domingo, 2 de julio de 2023

Julio Sosa

 Julio Sosa.



Si es cierto que minutos antes de la muerte se suceden imágenes como en una película; esa madrugada de noviembre, el “varón del tango” vió una de las últimas actuaciones en un pueblo que no recordaba su nombre. 

El arreglo de “El último café” le parecía moderno y le gustaba mucho, pero al pueblo, por razones de costo, no llevaron al coro y al flautista. Se había acostumbrado a esa sonoridad y esa noche echó de menos sendos timbres, le faltaba algo. Lo miró de reojo a Leopoldo como pidiéndole algo que no podría darle en ese momento.

Quiso retener en ese racconto la pieza que había grabado recientemente pero él no era el editor de esa película que viró hacia la infancia en Las Piedras.

El DKW Fissore rojo se estrelló en el semáforo de la Avenida Figueroa Alcorta después de compartir una cena con amigos en la cual se animó a cantar, no lo hacía en reuniones de amigos.

En esa actuación del pueblo que Julio Sosa no recordaba el nombre, un niño de cuatro años paró sus orejas y abrió sus ojos, una energía apabullante que venía del palco lo conmovió, el niño no sabía que esa sería la primera pincelada de la memoria que recordaría cuando quería indagar, muchos años después, de dónde le venía el gusto por la música.

Los padres del niño tenían la concesión de la cantina del club Caset de El Triunfo. El niño veía al señor que cantaba y le parecía que era su papá, porque la radio acompañaba durante muchas  horas la vida familiar y esa música le resultaba conocida. Reconocía algunas palabras que coincidían con las que su padre canturreaba por encima del cantante: “...Mientras tanto que tus triunfos, pobres triunfos pasajeros…”  ¿le cantaba a El Triunfo? ¿se refería al pueblo?

Era el año 1964. Estaba naciendo un grupo musical que haría historia: Pink Floyd y Los Beatles se consolidaron como la banda de mayor éxito en EEUU.

Ese niño era yo.


 



No hay comentarios:

Publicar un comentario