan en una situación muy especial. Juan quiso agradecerle dicho gesto dado que no lo pudo hacer en aquel momento y le propuso reunirse a comer algo y charlar largo y tendido sin importar los tiempos, sólo discurrir y ponerse al día. Ricardo accedió al convite pero puso algún reparo, le parecía un poco atrevida la propuesta, Juan lo convenció y le sugirió dos condiciones: que sea cerca de una laguna ya que de chico vivió cerca de una y que sea un almuerzo porque el a la noche cena livianito.

-           -   Ja Ja. Esto es una ironía, ¿sabe Usted lo que me paso una vez en un río? – le dijo Ricardo  (no se tuteaban) Resulta que una vez, en el arroyo Las Tunas…
-           -    No, nunca me lo contó – dijo Juan interrumpiéndolo – mejor me la cuenta el día del encuentro.
-         -    De acuerdo, hasta entonces.

Mario es camionero desde que tenía 20 años, hoy tiene casi 60 y está pensando en jubilarse, sobre todo a partir del nacimiento de su primera nieta el año pasado. Tiene tres hijos y el mayor, Nicolás, le dio esta alegría al hacerlo abuelo. Es un hombre de gustos simples y aferrado a los afectos, nada lo hace más feliz que compartir un asado con la familia los domingos que no viaja. No sabe cuándo empezó a ocurrir pero la ruta ahora le parece una cinta de tedio, antes le gustaba manejar horas y horas y se jactaba de que podía llegar a hacerlo casi todo el día sólo parando para cargar el agua del termo y adentrarse en el submundo irrespirable de los baños de las estaciones de servicio. Por suerte, pudo dejar de fumar  hace algunos años por la advertencia de su médico, pasaba todo el día a mate y cigarro y a veces, no se acordaba de comer. Ciertas tardes cuando el viaje lo aburre, recita su propio nombre y sus datos, cuando la caminera se pone quisquillosa le piden que diga en voz alta quien es y cuál es su destino y la carga que lleva - Mario Osvaldo Pedemonte, argentino 59 años, casado, transporto hierros para la construcción – recita con sorna. De esto está cansado también, de la arbitrariedad de los policías camineros y el desastroso estado de las rutas. Pero lo que más le preocupa últimamente, es el temido “sueño blanco” que es un estado donde se pierde la noción del tiempo y el espacio, se produce cuando la jornada de manejo es muy larga y rutinaria, dura unos instantes pero en ese momento puede generar una pérdida del control del vehículo, le pasó algunas veces sin consecuencias graves. El mediodía del 27 de julio de 2016, Mario venía rodando en lo que era su ruta habitual y sintió los síntomas de un agotamiento general y se asustó, decidió parar en la estación de servicio más cercana que encontrara para descansar y comer algo, anduvo unos pocos kilómetros y llegó a la YPF de Guaminí en el cruce de las rutas 33 y 85, estacionó el camión prolijamente, tomó coraje e ingreso al “impenetrable” baño y se lavó la cara con abundante agua fría. Eligió una mesa alejada del bullicio en el parador de la rotonda. Se acercó la moza y tomó su pedido, entraría con una empanada y luego carne al horno con papas y como una excepción, pidió un vino, nunca toma cuando maneja, pero está cerca de su casa y ya viene sin carga. Luego de hacer el pedido, se sintió reconfortado y miró a la gente del comedor, un grupo de camioneros que no conocía, gente que anda de paso, grupos de hombres jóvenes, mientras esperaba la comida se preguntó ¿qué será de la vida de estas personas? ¿A qué se dedican?, etc. En ese paneo, observó a los dos hombres en la mesa que está en una de las puntas del local, le llamo la atención algo y fijó la mirada sobre ellos, tenían como una especie de halo alrededor de sus cuerpos, una luz envolvente, miró a las demás mesas pero no veía el mismo efecto, lo atribuyó a la luz del mediodía que suele jugar con los reflejos y sobre todo a su cansancio. La moza le trajo el vino y le agradeció con un movimiento de su cabeza, tomó el primer sorbo y lo saboreó despacio, volvió a mirar a los dos hombres y se quedó unos segundos paralizado, se restregó los ojos y volvió a mirar.

-         No puede ser – se dijo a sí mismo.
-         Estoy más cansado de lo que creo – pensó – algo me pasa definitivamente.

Observó a los demás comensales pero nadie estaba viendo lo que él veía o nadie reparó en esa mesa, como la imagen no se le borraba llamó a la moza.

-         -Usted conoce a esos dos hombres de allá, los de la punta? – le pregunto.
-          -No señor – contestó la joven
-         -¿Está segura?
-         -Sí señor, estoy segura, nunca los vi por acá.
-        - Gracias – le dijo Mario resignado y más preocupado aún.

En ese momento, los dos hombres llaman a la moza y le piden la cuenta, pagan y se levantan. Caminan hacia la puerta riendo y hablando con gestos de cordialidad. Salen por la puerta principal y se pierden en la luz de un mediodía de invierno.
Mario llama nuevamente a la moza.

-        -Señorita, perdón la insistencia ¿le puedo hacer una pregunta?
-        -Si señor pregunte nomás.
-         -¿Usted me asegura que no conoce a esos señores que acaban de irse?
-         La chica ríe nerviosa y le contesta – No, le dije que no.
-        - Le pido un favor, no me traiga la comida que le solicite, le pago de todas maneras y me voy.
-        - Bueno, como usted quiera – le dijo la moza desorientada.



Mario salió lentamente del restaurant  con una decisión ya tomada, va dejar el camión hoy mismo, cuando llegue se lo va a  comunicar a Bety, su mujer.
Es demasiado.
Perón y Balbín almorzando en Guaminí

lunes, 18 de julio de 2016

Miles
Ed Pareta 18/7/2016
éste texto se adaptará para el espectáculo "lo que cuentan las corcheas"




Miles

El azul sellado como una marca de fuego producida por un mechero; conforme acercabas tu cara a la modesta llama, te quemaba e inquietaba, peligrosa atracción de lo inasible. Así como el amarillo fue el color que recordaba el poeta ciego, el azul fue el color que recordabas desde que eras un niño, ese azul que no era petróleo, ni Francia y tampoco Klein, un azul amarillento intervenido por el gas; antes de esa memoria, solo una nube gris de contorno borroso. Sentiste inquietud y miedo quizá por primera vez. Seguramente ese color estuvo en tu paleta de pintor, que fue tu dedicación muchos años después, cuando dejaste la trompeta por un rato.
Al año de tu nacimiento, un violento tornado azotó St Louis y lo desmanteló. Esos dos fenómenos, la llama como la prematura noción del peligro y el tornado como lo súbito e irreparable, marcaron tu personalidad y por ende tu música. Súbito e irreparable como el sonido que se desprende con el aire caliente de tu instrumento, y ya es parte del aire.
La búsqueda de la frontera de lo posible, tal cual mencionás en tu autobiografía, lo áspero del racismo de los niños blancos de tu vecindario y tu reacción de tornado, los oscuros tonos de la adicción, los colores de tu pintura, incluido el azul mechero, todo se puede escuchar a través del sonido que emana de tu Harmon como extensión de la trompeta y esta a su vez de tu boca.
Miles Dewey Davis III, con este nombre que es un potencial trabalenguas naciste un 26 de mayo de 1926 en Alton, St Louis. Tu música desmiente un final: es un ventarrón que no se queda quieto, una llama que no se apaga.