sábado, 25 de octubre de 2014

Ramírez, el cordobesito

Ramírez, el cordobesito


Cuando ingresé en la banda municipal de Campana, noté que se llamaban todos por sus apellidos, quizás porque el director y el vice eran militares retirados y esa es una vieja costumbre de los cuarteles.
Allí conocí a Ramírez, tocaba el genis, un instrumento de viento que para quien no lo sabe, es el encargado de marcar el contratiempo, así como la tuba lo hace con el tiempo fuerte. Una función si se quiere intrascendente para el orgánico de una banda. Ramírez era una persona mayor y se lo veía un tanto cansado, pero conforme lo fui conociendo, me encontré con un ser entrañable, siempre con una sonrisa y dispuesto a las buenas historias. Entonces, me gustaba más como lo llamaba Liliana, a la sazón, asistente de la banda, le decía “cordobesito” aludiendo al origen de los Ramírez. Tenía más que ver con su espíritu jovial.
 Un jueves, llego al ensayo con una sonrisa de oreja a oreja y nos contó con entusiasmo que había ganado un concurso de música para la tercera edad que se desarrolló en la ciudad de Mar del Plata tocando la armónica, lo cual fue una novedad para todos que también dominara ese instrumento, así que le pedimos que la trajera la semana siguiente  y nos tocara para todos los compañeros, así lo hizo, el jueves siguiente tocó dándole un golpe mortal a la abulia generalizada del ensayo. Descubrimos que el cordobesito era además un buen músico, cosa que por años no había podido demostrar con su instrumento de metal funcionalmente costurero.
Un día me llamo aparte y con una media voz me dijo ¿no tenés una piecita para aprender en la armónica y tocársela a mi mujer? A lo que respondí que sí. Le llevé “beautiful love” él se la aprendió y efectivamente cumplió con su idea, cuando nos volvimos a ver, no tenía más que palabras de agradecimiento por llevarle la partitura y me contó emocionado, creo que aún con brillo de enamorado en sus ojos, que a su mujer le había encantado esa melodía.
Al poco tiempo de esta anécdota, se fueron los dos con diferencia de algunos meses. Guardo el recuerdo del “cordobesito” un alma sensible, un buen tipo. Cuando toco ese tema, pienso que no fue al azar que se lo lleve, uno de sus nietos le tradujo el título por lo cual se puso más contento aún porque resumía con justicia la historia con la compañera de toda la vida.



jueves, 4 de septiembre de 2014

OESTE



Oeste.
para mi amigo Julio César Armando in memoriam


Camino por las veredas que me gusta caminar, me lleno de palabras que escucho al pasar para no pensar en una. “Este viento es de lluvia” le dice una señora a otra y ese comentario me sirve para distraerme por un rato.
Las imágenes, sin embargo, se suceden sin parar y es inevitable acordarme del poema “Un amigo es la vida dos veces” de Tejada Gómez y me aferro con cierta desesperación al último verso, cuando dice “…Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste…  eso, volver un día y darte una sorpresa, reírnos y acordarnos del vampiro de dudosa escala que con tu familia construyeron para carnaval,  participó un año que no me acuerdo en el corso más famoso del oeste en el rubro “máscaras sueltas”. Que me cuentes acaso, el día que pusiste el cuerpo en Ezeiza y podrías no haber contado el cuento.
Lo demás, me lo acuerdo todo, que tu nombre te lo pusieron por el barco que transportó tantos sueños hacia América, en uno de esos barcos vino tu viejo el “tano” .Que empezamos juntos a soplar un metal retorcido por obra y gracia de la infinita paciencia de “Coco”, nuestro primer maestro.
La primera vez que te vi, ibas a tu clase de acordeón, pasaste por Huergo y tenías un aspecto distinto para lo que era común en el barrio, prolijo, pinta de estudioso, esa pulcritud te valió el mote de “Cura” Armando, así te conocen muchos, claro que conforme ibas creciendo, cambiaste la apariencia por una más mundana. Luego nos hicimos amigos y empecé a ir a tu casa a jugar y a tomar la merienda, me hacía gracia como te llamaba tu mamá….”Julio Cesar Armando a tomar la leche” como para que no quedaran dudas que te llamaba a vos.
Soñábamos juntos con ser músicos profesionales, compartíamos la banda municipal o también llamada “bandita” cuando tocábamos en el corso o en las serenatas de fin de año donde recolectábamos muchas botellas que la gente nos daba y luego repartíamos. Vos tocabas el saxo tenor y lo hacías muy bien y yo empezaba el camino del Sahara donde un oasis es improbable, o sea: tocar la trompeta.
Camino por las veredas que me gusta caminar y me cruzo con un matrimonio que carga con bolsas del súper y dicen algo así como que ahora cuesta más llenar el changuito me distraigo otro rato, me meto en la actualidad sobre la cual discutiríamos y no nos pondríamos de acuerdo.
 Me pregunto porque dejaste de tocar el saxo o cualquier otro instrumento si tenías mucho talento y me pregunto también porque la vida o las circunstancias hacen crecer el pasto en el camino de la amistad, te fuiste más lejos, siempre al oeste, te casaste, tuviste hijos, por muchos años no nos vimos. Yo vine a la gran ciudad, esa por la cual camino por las veredas que elijo colectando muchas palabras oídas al pasar sólo para evitar una.
Acaso, uno de estos años, volveré al oeste.





viernes, 27 de junio de 2014


Playa Borento.

Playa Borento.

Un día, a la hora de la siesta, me permití entrar en tu sueño. Me imaginé que  pensabas una y otra vez en que nos mudaríamos a un lugar donde habría un futuro para todos.  En esa imagen: había un cartel recién pintado con muchos colores; en el cartel decía simplemente: “Playa Borento” minutas y bebidas frías, agua para el termo, se alquilan sombrillas. Era un parador en la costa bonaerense, quizás San Clemente, la playa más cercana desde el norte.

“Borento”  te llamaban los parroquianos que se reunían en “La Brasita” el bar- restaurante que comandaban  junto con la vieja, Nunca supe de donde  te venía el seudónimo, pero tengo guardado en algún lugar de la memoria algo así como  “Borento, servime otra ginebra” y vos con el “Clifton” entre los labios, celebrabas alguna ocurrencia de un potencial borracho con una sutil sonrisa que se velaba entre el humo del cigarro.

Pero volvamos a tu sueño, el de imaginar un próspero futuro para todos, lo pensaste varias veces supongo, te daba vuelta la idea en la cabeza pero no se lo comunicabas a la vieja por temor a que te diga ¿para qué tan lejos?  ¿Por qué no vamos a Lincoln? Ahí los chicos también podrán estudiar, eso te hubiera dicho quizá

Sin embargo vos soñabas despierto con la posibilidad de trabajar de sol a sol como quién dice para despegar, como si hubiera que despegar de algo. No nos faltaba nada, pero “los sueños, sueños son” como repetiría Berugo en la tele mientras tomábamos mate en la cocina de Lincoln muchos años después. Una vez, mirando ese programa me miraste y en una de las pocas frases que articulaste en la tarde me dijiste  “Este Berugo es un artista completo” y te metiste nuevamente en tu mundo de sano ostracismo.

 Me hubiese gustado que me contaras más anécdotas, como aquel relato de tu primo loco que conducía el “autogiro” o las picardías que hacían con tu primo  “Mito” en Buenos Aires, por ejemplo, cuando generaban la psicosis colectiva con sólo mirar para arriba y la gente también lo hacía hasta formar un grupo numeroso y luego irse como quién no quiere la cosa antes que se avive la multitud de que no había nada que mirar.

 La intromisión a tu mundo, me sugirió una melodía; la misma me transporta a la playa, siento  en la cara la brisa del mar, escucho la espuma de la cerveza que cae en el vaso vacío y vislumbra el primer trago que es el más gratificante. Despacharíamos a dos manos los refrescos y las minutas redondeando una muy buena temporada de verano con toda la familia laburando codo a codo.  Los sueños, sueños son y aquí se convierten en realidad, como decía Berugo ¿te acordás?

 

martes, 29 de abril de 2014

MEDITERRÁNEO - Ed Pareta - 29/4/2014

Mediterráneo.


La primavera se percibe, camino por la plaza Rivadavia, lo hago con dificultad porque mis flamantes zapatos con plataforma se enredan con el Oxford marrón. Cuando estoy en el preciso lugar donde sacaron el busto de Evita, veo a los muchachos que esperan en la esquina de Rafaelli, desde hace algún tiempo ponen los parlantes en la calle y promocionan las novedades discográficas. Nosotros vamos todas las tardes a ver qué hay de nuevo, escucho la música fuerte…pero ¿Qué es esto?  Me gusta, me gusta mucho, la letra dice algo del mediterráneo, siento la brisa fresca en la cara que viene del norte por Massey, con un levante otoñal emprendo el vuelo, el mediterráneo queda lejos, mucho más allá de la jabonería de Signorini, pero ya estoy ahí.

sábado, 15 de marzo de 2014

Chivito Patagónico /Crónicas cotidianas










La estrategia del mediodía habría sido cumplida sin problema si no nos hubiéramos encontrado con Rocío, amiga de Noemí, quién nos dijo: ¿Por qué no se vienen conmigo a la obra? Están haciendo un chivito para festejar la losa. El plan que habíamos hecho durante el desayuno era: aprovechemos a pasear, comamos algo livianito y después cenamos bien.
El cambio de planes no fue traumático teniendo en cuenta que no comemos chivito patagónico muy seguido. Emprendimos el viaje en el auto de Rocío y al rato de dejar la ciudad atrás y luego de un camino escarpado y en subida, llegamos a la obra. Rocío, que es la arquitecta de la misma, nos llevó a la flamante losa para que observemos la hermosa vista que ofrecía la cordillera y el festival de aves que, en plácido vuelo, se recortan sobre el horizonte aprovechando la térmica. Luego bajamos al lugar donde se estaba cocinando el chivito, ahí nos encontramos con los obreros y la dueña de la casa, la señora Victoria, ella en su rol de anfitriona, nos presentó a las demás personas como los amigos porteños de la arquitecta. La previa del almuerzo tenía sabor a rito y a encuentro. Los trabajadores que habían llenado la losa eran cuatro.
Roberto, el asador, un muchacho robusto no muy alto con el pelo cortito y morocho, dotado de un fluido discurso y notable inteligencia práctica. La falta de algunos dientes de arriba, revela quizás, una infancia pobre y sufrida.
Roberto y la señora Victoria, eran los que llevaban adelante la amena charla entre los dos grupos que, sin proponérselo, se habían instalado en distintas orillas de la mesa, las mujeres preparaban la ensalada y los hombres apuraban un vinito reparador. Entonces las historias afloraron sin más.
El grupo de los “Rostros curtidos” (así se me ocurrió llamarlos) se completaba con Becho: un veterano entrecano que llevaba una gorra y anteojos oscuros, Martín, un joven musculoso de aspecto atlético y Juan que estaba apostado en un rincón observando sin hablar. A la rivera de los “infancias nutridas” se había agregado Ricardo, hermano y socio de Rocío que llego más tarde trayendo una botella más de vino, dato que tranquilizó a las dos orillas de la mesa. Roberto, mientras removía las brasas contó de sus trabajos itinerantes en la provincia de Buenos Aires, trabajos rudos de campo, de madrugadas heladas y manos escarchadas.  Victoria, a su vez, que el chivito lo había traído de Chos Malal, según ella, los más sabrosos del país. La conversación por momentos se separaba en bandos y los dos grupos se reconcentraban  en contar sus propias historias hasta que algún tema conciliaba el interés de todos. La invasión de conejos fue uno de ellos, Si, allá por la zona del Lolog son una plaga – dijo con tono serio Becho y fue la primera vez que oímos su voz, entonces, una pregunta me impuse y la formule sin esperar ¿Por qué no los cazan y los usan para hacer comidas y ofrecerlos a los comedores o lugares públicos? 
-Sabes lo que pasa – acoto Ricardo – es un tema de legislación sobre carnes silvestres que aún no está reglamentada referido a la salud dado que los animales silvestres pueden ser portadores de enfermedades, triquinosis por ejemplo.
Ah, entiendo – dije no muy convencido.
El cielo estaba brumoso y le daba un aspecto misterioso a las montañas, entonces, surgió la consabida comparación con Londres e invitó a historias más truculentas teniendo en cuenta la acción del tinto que ya hacía sus primeros aportes a la fábula. Entonces, los de éste bando, pescamos una conversación que mantenían los “Rostros curtidos” acerca de apariciones cerca del lago Meliquina que nos hizo “parar la oreja”. Becho llevaba el relato y su tono era más serio aún y denotaba un dejo de miedo.

¿Pero vos la viste? – le preguntó Roberto curioso.
Si, varias veces – dijo Becho y a partir de esas palabras todos hicimos un silencio denso y se escuchó su relato con voz grave.
La primera vez, fue un día que yo fui a cortar el pasto en las cabañas cercanas al lago, era la tardecita y yo estaba caminando para tomar el colectivo de vuelta para San Martín y agarré un atajo para no cruzarme con los turistas, es un camino que no anda nadie, el día estaba como hoy, nublado y yo venía pensando que iba a nevar esa noche cuando al final de la bajada veo a una nena como de unos 8 años más o menos. La nena estaba quieta, al principio no note nada raro pero cuando me fui acercando, no me pregunten porque, se me puso la piel de gallina, mira que yo no le tengo miedo a nada. Cuando estuve, calculale a unos 50 metros, la vi más de cerca y no parecía una nena de la zona, empecé a traspirar, mire para todos lados como buscando a los padres, pero nada, no había nadie.
¿Pero te habló la nena? – preguntó Juan.
No, callate que cuando estuve frente a frente, de los nervios le pregunté si estaba perdida. Pero no me contestó, tenía las ropitas raras, no sé cómo explicarte, no parecía…
¿Viva? – preguntó Roberto como para ayudarle en el relato.
Si, algo así, pero yo la veía y ella me miraba con una mirada fría sin expresión, no sabes el julepe que me agarre,  me fui corriendo, te lo juro, mi corazón galopaba a 120 al doblar en la proveeduría me encontré con la gente que estaba esperando el colectivo, intenté calmarme y me dije  ¡Que chambón que soy!  Es una nena nada más, pero fue muy raro. Esa fue la primera vez.
La señora Victoria nos miró buscando complicidad como diciendo, yo no creo en esas cosas, pero el relato fue tan contundente que nos quedamos callados.
Bueno, esto ya está .dijo Roberto rompiendo el clima…Este chivito no es un aparecido, es de verdad – bromeó.
Lo que siguió fueron los típicos ruidos de los cuchillos y los dientes contra los huesos entrándole a esa pieza deliciosa y algún que otro ¡pasame la ensalada!  Y el ruido esperanzador del vino cayendo en un vaso sediento, cuando pudimos hablar nuevamente, fue el grupo de las “infancias nutridas” quién propuso el tema de los cuidados en la alimentación y en el cuerpo para tener una vida más espiritual y equilibrada y el silencio del otro grupo fue contundente.
Empecé con yoga – dijo Rocío.
Qué bueno – dijeron las mujeres a coro.
Y cuando se produjo un bache, un silencio repentino. Juan, desde su rincón de observador lacónico tiro la frase que cayó como un balde de agua fría.
Los negros no hacemos yoga.
Se produjo un silencio incómodo, unánime y profundo. Los puentes que habíamos construido parecían desmoronarse, empezamos a juntar las sobras de comida, abastecer el reclamo de los perros  y ordenar como una acto reflejo para salir de ese momento, miré a Juan como para decirle algo pero desistí de hacerlo, él se quedó callado con una irónica sonrisa dibujada en su cara pensando quizás que había vindicado a su clase, pero todos los demás lo sentimos como un prejuicio de su parte que había cortado de cuajo una comunión eventual, que suelen ser las mejores comuniones.
Nos despedimos de la gente y le hice una seña a Noemí para que nos volviéramos caminando, ella asintió y emprendimos la bajada del cerro, caminamos en silencio cada uno en sus pensamientos.  Se me vino a la cabeza aquel disparo furtivo y amenazante que sufrió Lucas, el protagonista de la película danesa “La Cacería” sobre el final para recordarle que algunos resentimientos no se curan así nomás.
Entre disparos arteros vamos tratando de construir puentes, tal reflexión me pareció mediocre por lo tanto decidí no compartirla con Noemí, cuando estábamos llegando al pie del cerro, se me puso la piel de gallina al acordarme de la historia que contó Becho, pero para nuestra tranquilidad, no había ninguna niña a la vera del camino.