18: 35 A
LINCOLN. (Ed Pareta – diciembre 2013).
El viaje
empieza una vez traspuesta la entrada de la estación de Once, los típicos
ruidos del lugar, algún que otro voceo ofreciendo mercaderías y la sensación de
estar ya un poco en el pueblo. Atrás queda la agitada vida de Buenos Aires, las
compras para el negocio de mi vieja y alguna escapada a escuchar música y
visitar amigos que están radicados en la gran ciudad, pero eso sí, siempre
transitando por las mismas calles para no perderme.
De pronto,
en el rumor de música incidental que constituyen los sonidos, irrumpe la voz
del locutor quién, con la seguridad de las cosas que funcionan, enuncia la lista de las estaciones donde el
tren va a parar, la cuestión suena más o menos así…”Expreso de las 18:35 a Lincoln
observando paradas en Haedo, Luján, Mercedes, Chivilcoy, Mechita, Bragado, La Delfina,
San Emilio, Gral Viamonte, Bayauca, Lincoln y estaciones intermedias” Luego de
revisar el pasaje subo al tren, acomodo los paquetes y miro a mis ocasionales
compañeros de viaje para contemporizar, un suspiro para cambiar el aire y el
tren arranca lento como asomándose entre los paredones de los primeros tramos
del recorrido, este paisaje de encerronas dura hasta el barrio de Caballito,
luego cuando el tren toma cierta velocidad y toca la bocina con arrogancia de
solvencia se empieza a vislumbrar un poco de horizonte.
Pasan
algunas estaciones del trazado Once-Moreno hasta llegar a la primer parada,
Haedo y esto me produce cierta inquietud porque sube más gente con sus bolsos e
incomodidades a cuestas hasta que todo se acomoda nuevamente y el viaje torna
en rutina que invita al sueño o la reflexión, siempre que no haya algún niño
destemplado. Luego de Luján y a poco de andar, el verde toma por asalto al ojo,
las primeras chacras aparecen con sus explotaciones, algunos animales y el olor
fuerte de los hornos de ladrillos que son comunes en esta zona, entonces es la clara señal que estamos
entrando en la pampa, ya no hay moles de cemento a la vista, el sol allá lejos
poniéndose al oeste, algún panadero flotando relajado por el aire del vagón y
un ligero olor a tierra completan el escenario para un sueño ahora sí profundo.
Entre la polvareda se vislumbran
siluetas que se recortan, están montados en briosos caballos, cuando se despeja
la nube puedo ver que son indios, son
muchos y detienen su marcha mirando para donde estoy yo. Distingo una primera
fila pero atrás veo más indios, mujeres y niños entre ellos. Estoy parado, inmóvil, veo por fin sus caras, son serios, duros, pero
no encuentro maldad en ellos, me miran y no bajo la vista, creo que quieren
decirme algo. El que parece ser el
cacique, se adelanta y alarga su lanza de manera que la punta me toca el pecho.
-
Eh!!!
Despertate – me dice una voz que supongo conocida.
-
¿Qué?
– pregunto dormido aún.
-
Vamos
al bar – me dice la voz que se corresponde con la del “Cholo”
Zapata.
-
Pero
¿Qué haces Cholo? Me dormí
profundamente, tuve un sueño.
-
Dale
– me interrumpe - vamos a tomar algo al bar y nos ponemos al día.
-
Sí,
claro, le digo- tratando de parecer lúcido y despierto.
Vamos
transitando los vagones que forman el convoy hasta llegar al bar, se suceden los saludos de conocidos de ambos
y alguno que otro se suma en la caravana hacia el vagón comedor. Ya es de noche
y el viaje se renueva y perdemos la noción de donde estamos. La charla se anima
y es otro viaje ahora, chimentos del pueblo, algún chiste conocido pero igual
festejado, el “Cholo” hace las veces de anfitrión del grupo heterogéneo pero
con una disposición a pasar bien el rato. Lo que se toma es porrón de cerveza o
el clásico café recalentado y dulzón que sirven en el tren. Después de Bragado
las vías no están bien y entonces se sacude todo en el bar, parece un leve
sismo inofensivo que ya forma parte del folclore de este viaje.
La
locomotora atraviesa llanura y el pito suena insistentemente, estaremos
llegando a alguna estación.
-
Uh.
Ya estamos en Bayauca – dice el “Cholo”
-
Si,
Mozo, cóbreme - dice un amigo del cholo
-
No,
espera – decimos a coro
-
No,
de ninguna manera – insiste- Pago yo.
-
Bueno,
está bien, pero la próxima pago yo – decimos los demás simultáneamente.
Ahora
volvemos a nuestros lugares despidiéndonos de los amigos prometiéndonos
encuentros e intercambiando direcciones. Luego de ésta parada, quedan los pasajeros que descenderán en Lincoln. La ansiedad por llegar, aparece con fuerza y
entonces agarro el equipaje y me acerco a la puerta, son pocos minutos hasta
que el pito del tren nuevamente suena intermitente, ya estamos en el pueblo,
pasamos por el Hotel Castilla, el primer edificio reconocible antes de frenar
en la estación. Bajo y veo a lo lejos al “Cholo” y le hago una seña como
diciendo “Te llamo” y encaro por la explanada que da a la calle Pueyrredón
atestada de gente y saludos entre valijas y paquetes, Estoy cargado pero decido
caminar para pensar en el sueño que fue muy breve pero intenso y real. ¿Qué fue
ese sueño? ¿Qué me habrán querido decir? No lo sé. Un día voy a indagar en mi
pueblo de la infancia, en Fortín El Triunfo. Los juegos en los médanos y el
hallazgo de ciertos elementos que no le encontrábamos sentido por entonces.
Quizás fue una señal. Algo me molesta, me llevo la mano al pecho y noto que la
camisa tiene un pequeño agujero. Ya es
medianoche y camino las calles que conozco de memoria, otro viaje comienza.