Marrón.
Un amigo, que al poco tiempo se convirtió en ex amigo, un
día me dijo: Se está por jubilar el profe de trompeta en la escuela de
suboficiales de campo de mayo ¿te interesa? Podría ser, no estoy llegando a fin
de mes ahora así que lo pienso y te digo. Quieren poner profesores civiles que
tengan título habilitante. Bueno, doy con ese requisito – le dije.
Luego de un pre ocupacional bastante completo, entré a
trabajar en el ejército argentino como docente civil. La duda que me invadía
era: ¿con que ejército me encontraría? ¿Con el de San Martín/ Belgrano o con un
cuerpo que mantiene rezagos del ejército de la última dictadura? Posiblemente,
me encontraría con algo parecido a la última opción, pero con algunos valores
incorporados como el apego a las instituciones democráticas y sin expectativas
de una aventura golpista. Pero ¿Cómo sería la vida laboral compartiendo con
militares y civiles? ¿Habrá modificado algo la conducta del personal los cursos
de derechos humanos que se dictaron en las instituciones? Pronto lo sabría.
El primer día de trabajo, luego de caminar los 600 metros
desde la estación Lemos del ferrocarril Urquiza hasta el portón principal de
Campo de Mayo me acordé de la máxima pragmática que había regido buena parte de
mi vida laboral: “de algo hay que vivir” tragué saliva y redoblé el paso.
Una vez traspasado el control de la entrada, hay que
caminar unos 400 metros hasta la escuela. Pude comprobar de manera rápida
aquella frase que se dice en los cuarteles: “Todo lo que se mueve se saluda y
lo que está quieto se pinta de blanco”. Todos los cordones de las calles
asfaltadas que tienen nombre de próceres, están pintadas hace cinco minutos.
Un día, en esa caminata, noté que el personal militar me
miraba mal, se acercó alguien y me dijo: Cuando se iza la bandera a la mañana todo el personal debe quedarse quieto en el lugar. Perdón, no lo sabía. El consejo del
soldado fue de manera amable y a partir de ese momento adopté esa norma. Otra
comprobación es que la vida activa en el ejército comienza muy temprano en la
mañana; esto lo dejó en una frase otro militar célebre refiriéndose a la vida
en los cuarteles: “Al pedo pero temprano” (Juan Domingo Perón)
Los días de invierno, a la hora de entrada, es de noche
aún, en el trayecto de la puerta hasta la escuela, tenía que esquivar a los
pelotones que venían marchando con el pregonero y el coro que responde, no los
veía pero escuchaba algo así como una estampida de sonido que se acercaba, me
corría a un costado y veía pasar esa energía tempranera. A los pocos metros,
otro pelotón. Las mañanas en que había niebla, realmente no se veía nada, solo
el sonido me ubicaba en tiempo y espacio.
Las dudas que me asaltaban al principio se disiparon a
medias, por un lado, me encontré con un ámbito en el cual se podía interactuar
con el personal militar y discutir de casi todo, de política, de la ley del
aborto que se estaba tratando por esos días, pero por otro lado, persistía la
concepción de una cierta división de clases que en el ejército se salda por la
jerarquía de la tira, a mayor cantidad de estrellas, se le corresponde más
obediencia y sumisión. Lo que sí me llamó la atención es que casi la totalidad
de los aspirantes, son descendientes de pueblos originarios y esto genera otra
división, a saber: los marrones y los blancos. A estos últimos, los bauticé: supremacistas
blancos de cabotaje (SBC) estos personajes, en la primera de cambio, sacan a relucir su estigmatización y prejuicio
hacia las poblaciones marrones. Esto cruza a todos, pero; si un marrón tiene
“tira” ya no es sumiso y esclavo y se le rinde pleitesía.
Entre los SBC, se encontraba mi ex amigo, en un trabajo
que compartimos en el ámbito civil, me hizo una muy fea y nos peleamos y nunca
más lo volví a saludar. Como me gusta rebautizar a los trabajos y a las personas,
lo caractericé como un psicópata.
La pelea con el psicópata, fue la excusa para dejar de
frecuentar la sala de profesores. Ya no aguantaba los chistes racistas del
tipo: “Che acá no hay ningún rubio eh” no podía soportar tal acto de
discriminación sin decir nada o mandarlos al carajo. El problema, es que muchas
veces en esos chistes estaba involucrada la mayor, autoridad militar de la
escuela de banda del ejército. Si decía algo, era ir en contra de la máxima
“chapa” de la escuela y eso tendría consecuencias. Opté por irme de ahí y pasar
el recreo en las calles asfaltadas del inmenso predio de campo de mayo,
avistando teros, pájaros carpinteros que cada tanto, destrozaban los espejos de
los autos estacionados en el playón, supongo que al mirarse en el espejo no lo soportaban,
¿querrían ser como los teros?
De esa experiencia, lo mejor que me llevé es haber
charlado mucho con los chicos y chicas, los relatos de sus respectivas tierras.
En esas conversaciones, comprendí que muchos de ellos no tienen una real vocación
de integrar el ejército y en muchos casos, es una salida laboral porque, como
me contaron ellos, en las provincias no tienen posibilidad de trabajo formal.
Respetuosos hasta el paroxismo, por dos motivos, porque
por lo general son humildes y porque ahí
los conminan a ser educados y nunca contradecir a los superiores, en ese rango
de superiores, entrabamos los profesores civiles, había momentos en los cuales
me molestaba tanta cordialidad.
Mientras les impartía instrucciones para que logren la
flexibilidad, la resistencia y el registro, les sonsacaba relatos que me
interesaban; como por ejemplo, como obtener agua sin tener más elementos que un
film plástico. Cuando hacían los cursos de supervivencia; aprendían esas cosas
que me parecen útiles para la vida, aunque es improbable que me encuentre
alguna vez en una situación de supervivencia;
hay cosas que es mejor saberlas.
Un alumno me dijo que era de Casabindo, ese nombre me
llevó directamente a los relatos de Héctor Tizón, me contó lo que le trasmitió
su abuelo en relación a un cerro que tiene poderes y según como se manifiestan
los truenos o los sonidos que generan ecos en las cumbres, serán los
acontecimientos por venir; una suerte de oráculo natural. Este mismo aspirante
me contó que con el ejército asistían a la escuela que está arriba en los
cerros y sólo se llega a lomo de mula, los días patrios, les llevaban el rancho
para hacer chocolate caliente. También me contó del único toreo que queda en el
país: el toreo de la vincha que consiste en quitarle una vincha que se le pone
al toro, el animal no sale lastimado. El acto es una ofrenda anual que se le hace
a la virgen María.
En los cuarteles, se llaman por los apellidos, nunca por
el nombre de pila, Yo trasgredí esa costumbre y los llamaba por su primer
nombre, no es que me sintiera un revolucionario por eso pero me hacía sentir
mejor. El tema de los apellidos también era motivo de sorna de los SBC: che ¿acá no hay ningún Johnson eh? Son todos
Quispe, Mamani, Vilca. Se reían de esa ocurrencia ¿De qué se reían?
Conforme pasaba el tiempo en el trabajo, me acercaba a
los alumnos y me alejaba de mis colegas. Los chicos me devolvían una frescura
que me alimentaba el espíritu, en cambio, los profesores me mostraban una
rancia xenofobia que atrasa.
En los tiempos de la pandemia, las clases se hicieron
virtuales, los aspirantes estaban en sus respectivas casas en las provincias y
comenzaba la ronda pidiéndoles un reporte del clima en sus lugares, a través de
las cámaras, veía por caso; el cielo plomizo en Comodoro Rivadavia y un día luminoso en Salta. Tenía una visión federal de este inmenso país
que es la Argentina.
Un año, vino a la escuela un aspirante mendocino a
segundo año, o sea, el año en que egresan y pasan a formar parte de una banda
de algún cuartel, según la calificación, tienen la facultad de elegir el
destino; a mayor nota, más posibilidad.
Este aspirante tenía el don de la voz, contaba con un
registro de tenor y cantaba folclore, tenía un grupo en su pueblo. Los
superiores lo llamaban para animar cualquier evento en el cuartel y
ocasionalmente, lo invitaban a cantar a la banda que funciona en un edificio
contiguo al de la escuela. Cuando se generaban guitarreadas en el trabajo
participaba este aspirante como centro de la reunión, me hacía acordar a las
películas argentinas durante el período de la dictadura en las cuales, había un
soldado despistado pero que tenía algún don para compartir con los camaradas,
los personajes que caracterizaban Carlitos Russo o Mario Sánchez son un ejemplo de esto.
“Es más fácil desarmar un átomo que un preconcepto” decía
Einstein. Hay concepciones que tardan en desarmarse, sobre todo, cuando la
historia fue contada, como siempre pasa, por el conquistador.
El término marrón lo escuché por primera vez, al ver un
documental en el cual, se reivindica a la población que no es ni negra ni
blanca ni amarilla: es marrón.
Mi paso por ese trabajo me ayudó a comprender y a saber
esperar por los cambios profundos que deberían producirse en una sociedad. ¿Qué
hubiera pasado si el estado argentino se fundaba en base a una tolerancia entre
las distintas naciones? ¿Los descendientes de los pueblos originarios se
sentirían integrados y no bajarían la cabeza al mirar? Es contra fáctico
pensarlo. Es algo que hay que construir a futuro.
Lo real es estrecho, pequeño y mezquino: salvo lo posible
es vasto, grande y generoso. (Cita en Coherencia de la paradoja – Bernardo
Ezequiel Koremblit)
Entonces, hay que ir a buscar lo posible y necesario:
vivir en una sociedad integrada y justa. Menuda tarea.