lunes, 23 de diciembre de 2019

Enero. Ed Pareta 23/12/2019


Enero.


Me gusta el verano. A diferencia de Martino, a mí en el verano no me dejó ninguna pareja y no guardo nostalgia con la estación. Aquellos eneros de los años setenta, en la hora de la siesta, teníamos que hacer riguroso silencio para el descanso del patriarca; Que no vuele una mosca  decía mi viejo antes de trasponer la puerta de la habitación, de lo contrario, ardía Troya. Todo se animaba a eso de las 16 30, hora en que se levantaba el viejo y si había descansado bien, casi siempre tenía algún plan para toda la familia. Primero se regaba el patio y luego, una vez que la tierra mojada y su aroma daban sensación de frescura, nos sentábamos en un círculo a comer sandía, podría ser melón, pero las más veces era sandía y esta actividad era una fiesta para nosotros y para las moscas que venían volando desde todos los puntos cardinales.
Me acordé de un cuento. Dos ejecutivos buscan un lugar para almorzar, un restaurant limpio, eligen uno en cuyas vidrieras externas hay sendos carteles que dicen: ¡!!Guerra a las moscas!!! ¡!!Combata a las moscas!!! Deciden entrar, una vez ordenado el primer plato, que era una sopa, encuentran en ella una mosca. Mozo, como puede ser, afuera carteles Guerra a las moscas y lo primero que vemos es una mosca en la sopa, ¿cómo puede ser?
-         Hoy perdimos – les dijo el mozo resignado.
Nosotros, la familia, muchas veces perdimos contra las moscas, pero a pesar de ello, eran momentos de felicidad. No hablábamos, solo se escuchaban los ruidos de los dientes entrándole a esa masa esponjosa y roja y el posterior escupitajo de la semilla. El sonido de algún auto perezoso que venía por Huergo y doblaba en Alem marcaba el inicio de la actividad de la tarde calurosa y el ostinato vibrante de los bichos. El arrullo de las palomas y hasta algún gallo haciendo horas extras con su canto vespertino, el pueblo, aún mantenía una impronta rural por entonces.
La radio, desde un lugar adentro de la cocina, nos traía noticias del mar. No teníamos la cultura de ir a la costa a veranear. Luego del frustrado destino en San Clemente adonde nos iríamos a ir a vivir con toda la familia, por muchos años no fuimos al mar. La voz de Velasco Ferrero me evocaba la sensación de la playa y hasta percibía la brisa húmeda.
“Para tu piel de verano muchacha” Repetía el animador y presentaba la canción homónima del grupo Mantra: Tengo mil besos que guardé en el invierno y mil caricias reservadas para ti Escuchando la letra de este  leit motiv,  un día sentí quizás los primeros cosquilleos del deseo, la radio seguía y me abstraía por un momento pensando en una primera novia y si tendría yo guardados mil besos del invierno ¿sabría besar  cuando llegara ese momento?  Practicaba poniendo dos dedos a la manera de labios pero otra cosa será cuando suceda.
-Tiren las cáscaras en esta bolsa, se las guardo para Argumero que tiene chanchos – podría haber dicho mi madre cortando el momento de ensueño.
- ¿Ya abriste el negocio? –  le preguntaría mi viejo en un tono carente de intencionalidad
- Ya voy – le contestaría mi vieja – es temprano, no anda nadie con este calor.

La tarde de verano entonces, arrancaba con un ritmo lento, cada cual salía del círculo de la sandía y se dirigía a cumplir sus respectivos intereses. Algunos días íbamos al balneario municipal en bicicleta, otras veces, algún amigo con pileta nos invitaba a mí y a mis hermanos a su casa. Luego tomábamos mate o esperábamos el carro de Romano y le comprábamos los famosos sándwiches helados, elegía el clásico de chocolate y limón. Me gusta el verano, y a diferencia de Martino, no espero que llegue el invierno para que cubra con la nieve la nostalgia de un amor perdido, sólo deseo que algún amor llegue con el fuego ensoñador de las tardes de enero.

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