Calipso.
El cabaret “Calipso” era el único de su estilo en
varios kilómetros a la redonda, de ahí su éxito. Funcionaba en un edificio
modesto, no tenía ningún cartel en la puerta que anunciara la característica
del negocio, por una cuestión legal; no estaba
permitida la prostitución en la
provincia del Neuquén, sin embargo, todo el mundo sabía lo que funcionaba allí.
En el pueblo lo llamaban “La cajita feliz” por la
forma cuadrada de la construcción. Una lamparita roja arriba de la puerta
principal era el símbolo inequívoco. Estaba habilitado como local de baile.
La dueña; conocida como “La Rosalía” era una mujer
de contextura pequeña, con un aspecto masculino, fibrosa y levemente chueca.
Vestía de sport y llevaba casi siempre unas botas de media caña por fuera del
jean. Cuando llegaba al local, todos se cuadraban a esperar las órdenes del
día. Hoy estemos pilas porque vienen unos pajeros nuevos que llegaron ayer al
campamento – decía con tono de rematador de feria.
En el Calipso había dos músicos, el chileno,
tecladista, era quien había concertado el trabajo y Ricardo que tocaba la
batería.
En el salón principal estaba el bar y los músicos y
en la parte privada: dos habitaciones separadas por un pasillo oscuro y
pequeño. En el fondo del terreno había dos habitaciones, una para las chicas y otra para los músicos. En el
medio de ambas construcciones: un patio arbolado.
Los clientes habituales del lugar eran los operarios
golondrinas que venían a trabajar en las explotaciones de hidrocarburo, había
dos tipos de clientes en el Calipso; los obreros y los directivos, para estos últimos,
la Rosalía les reservaba a las mejores
chicas y les ofrecía un servicio de
Delivery a los respectivos hoteles. Todas las noches comenzaban la rutina
musical con un calipso que a la dueña le gustaba mucho y le había compuesto el
chileno: “Rosa lía conmigo” Me gusta, es bien cachondo le dijo la dueña cuando
se lo presentó.
Tocaban un repertorio ecléctico, pero en su mayoría,
eran temas “para que los ratones se despierten” y el cliente, luego de tomar el
trago, elija una chica y se dirija al privado que quedaba exactamente atrás de
la batería. El momento del clímax se lograba cuando los músicos tocaban y
cantaban “Yo solo quiero” de Salvatore Adamo, a los clientes les agarraba una
electricidad cuando cantaban el estribillo: “…Porque Yo quiero
Yo quiero un gran
amor
Sin evitar
Que dirán
Porque yo quiero
Que seas franca y leal
Sin esconder
Nuestro querer”
Desde los golpes del timbal del comienzo del tema,
ejecutados por Ricardo en la batería fielmente a la versión original, los
habitués del lugar sabían que venía el momento de la concreción. Es ahora se
decían, como si se tratara de la conquista de la chica con la cual proyectar
una vida de amor y fidelidad sin importar el origen de la historia.
Rosalía era la bargirl
y estaba en la barra para cobrar
todos los servicios y ocuparse de la administración general.
A Ricardo le decían “el portero del paraíso” porque,
debido a la escasez de lugar, la batería estaba justo delante de la puerta que
daba a las habitaciones, por lo cual, tenía que levantarse cada vez que las
parejas pasaban a los cuartos o volvían de ellos.
-
Gordo,
correte que quieren culiar – le gritaban los parroquianos con
el valor súbito que da el alcohol.
Ricardo le insistía a Carlos –“el chileno” - que
quería irse de ese trabajo y le propuso probar suerte en Buenos Aires. El chileno
le insistió a Ricardo para que se quedara una temporada más en el Calipso:
-
Quédate
huevón ¿Adónde vas a estar mejor que acá?
Tenemos casa y comida asegurada, además, la dueña no rompe los huevos,
solo me pidió el otro día que la cortemos con el jazz, que toquemos lo que le
gusta a la gente.
-
No
sé, lo voy a pensar Chile, no me aguanto el mal trato de Rosalía y de la gente.
-
Vos
viste como es la Rosalía, no le hagas caso.
-
Me
tiene de punto.
-
No
es con vos sólo, a mí también. El chileno miró hacia
arriba como para encontrar el tono justo y le dijo a Ricardo: Mira, te voy a decir una cosa, en todos los
laburos hay problemas con los patrones, vos tenés que hacer lo tuyo y listo, no
le des bola a lo que te dice. Dale, quédate, si no; tengo que buscar batero y
no hay muchos por acá.
-
Me
trata como si fuera un tonto.
-
Bueno,
no se equivoca ahí. El chileno largo una carcajada – es un chiste po.
-
¿Y
qué me decís que tengo que levantarme cada vez que pasan para atrás?
-
Ya
te dije que es el único enchufe con 220 que hay en esa zona no podemos armar en
otro lugar.
-
Sí,
es cierto, me lo dijiste.
En la madrugada, luego de que se terminaba la
jornada, los músicos hacían unos mates para bajar la adrenalina antes de
dormir. Las chicas en el cuarto contiguo hacían chistes sobre las
particularidades de los clientes que les había tocado en suerte y se reían hasta
que el sueño aparecía de a poco.
En una charla de madrugada Ricardo le dijo al
chileno:
-
Lo
estuve pensando, está bien, me quedo, pero prométeme que si pego ese laburo del
que te hablé, te venís conmigo a Buenos Aires
-
Sí
¿o vos te crees que yo me quiero quedar toda la vida tocando en este cuchitril
de mierda?
-
Bueno,
acordate que me lo prometiste eh
-
Sí,
pero creo que como están las cosas, mejor que nos quedemos una temporada más
acá.
-
Si
es que aguanto – le dijo Ricardo con tono serio.
Ricardo, se quedaba leyendo luego de que el chileno
se dormía. Tenía una petit biblioteca
de libros que iba comprando en el centro. Era una rara avis para el resto del elenco del negocio. Se había comprado
una luz direccionada para no molestar a su compañero y de esa manera, leer a la
noche. Esperaba ese momento en que se quedaba solo y todo el entorno se
tranquilizaba para sumergirse en historias que lo sacaran de esa realidad.
El chileno era un músico que tenía pretensiones de
ascender en el firmamento de la música, había estudiado en el Departamento de
música de la universidad de Chile que era la continuación académica del viejo
conservatorio nacional fundado en 1850. Sabía esperar el momento, su momento.
Decía que no se le caía ningún anillo por tocar en el cabaret y que esto le
ayudaría a consolidarse como instrumentista en este lado de la cordillera. Era una
persona práctica y sabía lo que quería.
Constituían un buen dueto para sobrellevar ese
trabajo.
La disputa entre Ricardo y la dueña se remontaba a
una tarde en que discutían la plata de los músicos. Rosalía, como buena
patrona, se quejaba de que el negocio no era tan rentable, que no podía
aumentarles mucho el sueldo. Sí pero vos cambiaste el auto le reprochó Ricardo.
¿Y a vos que te importa lo que yo hago? ¿Y si tenía ahorros de antes? ¿Vos que
sabes? La discusión fue subiendo de tono y comenzaron a decirse cosas
personales. Ricardo le dijo que explotaba a menores, Rosalía le contestó que
eso era falso y tenía para mostrarle los documentos de las chicas. En un
momento de la discusión, Rosalía lanzó su daga y le espetó: “Callate gordo que
vos para sacarte una foto de fondo blanco tenes que ir a la Antártida” Para Ricardo
no había peor cosa que le digan gordo, sólo se lo aceptaba al chileno porque se lo
decía cariñosamente. Se levantó como para irse y el chileno lo agarró y lo hizo
sentar nuevamente. Puso la sensatez que hacía falta en ese momento: Bueno, no
nos tenemos que pelear, hagamos de cuenta que no pasó nada, que nada se dijo,
todos estamos en este negocio y tenemos que defenderlo. Volvieron a la
negociación y Rosalía eligió como interlocutor al chileno. Rosalía, al ver que
la cosa se ponía peliaguda, sacó su carta que tenía guardada: Mira te puedo
ofrecer un 20 % más y charlamos dentro de dos meses. ¿Te parece? Bueno, pero quedamos así. Pido
disculpas por lo que te dije Ricardo. Para mí no es fácil – sentenció Rosalía-
Los clientes no siempre reconocen que tenemos buena mercadería, las coimas a los milicos y la
amenaza de que nos van a cerrar porque la iglesia se queja, el alquiler que me
lo suben dos por tres. Tengo que manejarme con todos esos problemas. La
habilitación está más floja de papeles que Pepita la pistolera. Ustedes tienen que entender muchachos.
La relación entre Ricardo y Rosalía se rompió en ese
momento, a partir de ahí, se dirigían la palabra lo justo y necesario.
En otra trasnoche, luego del trabajo, Ricardo tenía
la mirada perdida y miraba en dirección al techo.
-
¿Te
acordás de Jessica Elzora Burgess?
-
No
tengo idea– dijo el chileno- pero ¿Quién es?
-
¿Y
si te digo Sally Conforte?
-
Ahí
me suena, pero no me acuerdo
-
La
mujer de Joe Conforte
-
Ahora
sí ¿tiene que ver algo con lo de Ringo Bonavena no?
-
Claro,
era la propietaria del Mustang Ranch, hay un escritor que tiene el mismo
apellido y curiosamente nació el mismo año: Anthony Burgess el autor de “La
naranja mecánica” casualidades.
-
Ah
sí, como sabes gordo, ¿sabes que te admiro por eso?
-
Bueno,
uno leyó algunas cosas.
-
Pero
¿Qué tiene que ver esto que me contás?
-
Nada,
que la Rosalía se quiere hacer la Sally Conforte pero le falta tomar mucha sopa
para eso.
-
Ja
ja, que ocurrencia.
-
Y
algún día habría que vengar al Ringo ¿no te parece?
-
¿Qué
querés decir? Me asusta cuando hablas así.
-
Nada
Chile, no me hagas caso.
Los días en que Rosalía venía contenta, le tiraba un
centro a los músicos como para empezar arriba la jornada del cojinche: Vamos
con ese calipso que me gusta tanto y suena tan bien. Golpeaba las manos en el
centro del salón y decía: Un aplauso para los músicos y que empiece la función,
a Ricardo esas palabras le sonaban falsas como gemido de actriz porno, pero
fingía el también un falso optimismo, hay que ganarse la diaria, pensaba.
Rosalía vivía en una casa en el centro de la ciudad,
vivía sola y no se conocían más detalles de su vida. Se había instalado en Neuquén
proveniente de Pico Truncado, una de las chicas que vino con ella desde Pico,
decía que se fue del pueblo “debiendo” quedarse, pero su vida era un verdadero
misterio.
-
Te
juro Chile que no la soporto a la Rosalía cuando está con buena onda con nosotros,
me parece tan falsa, prefiero una relación correcta pero distante.
-
Che
pero a vos no hay poronga que te venga bien, palos porque bogas, palo porque no
bogas.
-
¿No
tendrás algo con ella no?
-
Andá
boludo.
-
Mmmm,
no sé.
-
¿Vos
estás loco?
-
Donde
se come no se manicurea
-
Sí,
pero a veces te vas a Neuquén capital misteriosamente.
-
¿No
tengo derecho a ir al centro? Además vos sabés que le hago el giro a mi ex y
todos esos trámites pero ¿Por qué te tengo que explicar esto? Vos cuando vas
compras libros, yo tengo que hacer trámites, que ridículo que sos.
-
Como
siempre la defendés
-
No
la defiendo, lo que defiendo es el trabajo.
-
No
te chives
-
No,
pero a veces me sacas de las casillas.
-
Nosotros
estamos para cosas mejores, eso es lo que me pasa, pero tengo que reconocerte
que si no fuera por vos, ya me habría ido.
-
Ya
lo sé gordo, pero un camino de mil millas se comienza con un paso.
-
Lao
Tse.
-
Habla
bien huevón.
-
Lao
Tse es el autor de esa frase.
-
Ah.
Que pelotudo, a veces no te soporto.
La rutina le molestaba a Ricardo, pero había logrado,
mediante ejercicios, poner su mente en
blanco durante el trabajo, el piloto automático, mejor dicho: el ritmo
automático. Durante las horas que duraba la función; trataba de dilucidar algún
enigma de una novela negra que estaba leyendo, después de leer muchos
policiales, había aprendido una ley que se cumplía casi siempre: el que resulta
más sospechoso en las primeras páginas, no suele ser el culpable. De esa
manera, se le iban pasando las horas, o pensaba en algún paisaje bucólico para
unas futuras vacaciones. Aprovechaba y estiraba
las piernas cuando se tenía que levantar del banquito para dejar pasar a una
pareja y solo atendía a las órdenes del chileno:
-
Ritmo de cumbia gordo
-
Callate chilenito desterrado.
Acercándose fin de año, en el mes de diciembre,
Rosalía organizó un asado para todos, desde la mitad del año hacia adelante, el
negocio había repuntado y quería renovar la credibilidad en ella y en el
negocio. En enero, Calipso cerraba sus puertas y reabriría en febrero ya que
sus clientes también paraban en ese lapso.
Rosalía tenía el tacto suficiente para darse cuenta
cuando debía hacer una concesión al personal, quería aprovechar el asado para regalarles
unos nuevos maillots y lencería a las chicas y algún presente a los músicos.
La reunión, era la última antes del receso.
Rosalía, llegó temprano al cabaret y trajo un
chivito que había encargado en Chos Malal y se lo trajeron frizado. Lo asaría el chileno y le ayudaría Ricardo.
El patio tenía un aspecto diferente al resto, era una pequeña selva con muchos
árboles bien cuidados: álamos, paraísos, pinos, laureles, paltas y plantas más
pequeñas en macetas hechas con materiales reciclados, Detalles de buen gusto
que quedaron de los residentes anteriores. Un camino de piedra unía el edificio
de adelante con el de atrás. Un jardinero cuidaba del jardín periódicamente,
pagado por el dueño del predio.
La parrilla adonde se asaría el chivito estaba en el
fondo del terreno y era de material.
Había un clima de festividad en la cena, el hecho de
llegar con una discreta armonía al final de una nueva temporada, había relajado
el ánimo de todos, se vivía una suerte de borrón y cuenta nueva; el negocio
floreció sensiblemente y se notaba en el humor
general, sumado al espíritu navideño que rige a partir del ocho de
diciembre cuando se arma el arbolito.
-
¿Gordo,
me irías a juntar ramitas al fondo para prender el fuego?
-
Que
más querés, un cafecito hijo de puta.
-
Dale
que no has hecho nada hoy.
-
Hablando
en serio. Hablé con la gente de Buenos Aires, habría posibilidad de empezar
antes.
-
¿Y
eso que implica?
-
Que
te podrías venir conmigo en el receso.
-
Pero
lo tengo que pensar huevón. Andá a buscar ramitas y después lo hablamos.
-
Está
bien
Ricardo desapareció en la sombra del patio. Las
chicas hacían el bolso para regresar a sus respectivos hogares. Hacían una
competencia para ver a quien le había tocado el cliente más raro. Los casos de
micro pene se llevaban los mejores laureles, las risas estallaban con los
diversos relatos.
Al rato, apareció de entre las sombras Ricardo con
muchas ramitas bajo el brazo y algo en su mano de tamaño pequeño.
-
Acá
tenés.
-
Dejala
ahí que ya las uso
-
Mirá
lo que encontré
-
¿Qué
es eso?
-
Son
hongos silvestres
-
¿Son
comestibles?
-
Estos
creo que no.
-
¿Y
cómo los distinguís?
-
Porque
los comestibles tienen poros abajo y los no comestibles tienen como unas
laminitas.
-
¿Y
eso como lo sabes?
-
Te
dije que algo he leído en mi vida
-
Sí,
ya veo
-
Aunque
todos los hongos son comestibles, algunos; por única vez, dice un proverbio
croata.
-
Ja
ja. Que ocurrencia. Pero tirá eso que es peligroso.
-
Sí,
no hay que tentar a la suerte.
Ricardo se fue para el interior del patio, tiro
algunos y otros se los guardó en el bolsillo del pantalón.
Cuando el crepitar del primer fuego empezó a sonar,
llegó Rosalía con el chivito. Rosalía le pidió ayuda a Chile para bajar el
chivito del auto. Acá te lo dejo, lo saqué del freezer al mediodía. Está bien,
ya lo salo. Se dirigió a la habitación de las chicas, llevaba bajo el brazo un
paquete con los nuevos maillots.
-
Chicas, les traigo los maillots.
Se escucharon gritos de algarabía desde adentro.
Abrieron la puerta y luego la cerraron, se escuchaban risas de euforia al
probarse las prendas. Que lomo que te hace, con esto tenés que depilarte sí o
sí. A mí me realza las tetas, me encanta, estoy ansiosa por estrenarlos.
-
Yo
me encargo de hacer la ensalada – dijo Ricardo
-
Dale,
buenísimo – le contestó Chile
-
Pero
me embola condimentarla, que cada uno la condimente a su gusto.
-
Me
parece bien ¿Pusiste las bebidas en el tambor con hielo?
-
Si
papá.
Al cabo de un rato, Chile dijo: Gente, pronto va a
estar esto eh. Las chicas y Rosalía salieron de la habitación, Ricardo tenía
lista una gran fuente de ensalada que puso en medio de la tabla larga sostenida
por caballetes que hacía las veces de mesa.
-
Bueno,
antes de que empecemos a comer, quiero hablarles a todos los que formamos parte
del Calipso: Llegamos al fin de una temporada, con muchos problemas pero
logramos sobrellevar las disputas
-
Y
a las putas – interrumpió Chile (hubo risas
generales)
-
Que
hijo de puta que sos hablando de putas, pero ojo porque de ellas vivimos, yo no
escupiría para arriba. (hubo aplausos de las chicas)
Bueno;
hablando en serio: Quiero proponer un brindis porque seguimos viviendo todos de
la profesión más vieja del mundo, y quiero brindar también con el deseo de que
no cambien al comisario por las razones que ustedes se imaginan y seguir
ofreciendo servicios de placer para todos los pajeros.
Todos levantaron sus copas y brindaron. Sonaron las
copas chocándose unas con otras. Se sentaron a comer los primeros chorizos que
llegaban desde la parrilla, se produjo el consabido silencio de cuando se
empieza a comer.
-
No
se llenen con los chorizos que ya llega el chivito
– Dijo Chile desde la parrilla.
-
Recuerden
que es de Chos Malal, los mejores de la Patagonia sin exagerar – aportó
Rosalía.
La fuente con el chivito se acercó a la mesa traída
orgullosamente por Chile, a simple vista, los comensales observaron la
crocantez, los tonos dorados de una buena cocción y los jugos encima que
indican que esa carne no estaba seca.
Rosalía, mientras comía, prometió mejoras en el
edificio de las chicas y de los músicos, voy a aprovechar este mes de receso
para pintar y cambiar los colchones – dijo mientras degustaba la carne de
chivito – Le sonó su celular y se retiró a atender la llamada a un lugar
suficientemente alejado como para que no se escuche lo que hablaba. Al ratito,
volvió desde la sombra del patio y mirando la pantalla del aparato dijo: No sé
quién sería, no conozco ese número. Pensé que podría ser mi hijo, seguro son
esos mierdas que te quieren vender algo y te llaman a cualquier hora. Rosalía
se sentó con su apetencia por la comida renovada, comía y tomaba como si fuera
el último día, cuando hacía una pausa en la masticación, contaba anécdotas del
negocio.
-
Hace
poco, uno de los ingenieris del obrador me pidió si no tenía algún pibito, lo
saqué cagando.
-
Pero
deberías pensarlo Rosalía, los tiempos están cambiando
– dijo una de las chicas.
-
Sí
pero te imaginas, si así es un quilombo, que pasaría si agrego hombres, salvo
que me lo pida el comisario pero hasta ahora; no cambió de bando.
-
Además,
nosotras no tenemos competencia – acotó otra chica
mientras chocaban los puños con sus compañeras.
-
Uf,
si yo contara algunas cosas, pero no puedo, soy como un psicólogo, tengo que
mantener el secreto profesional.
El asado transcurrió entre anécdotas y risas. Las
botellas vacías se amontonaron formando un altar de la Difunta Correa
espontáneo. Los huesos del chivito los juntaron en un recipiente por consejo de
Rosalía para darle a los perros del vecino: A este también lo tengo que
“adornar” de alguna manera para que no me meta una denuncia. Todos colaboraron
en levantar la mesa, las chicas lavaron los platos, Chile y Ricardo ordenaron
los caballetes y barrieron el patio.
-
¿Ustedes
se van después del mediodía no? – preguntó Rosalía
-
Sí
–
Contestaron todos
-
Bueno,
entonces, vengo a saludarlos, ahora me voy porque tengo un dolor de cabeza
tremendo, me fui al carajo con el vino.
-
¿Vas
a poder manejar hasta el centro? – le preguntó Chile
-
Olvidate,
no sabes las veces que manejé en pedo.
Luego de ordenar todo, se fueron a dormir. Se tomó
mucho vino, la noche cálida y la sensación de una tregua con Rosalía crearon un
clima distendido. Rosalía mostró su costado mundano, como una suerte de madre guerrera para el
afuera pero que defiende a sus cachorros en el nido, en el Calipso; su
creación.
Le daba orgullo generar trabajo y haberse afincado
en otro lugar que no es el suyo, venciendo el prejuicio de ser forastera.
Al mediodía siguiente, cuando aún estaban durmiendo
la borrachera en El Calipso, llegó un auto, bajó una persona. Entró por la
puerta lateral que siempre estaba abierta y se dirigió a las habitaciones del
fondo, golpeó la puerta y atendió una de las chicas. En un tono casi de susurro
le dijo:
-
Soy
el comisario, reuní a la gente en el local principal
-
Sí
señor.
Se levantaron aturdidos por la resaca y por esta
imprevista visita. Cuando estuvieron
todos en la “cajita feliz”, el comisario les preguntó:
-
¿Estamos
todos?
-
Si
señor
-
Bueno,
primero les voy a pedir que dejen sus celulares aquí
– les dijo señalando en dirección a un mueble – es por precaución nada más – El comisario tomó aire antes de
decir lo que sigue – Rosalía tuvo un
accidente esta madrugada.
-
¿Qué
le pasó? ¿Está bien?
-
Lamentablemente
falleció en un accidente con el auto.
Se escucharon llantos, las chicas se abrazaron.
Chile y Ricardo se miraron con extrañeza-
-
¿Pero
cómo fue?
-
Casi
llegando a su casa perdió el control del automóvil y se incrustó en un árbol.
-
Pobrecita
–
Dijo una de las chicas.
-
Pero
si ayer estaba tan bien, tan contenta parecía.
Cuando el primer impacto tomó una tregua, el
comisario avanzó con su plan:
-
Es
muy lamentable, eso creo, pero ahora escuchen bien los que le voy a decir.
Ustedes saben o se lo imaginan, que los papeles de este negocio están muy
flojos ¿lo saben?
Se miraron todos, algunos, asintieron con un
movimiento de cabeza.
-
También
les voy a pedir, que lo que hablemos acá, no salga para afuera, no se lo pueden
comentar a nadie ¿está claro?
-
Si
señor – respondieron a coro.
-
Por
eso les pedí los celulares, este negocio funcionaba porque teníamos un arreglo
especial con Rosalía, creo que ustedes no son carmelitas descalzas y se
imaginarán de que hablo. Surgió una complicación, les cuento, cuando
contactamos a su hijo en Pico Truncado para informarle, pidió la intervención
de un fiscal y pidió que se declare muerte dudosa, que no decidiéramos nada
hasta que él llegue. Seguramente: Rosalía tendría enemigos, a mí no me consta
pero su hijo debe saber algo más.
Esto
nos complica a todos, ¿entienden? Entonces, les pido colaboración, voy a tratar
de que esto no llegue a una instancia judicial.
-
¿Pero nosotros que tenemos que ver con
el tema legal? – preguntó Ricardo
-
Ustedes no van a tener problemas. Lo
repito, este trabajo de todos se sostuvo
porque hice la vista gorda, les estoy pidiendo un favor. Favor con favor se
paga ¿no creen?
-
Cuente
con nosotros – dijo Chile como vocero de todos.
-
Voy
a hacer un procedimiento tipo para darle a todo un viso de formalidad –
sacó del bolsillo de su pantalón una libretita y una lapicera
-
Empecemos
con vos: Nombre y función en el establecimiento:
-
Soy
Carlos Aldunate Ahumada músico.
-
Bien,
anotá un número de teléfono y dirección del lugar adónde vas a estar.
-
Creo
que voy a ir con vos a Buenos Aires - dijo mirándolo a
Ricardo
-
No
se asusten, esto lo hago para cubrirnos, estamos en el mismo barco ¿y vos?
-
Ricardo
Reis, baterista
-
Músico
–
dijo el comisario
-
No,
baterista
-
¿Me
estás cargando?
-
Perdón,
es un chiste que tenemos entre los músicos
-
No
estoy para chistes, poné la dirección adónde vas a estar y el teléfono
A
ver las chicas.
-
Yo
soy Karina, puta
-
Bueno,
tenemos que poner bailarina porque el local está habilitado como salón de baile
clase C y tienen que ser los nombres legales, no los nombres de fantasía.
Cuando terminó de tomar los datos, el comisario
volvió a dirigirse al grupo:
-
Escuchen
nuevamente, si hacemos las cosas bien, no va a haber ningún problema pero si se
filtra algo de lo que hablamos acá, estaremos todos en problemas ¿está claro?
Mientras el caso esté en mi orbita, lo puedo manejar, si lo agarra un fiscal y
un juez de turno, podemos tener complicaciones, van a querer saber lo de la
habilitación y ahí soy muñeco caído. Aparentemente, la Rosalía estaba muy
borracha y no controló a su auto, aunque puede haber tenido un desvanecimiento
previo.
-
De
todas maneras, el Calipso se murió con Rosalía
– dijo Karina
-
Bueno,
eso es otra cosa, pero yo estoy hablando del tema legal.
Bueno,
listo, ahora pueden ir adonde pensaban, espero no tener que molestarlos más.
Buenos días.
-
Buenos
días señor comisario
El ambiente era de pesadumbre, era el fin del
calipso, el fin del trabajo, salvo que se hiciera cargo el hijo de Rosalía.
Todos se quedaron un rato hablando con un tono bajo: ¿Qué le habrá pasado pobre
Rosalía? Decían las chicas entre sollozos. Al final, se hizo tu deseo de irte a
la mierda – le dijo El chileno a Ricardo.
Nosotros estamos para otras cosas, le contestó Ricardo con un tono
neutro. Se despidieron todos en el patio con las palabras que se usan en estos
casos: fue un gusto haberte conocido, ojalá nos encontremos en otro trabajo.
Suerte, que les vaya bien a todos. Qué triste final.
En la terminal de micros de la ciudad de Neuquén,
Ricardo y el chileno, abordaron el Ko Ko hacia Buenos Aires.
-
¿Vos
te hubieras imaginado un final así? – pregunto el chileno
-
La
verdad que no.
-
¿Se
habrá puesto tan en pedo que perdió el conocimiento la Rosalía? Me cuesta
creerlo.
-
¿Pero
vos que estás pensando?
-
No,
nada, solo me parece raro, como dijo ella, manejó muchas veces en pedo y nunca
le pasó nada.
-
No
hay que tentar a la suerte
-
Eso
es cierto
-
¿Lo
de quedarme en lo de tu tía unos días está firme?
-
Olvidate.
Anotá este número de mi otro celular por cualquier cosa.
-
¿Y
eso? ¿Tenes otro teléfono?
-
Sí,
soy el comisario Montalbano, encantado.
Cuando el viaje fue tomando su ritmo crucero, el
chileno acomodó el asiento como para dormir y Ricardo sacó un libro de su
mochila y se disponía a leer.
-
¿Qué estás leyendo? – le preguntó el
chileno
-
“Crímenes imperceptibles”
-
Mira que estas raro vos, voy a tratar de
dormir
-
Dale, te despierto luego para tomar unos
mates.